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"Luces de La Tormenta" por Daniel Flores

22 Jun

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias.

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Luces de La Tormenta

Daniel Flores


La velocidad era hipnótica y colorida, y las siluetas de los niños se veían como borrones sobre los caballos de madera. Bzzzzum, bzzzzum, bzzzzum, giraba el carrusel. Unos altoparlantes magnéticos flotaban por encima del eje y de ellos brotaba una melodía animada. Ahora Sara estaba ahí dentro, pero feliz, sí señor, porque había subido con la convicción de una leona. La niña había dicho <<quiero>> y, como no podía ser de otro modo, ahora se hallaba girando en La Tormenta. Los niños de hoy ya no temen a nada, pensó Alberto mientras miraba la rueda. Bzzzzum, Bzzzzum, Bzzzzum, una y otra vez, largando pequeñas nubecitas de polvo. El abuelo intentaba adivinar a su nieta entre la multitud, más allá de los vidrios blindados, pero apenas veía una estela confusa; cada tanto, algún rostro deformado por el vértigo; oía los gritos. Pero había que serenarse, nada de pensamientos raros. Más allá, otros abuelos esperaban en los bancos. A su derecha, una viejita con andador temblaba con la cara entre las manos y cada tanto gritaba algo hacia el aparato, indignada como solo se indignan los abuelos; más lejos, junto a un arbusto, un hombre alto y desgarbado, seguía con resignación el andar diabólico de la plataforma. Los suyos también habían subido. El miedo era una respuesta natural, claro, no todos sobrevivían a La Tormenta.

Lo que comenzó como una propuesta descerebrada o, piensa Antonio, alguna clase experimento macabro para probar Dios sabe qué estupidez, acabó convirtiéndose en un atractivo popular. Nadie quería pasar un día más sin subirse a La Tormenta, nadie en absoluto. Incluso, tal fue la demanda que el Departamento Estatal de Tendencias expidió una ordenanza con fuerza de ley: todo niño de ocho a catorce años se hallaba en la obligación modal de montar la calesita sónica del Nuevo Italpark. Y Sara no iba a quedarse afuera, no cuando algunas de sus amigas ya lo habían hecho. De todas ellas, solo una no había logrado resistirse al filtro. Pero eso qué importaba. Seguir leyendo

«Luces de La Tormenta» por Daniel Flores

22 Jun

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Luces de La Tormenta

Daniel Flores


La velocidad era hipnótica y colorida, y las siluetas de los niños se veían como borrones sobre los caballos de madera. Bzzzzum, bzzzzum, bzzzzum, giraba el carrusel. Unos altoparlantes magnéticos flotaban por encima del eje y de ellos brotaba una melodía animada. Ahora Sara estaba ahí dentro, pero feliz, sí señor, porque había subido con la convicción de una leona. La niña había dicho <<quiero>> y, como no podía ser de otro modo, ahora se hallaba girando en La Tormenta. Los niños de hoy ya no temen a nada, pensó Alberto mientras miraba la rueda. Bzzzzum, Bzzzzum, Bzzzzum, una y otra vez, largando pequeñas nubecitas de polvo. El abuelo intentaba adivinar a su nieta entre la multitud, más allá de los vidrios blindados, pero apenas veía una estela confusa; cada tanto, algún rostro deformado por el vértigo; oía los gritos. Pero había que serenarse, nada de pensamientos raros. Más allá, otros abuelos esperaban en los bancos. A su derecha, una viejita con andador temblaba con la cara entre las manos y cada tanto gritaba algo hacia el aparato, indignada como solo se indignan los abuelos; más lejos, junto a un arbusto, un hombre alto y desgarbado, seguía con resignación el andar diabólico de la plataforma. Los suyos también habían subido. El miedo era una respuesta natural, claro, no todos sobrevivían a La Tormenta.

Lo que comenzó como una propuesta descerebrada o, piensa Antonio, alguna clase experimento macabro para probar Dios sabe qué estupidez, acabó convirtiéndose en un atractivo popular. Nadie quería pasar un día más sin subirse a La Tormenta, nadie en absoluto. Incluso, tal fue la demanda que el Departamento Estatal de Tendencias expidió una ordenanza con fuerza de ley: todo niño de ocho a catorce años se hallaba en la obligación modal de montar la calesita sónica del Nuevo Italpark. Y Sara no iba a quedarse afuera, no cuando algunas de sus amigas ya lo habían hecho. De todas ellas, solo una no había logrado resistirse al filtro. Pero eso qué importaba. Seguir leyendo

«El primer extraterrestre» por Dixon Acosta

15 Jun

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias.

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El primer extraterrestre

Dixon Acosta


El hombre no pudo evitar una sonrisa irónica, pero no era una mueca producto de la soberbia, era el gesto natural mezcla entre satisfacción y nostalgia. Mientras veía a través de la ventana del transbordador aquella gigantesca mole que seguía creciendo y girando, recordaba cuando en su lejana infancia, tan distante como el planeta que había abandonado, repetía sin cesar a todos los adultos su deseo, cuando grande sería astronauta. Claro, aunque le celebraban la ocurrencia, pocos le creían, pues aquella gente humilde era consciente de que un niño de su pobre condición, habitante de un modesto barrio del sur de Bogotá, jamás podría llegar a ser piloto o tripulante de una nave espacial.

La mujer, recluida en el compartimiento médico de la Estación, lucía una expresión triunfante. A pesar de todas las vicisitudes sufridas en los días pasados y de la incertidumbre por su futuro cercano, sentía que había conseguido su propósito en la vida. La victoria en su caso, trascendía la posibilidad de ser uno de los primeros habitantes de la Estación Espacial Internacional, iba mucho más lejos. Se trataba de inscribir su nombre en el gran libro de la historia humana, no precisamente como figura menor, pues estaba convencida de que se convertiría en una de las mujeres fundamentales, casi a la par de Eva, la primera, con la ventaja que ella era de carne y hueso, no un mito discutible. De todas formas tenían algo en común, las dos le debían a un hombre la posibilidad de vida, bien en forma de costilla o de las gotas de un sin igual líquido, transportado subrepticiamente al espacio. Seguir leyendo

"El primer extraterrestre" por Dixon Acosta

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El primer extraterrestre

Dixon Acosta


El hombre no pudo evitar una sonrisa irónica, pero no era una mueca producto de la soberbia, era el gesto natural mezcla entre satisfacción y nostalgia. Mientras veía a través de la ventana del transbordador aquella gigantesca mole que seguía creciendo y girando, recordaba cuando en su lejana infancia, tan distante como el planeta que había abandonado, repetía sin cesar a todos los adultos su deseo, cuando grande sería astronauta. Claro, aunque le celebraban la ocurrencia, pocos le creían, pues aquella gente humilde era consciente de que un niño de su pobre condición, habitante de un modesto barrio del sur de Bogotá, jamás podría llegar a ser piloto o tripulante de una nave espacial.

La mujer, recluida en el compartimiento médico de la Estación, lucía una expresión triunfante. A pesar de todas las vicisitudes sufridas en los días pasados y de la incertidumbre por su futuro cercano, sentía que había conseguido su propósito en la vida. La victoria en su caso, trascendía la posibilidad de ser uno de los primeros habitantes de la Estación Espacial Internacional, iba mucho más lejos. Se trataba de inscribir su nombre en el gran libro de la historia humana, no precisamente como figura menor, pues estaba convencida de que se convertiría en una de las mujeres fundamentales, casi a la par de Eva, la primera, con la ventaja que ella era de carne y hueso, no un mito discutible. De todas formas tenían algo en común, las dos le debían a un hombre la posibilidad de vida, bien en forma de costilla o de las gotas de un sin igual líquido, transportado subrepticiamente al espacio. Seguir leyendo

"El tercer planeta" por Jerson Lizarazo

26 May

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias – Microrrelato.

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El tercer planeta

Jerson Lizarazo


Los siete descendieron de los cielos. Respiraron con dificultad el aire pesado del Tercer Planeta. Ante ellos se alzaban tres gigantes de piedra, tres pirámides que yacían incrustadas entre toneladas de polvo tostado y que agitaban la pasividad de una llanura infinita. Los siete perdieron el aliento.

Pero, ¿Quién construyó todo esto?— aventuró uno.

Ninguno supo responder.

Pasó más de una hora.

El capitán rompió el silencio:

¡Somos viajeros del Segundo Planeta del Sistema Solar! ¡¿Hay alguien aquí?!

El grito se perdió en la llanura.

Habían llegado tarde. Un minuto, un día, un millón de años tarde…


Jerson Lizarazo (Bogotá, 1992). Dedica su tiempo libre a interpretar el piano y estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional de Colombia. Lector por adicción y creador de realidades fantásticas y mundos distópicos. Finalista del VI Concurso Nacional de Cuento. Ha publicado en la Revista Cosmocápsula, en la Revista Ergoletrías de la Universidad del Tolima y recibió una Mención de Honor en la tercera edición del UY! Festival del Miedo, por su microrrelato El chapucear de las gotas.


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Revista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013

«El tercer planeta» por Jerson Lizarazo

26 May

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El tercer planeta

Jerson Lizarazo


Los siete descendieron de los cielos. Respiraron con dificultad el aire pesado del Tercer Planeta. Ante ellos se alzaban tres gigantes de piedra, tres pirámides que yacían incrustadas entre toneladas de polvo tostado y que agitaban la pasividad de una llanura infinita. Los siete perdieron el aliento.

Pero, ¿Quién construyó todo esto?— aventuró uno.

Ninguno supo responder.

Pasó más de una hora.

El capitán rompió el silencio:

¡Somos viajeros del Segundo Planeta del Sistema Solar! ¡¿Hay alguien aquí?!

El grito se perdió en la llanura.

Habían llegado tarde. Un minuto, un día, un millón de años tarde…


Jerson Lizarazo (Bogotá, 1992). Dedica su tiempo libre a interpretar el piano y estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional de Colombia. Lector por adicción y creador de realidades fantásticas y mundos distópicos. Finalista del VI Concurso Nacional de Cuento. Ha publicado en la Revista Cosmocápsula, en la Revista Ergoletrías de la Universidad del Tolima y recibió una Mención de Honor en la tercera edición del UY! Festival del Miedo, por su microrrelato El chapucear de las gotas.


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Revista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013

"Semántica de la tristeza" por Luis Cermeño

23 May

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Semántica de la tristeza

Luis Cermeño


Dedicado al explorador espacial:

Andrev Philippus Xcube_R

I

Una vez terminó la guerra contra los invasores nada fue igual para Andrev Vz. Ni las medallas, ni las condecoraciones que adornaban en abundancia las paredes de su cuarto, remediarían la pérdida de su hija y de su mujer en Tierra mientras él celebraba sus triunfos y naves derribadas en órbita.

No significaban nada las miradas de respeto que inspiraba en sus otros kamarades, toda la champaña desperdiciada a su nombre, las insinuaciones que le prodigaban las otras cadetes porque le reconocían como un gran héroe consagrado, aún previamente a las ceremonias de honores y las subsiguientes palabras del presidente. ¿Pero –él se preguntaba– qué era lo que lo elevaba por encima de los otros hombres? ¿Sentarse en una nave y oprimir compulsivamente un comando hasta que un destello colorado apareciera en la espesa oscuridad del espacio? ¿Tener los cojones y el estómago suficientemente duro para esperar lo peor de repente mientras manipulaba su carro espacial sin vomitar, sin perder el control?

Por más que se lo repitieran los altos grados oficiales de la Tropa Universal, sus kamarades, el mismo presidente; por más que los medios no escatimaran para elogiar su nombre como el gran héroe Vz; por más de todo eso, no podía dejar de abrumarse con un espantoso ánimo de remordimiento, culpa e impotencia al imaginar todo el dolor y angustia de los últimos minutos de vida de su familia.

La forma en que las encontraron, la manera en que las mancillaron y se sobrepasaron con ellas, traspasando todas las fronteras del horror, no tenía nombre ni explicación. El médico que le comunicó la noticia fue tajante como el acero ante la pregunta: ¿sufrieron mucho al morir? Certero como un cañón que arrastra la cabeza de un hombre, no dudó un segundo en responder: Sí, terriblemente.

Vz, el gran héroe, con un destino encontrado y trágico al regreso a casa. Como si las tinieblas lo hubieran devorado de repente no pudo musitar palabras, ni llorar, ante los millones de espectadores que morbosos querían ver su reacción frente a las cámaras, escuchar una palabra de él que los hiciera mantenerse frente a las pantallas. Pero Andrev no reaccionó y solo se fue a casa como ya había planeado hacerlo, antes de saber la noticia.

Los meses pasaron lánguidos e ingrávidos frente al aparato de video que no dejaba de recordarle lo grandioso que era ser un héroe.

Ánimo cadete, no es sino otra prueba que la vida te ha puesto.

Andrev no pudo contener su rabia:

<<¿Qué vas a saber de pruebas tú, aparato de mierda?>>

En una de esas ocasiones sintió ganas de salir de su encierro, pero un minuto afuera y el aire imposible de la ausencia de su mundo con ellas lo asfixió a un nivel de crueldad extrema en el que le resultaba insoportable poder sostenerse. Otro día terminó en una cantina, gritando obscenidades racistas y escupiendo baba como un perro. Todos lo reconocían y nadie quiso sobrepasarse con el miserable héroe. Aquella condescendencia humillante lo exasperó y terminó por arrojarse a la avenida, a la suerte de algún conductor apresurado que pudiera estropearle su inválido cuerpo militar, de residuo -fetiche de los grandes propagadores de la guerra -quienes lo consideraban como un <<héroe>>, lo mismo que a los perros que sacrificaban los consideraban <<sus amigos>>.

Despertó del accidente en una inmaculada alcoba y supo que estaba en la Clínica Militar del Espacio. Su suerte no podía ser peor. Aparentemente su cuerpo no había sufrido mayor daño: una fractura en la clavícula y una leve perforación del intestino que con las técnicas nano-homeopáticas se recuperaba satisfactoriamente. Fue cuando se acercó el médico con frialdad de acero:

– Lo que me preocupa realmente es usted, Héroe Vz.

– Deje de llamarme así. Un verdadero héroe es el que se preocupa por su familia, el que está allí siempre para ella. No tiene nada de heroico ser el vanidoso que derrumba naves para otros en el espacio y desatiende lo que más le concierne, a los suyos.

– Precisamente, su mayor problema consiste en no sobreponerse a los recuerdos, al pasado.

– Doctor, discúlpeme pero usted no tiene idea de lo que está hablando. Cómo espera que yo…

– Estuvimos hablando de su extraordinario caso, Héroe, en la junta médica. Llegamos a la sabia decisión de sugerir para usted el tratamiento PKNzeta, el cual le permitirá borrar de su pasado todos los recuerdos junto a su familia, los momentos con su esposa y todo lo relacionado al respecto, contando la vida de mierda que ha llevado desde la noticia.

– Cóm… pero… Espere un momento, ¿cómo espera que yo borre esos recuerdos con mi familia, con mi mujer, con… si son los recuerdos más hermosos que he tenido en mi vida? ¿Está loco o qué le pasa?

– Héroe, sabemos que debido a lo revolucionario del tratamiento esta alternativa puede generar malos entendidos. Pero… piénselo bien, ¿no quisiera usted haber llegado de su misión como héroe y sencillamente disponerse a disfrutar de todas las ventajas, todas las puertas abiertas dada, su nueva posición? El mundo prácticamente está a sus rodillas. Todos quieren ser como usted. Si hasta los muchachos coleccionan cromos con sus fotografías. Y los registros de nacimiento revelan el nivel de la idolatría que le profesan: el 80% de niños que nacieron luego de la misión contra los invasores se llaman Andrev.

– ¿Y por qué no borrar esa estúpida guerra de mi cerebro y del cerebro de toda la gente de una buena vez por todas? Yo quiero a mi familia y usted pretende arrancármela del todo, arrebatándomela incluso de mi espacio más íntimo, mis recuerdos, lo único que me queda de… ellas.

El rechazo rotundo de Andrev Vz fue titular en los noticieros y los diarios. La junta médica decía que era un gran desatino de quien llamaban <<El Héroe>>, esto sólo podía comprobar la gravedad de la enfermedad mental que padecía.

Toda una delegación de embajadores de paz y niños cantores llegaron a entonarle himnos de persuasión a Vz:

Mejor olvidar a sufrir en un mundo de sombras

los recuerdos son bellos pero también fustigan

Mejor renacer en un mundo sin sombras

los recuerdos son bellos pero también fustigan

II

Piensas en tu mente como una señal de radio con interferencia. A veces logras escuchar una voz, otras veces una canción que vagamente reconoces; te haces una somera idea de lo que está pasando en aquella frecuencia sin saber nunca su tema, si tiene tema, si realmente es una señal continua o puede ser que captes otras señales que a veces se atraviesan en esa frecuencia. Piensas en tu mente como si no existieran otras mentes. Las ideas no se tocan; algunos dicen que tales ideas existen como causa, porque gracias a ellas es posible hacer, <<materializar>>, lo abstracto en lo concreto. Piensas ahora en tu gran arrogancia mental frente al universo. Como si el hombre constantemente tratara de vérslas con entidades a las que su inteligencia no se aproxima. La primera de estas entidades inalcanzables: su propio ser interior.


Ese hombre que me mira <<inmerso>> en el cristal ¿quién es? ¿Desde dónde aparece? ¿Por qué devuelve esa mirada hacia mí, al verlo? En sus ojos se revela una verdad incuestionable: él sabe quién soy yo, mas yo no sé quién es él. Ese hombre me devuelve la mirada con soberbia, como si siempre hubiese estado allí, donde yo jamás pudiera alcanzarlo.

Estoy cansado, agotado, otro día de mierda me espera.
Desde el instante en que decidí seguir viviendo (esto es, envejeciendo), cuando decidí alejarme de los problemas, ese día firmé mi acta de defunción. Invisible andaba por el mundo, sin hacer daño a nadie, <<sin meter la pinga donde no corresponde>>, como dicen en las cantinas. Iba caminando muy erguido, por donde uno no se puede desviar sin que corra el riesgo de que le hagan volar el sombrero.

Probé ser normal, pero fracasé.


Llevaba una vida de insignificancia, los macarras me decían: <<tu vida es un sueño>>. Tenía un apartamento hermoso en un bello barrio cerca a las colinas, a donde me dirigía todas las mañanas para correr y llenarme los pulmones de aire fresco. Era, lo que se llama, <<un hombre de respeto>> que inspiraba la admiración y la envidia de muchos. No contaba con que las peores pesadillas que no me atrevía siquiera a nombrar cayeran como suaves ráfagas de granizo sobre mis hombros. La cabeza no me alcanzaba para entender. El mundo hermoso que daba por hecho se volvía opaco y gris, como velado por el vaho de un demonio que se satisfacía con mi pena, todas las certezas se volvieron interrogantes.

La mente es una cosa y la conciencia otra. Traté por todos los medios de comprender qué me pasaba. Por qué desfallecía. Por qué esta gigantesca tristeza se aferraba a mi corazón con sus dientes de cazador despiadado. Pensé en mil cosas, pero no pensé en la muerte porque no comprendía que(é) era la muerte. El cerebro no podía ir tan lejos.

Viajé hasta la galería Saatchi para apreciar la obra del viejo joven británico Damien Hirst que lleva como sugestivo título: The physical impossibility of death in the Mind of Someone Living (La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo). Ver a ese gran tiburón disecado, su exuberante volumen retraído en las profundas aguas de lo desconocido, me llenó de lágrimas los ojos y terminé rendido, arrodillado, sollozando frente a los límites de mi razón.

III

La abracé y arropé con mi abrigo mientras veíamos el amanecer en el desierto de la Tatacoa. Ella, con una cerveza en lata en mano, me comentaba que no comprendía bien el caso de mi amigo.

– Pero, ¿cómo así <<la semántica del dolor>> si él ya no recuerda la razón de su sufrimiento? No entiendo bien, existe el apremio del dolor sobre su conciencia, pero si ese dolor ya no está provocado por ningún recuerdo, ¿por qué sufre?

– Existen dos tipos de memoria. –Le expliqué mientras veía el anillo de la vía láctea en medio de la mañana estrellada-. Una episódica, la que fue borrada de la mente de Vz; y otra semántica, que fue la que perduró en sus sueños… a pesar de que la mente no recuerda el episodio, la causa de la tristeza, en la conciencia la pena sí está latente y viva. Porque el sufrimiento es un mecanismo, un lenguaje.

– Me recuerda la historia que me contó un amigo. La esposa lo dejó, se llevó a sus hijos a Estados Unidos. – Bebió el último sorbo de su lata de cerveza y me miró de reojo -. Regresó después de un tiempo a pedirle que volvieran, años después. Él la había olvidado, había olvidado todos los recuerdos con ella. Ya no le dolían, pero resulta que se la comió y sintió un dolor extraño, un sufrimiento raro, unas ganas de venganza que ya habían desaparecido… en fin, es un apunte culo.

Nos levantamos dejando las mantas estiradas para que se pudrieran con los años y sirvieran a los carroñeros de referencia. Caminamos hasta lo espeso de la niebla y desaparecimos, soltando nuestras manos, para jamás volver a encontrarnos.


Luis Cermeño nació en Saravena (Colombia) en 1981, es escritor de fantasía y ciencia-ficción. Fue becario en el programa de residencias para el desarrollo de proyectos avanzados en tecnologías en Escuelab, Lima. En esta residencia creó la Plataforma Experimental Futurista Con-textos Alternos y el primer Concurso Escolar de Cuento Yo Soy el Robot, Lima 2010. En Bogotá desarrolló en el 2012 la Plataforma de Creación de Ficciones Futuristas: FUTUGRAMMA (@futugramma) Ha publicado los libros Noches de oriente (Ed.Norma. Bogotá, 2009); Álgebra Pyhare, Cermeño, Escovar (Felicita Cartonera. Asunción, 2010); Tríptico de Verano y una mirla, Cermeño,Escovar, Marsella (Ed. EL Zahir. Bogotá, 2011 – Cinosargo Ediciones. Arica, Chile 2012). Primer lugar, en el concurso Game Over con el cuento Té Vespertino, escrito junto a Felipe Escovar (publicado en Antología del videojuego Game Over. Cinosargo Ediciones, Chile 2012). Es co-editor del Portal: http://milinviernos.com/


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Revista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013

«Semántica de la tristeza» por Luis Cermeño

23 May

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Semántica de la tristeza

Luis Cermeño


Dedicado al explorador espacial:

Andrev Philippus Xcube_R

I

Una vez terminó la guerra contra los invasores nada fue igual para Andrev Vz. Ni las medallas, ni las condecoraciones que adornaban en abundancia las paredes de su cuarto, remediarían la pérdida de su hija y de su mujer en Tierra mientras él celebraba sus triunfos y naves derribadas en órbita.

No significaban nada las miradas de respeto que inspiraba en sus otros kamarades, toda la champaña desperdiciada a su nombre, las insinuaciones que le prodigaban las otras cadetes porque le reconocían como un gran héroe consagrado, aún previamente a las ceremonias de honores y las subsiguientes palabras del presidente. ¿Pero –él se preguntaba– qué era lo que lo elevaba por encima de los otros hombres? ¿Sentarse en una nave y oprimir compulsivamente un comando hasta que un destello colorado apareciera en la espesa oscuridad del espacio? ¿Tener los cojones y el estómago suficientemente duro para esperar lo peor de repente mientras manipulaba su carro espacial sin vomitar, sin perder el control?

Por más que se lo repitieran los altos grados oficiales de la Tropa Universal, sus kamarades, el mismo presidente; por más que los medios no escatimaran para elogiar su nombre como el gran héroe Vz; por más de todo eso, no podía dejar de abrumarse con un espantoso ánimo de remordimiento, culpa e impotencia al imaginar todo el dolor y angustia de los últimos minutos de vida de su familia.

La forma en que las encontraron, la manera en que las mancillaron y se sobrepasaron con ellas, traspasando todas las fronteras del horror, no tenía nombre ni explicación. El médico que le comunicó la noticia fue tajante como el acero ante la pregunta: ¿sufrieron mucho al morir? Certero como un cañón que arrastra la cabeza de un hombre, no dudó un segundo en responder: Sí, terriblemente.

Vz, el gran héroe, con un destino encontrado y trágico al regreso a casa. Como si las tinieblas lo hubieran devorado de repente no pudo musitar palabras, ni llorar, ante los millones de espectadores que morbosos querían ver su reacción frente a las cámaras, escuchar una palabra de él que los hiciera mantenerse frente a las pantallas. Pero Andrev no reaccionó y solo se fue a casa como ya había planeado hacerlo, antes de saber la noticia.

Los meses pasaron lánguidos e ingrávidos frente al aparato de video que no dejaba de recordarle lo grandioso que era ser un héroe.

Ánimo cadete, no es sino otra prueba que la vida te ha puesto.

Andrev no pudo contener su rabia:

<<¿Qué vas a saber de pruebas tú, aparato de mierda?>>

En una de esas ocasiones sintió ganas de salir de su encierro, pero un minuto afuera y el aire imposible de la ausencia de su mundo con ellas lo asfixió a un nivel de crueldad extrema en el que le resultaba insoportable poder sostenerse. Otro día terminó en una cantina, gritando obscenidades racistas y escupiendo baba como un perro. Todos lo reconocían y nadie quiso sobrepasarse con el miserable héroe. Aquella condescendencia humillante lo exasperó y terminó por arrojarse a la avenida, a la suerte de algún conductor apresurado que pudiera estropearle su inválido cuerpo militar, de residuo -fetiche de los grandes propagadores de la guerra -quienes lo consideraban como un <<héroe>>, lo mismo que a los perros que sacrificaban los consideraban <<sus amigos>>.

Despertó del accidente en una inmaculada alcoba y supo que estaba en la Clínica Militar del Espacio. Su suerte no podía ser peor. Aparentemente su cuerpo no había sufrido mayor daño: una fractura en la clavícula y una leve perforación del intestino que con las técnicas nano-homeopáticas se recuperaba satisfactoriamente. Fue cuando se acercó el médico con frialdad de acero:

– Lo que me preocupa realmente es usted, Héroe Vz.

– Deje de llamarme así. Un verdadero héroe es el que se preocupa por su familia, el que está allí siempre para ella. No tiene nada de heroico ser el vanidoso que derrumba naves para otros en el espacio y desatiende lo que más le concierne, a los suyos.

– Precisamente, su mayor problema consiste en no sobreponerse a los recuerdos, al pasado.

– Doctor, discúlpeme pero usted no tiene idea de lo que está hablando. Cómo espera que yo…

– Estuvimos hablando de su extraordinario caso, Héroe, en la junta médica. Llegamos a la sabia decisión de sugerir para usted el tratamiento PKNzeta, el cual le permitirá borrar de su pasado todos los recuerdos junto a su familia, los momentos con su esposa y todo lo relacionado al respecto, contando la vida de mierda que ha llevado desde la noticia.

– Cóm… pero… Espere un momento, ¿cómo espera que yo borre esos recuerdos con mi familia, con mi mujer, con… si son los recuerdos más hermosos que he tenido en mi vida? ¿Está loco o qué le pasa?

– Héroe, sabemos que debido a lo revolucionario del tratamiento esta alternativa puede generar malos entendidos. Pero… piénselo bien, ¿no quisiera usted haber llegado de su misión como héroe y sencillamente disponerse a disfrutar de todas las ventajas, todas las puertas abiertas dada, su nueva posición? El mundo prácticamente está a sus rodillas. Todos quieren ser como usted. Si hasta los muchachos coleccionan cromos con sus fotografías. Y los registros de nacimiento revelan el nivel de la idolatría que le profesan: el 80% de niños que nacieron luego de la misión contra los invasores se llaman Andrev.

– ¿Y por qué no borrar esa estúpida guerra de mi cerebro y del cerebro de toda la gente de una buena vez por todas? Yo quiero a mi familia y usted pretende arrancármela del todo, arrebatándomela incluso de mi espacio más íntimo, mis recuerdos, lo único que me queda de… ellas.

El rechazo rotundo de Andrev Vz fue titular en los noticieros y los diarios. La junta médica decía que era un gran desatino de quien llamaban <<El Héroe>>, esto sólo podía comprobar la gravedad de la enfermedad mental que padecía.

Toda una delegación de embajadores de paz y niños cantores llegaron a entonarle himnos de persuasión a Vz:

Mejor olvidar a sufrir en un mundo de sombras

los recuerdos son bellos pero también fustigan

Mejor renacer en un mundo sin sombras

los recuerdos son bellos pero también fustigan

II

Piensas en tu mente como una señal de radio con interferencia. A veces logras escuchar una voz, otras veces una canción que vagamente reconoces; te haces una somera idea de lo que está pasando en aquella frecuencia sin saber nunca su tema, si tiene tema, si realmente es una señal continua o puede ser que captes otras señales que a veces se atraviesan en esa frecuencia. Piensas en tu mente como si no existieran otras mentes. Las ideas no se tocan; algunos dicen que tales ideas existen como causa, porque gracias a ellas es posible hacer, <<materializar>>, lo abstracto en lo concreto. Piensas ahora en tu gran arrogancia mental frente al universo. Como si el hombre constantemente tratara de vérslas con entidades a las que su inteligencia no se aproxima. La primera de estas entidades inalcanzables: su propio ser interior.


Ese hombre que me mira <<inmerso>> en el cristal ¿quién es? ¿Desde dónde aparece? ¿Por qué devuelve esa mirada hacia mí, al verlo? En sus ojos se revela una verdad incuestionable: él sabe quién soy yo, mas yo no sé quién es él. Ese hombre me devuelve la mirada con soberbia, como si siempre hubiese estado allí, donde yo jamás pudiera alcanzarlo.

Estoy cansado, agotado, otro día de mierda me espera.
Desde el instante en que decidí seguir viviendo (esto es, envejeciendo), cuando decidí alejarme de los problemas, ese día firmé mi acta de defunción. Invisible andaba por el mundo, sin hacer daño a nadie, <<sin meter la pinga donde no corresponde>>, como dicen en las cantinas. Iba caminando muy erguido, por donde uno no se puede desviar sin que corra el riesgo de que le hagan volar el sombrero.

Probé ser normal, pero fracasé.


Llevaba una vida de insignificancia, los macarras me decían: <<tu vida es un sueño>>. Tenía un apartamento hermoso en un bello barrio cerca a las colinas, a donde me dirigía todas las mañanas para correr y llenarme los pulmones de aire fresco. Era, lo que se llama, <<un hombre de respeto>> que inspiraba la admiración y la envidia de muchos. No contaba con que las peores pesadillas que no me atrevía siquiera a nombrar cayeran como suaves ráfagas de granizo sobre mis hombros. La cabeza no me alcanzaba para entender. El mundo hermoso que daba por hecho se volvía opaco y gris, como velado por el vaho de un demonio que se satisfacía con mi pena, todas las certezas se volvieron interrogantes.

La mente es una cosa y la conciencia otra. Traté por todos los medios de comprender qué me pasaba. Por qué desfallecía. Por qué esta gigantesca tristeza se aferraba a mi corazón con sus dientes de cazador despiadado. Pensé en mil cosas, pero no pensé en la muerte porque no comprendía que(é) era la muerte. El cerebro no podía ir tan lejos.

Viajé hasta la galería Saatchi para apreciar la obra del viejo joven británico Damien Hirst que lleva como sugestivo título: The physical impossibility of death in the Mind of Someone Living (La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo). Ver a ese gran tiburón disecado, su exuberante volumen retraído en las profundas aguas de lo desconocido, me llenó de lágrimas los ojos y terminé rendido, arrodillado, sollozando frente a los límites de mi razón.

III

La abracé y arropé con mi abrigo mientras veíamos el amanecer en el desierto de la Tatacoa. Ella, con una cerveza en lata en mano, me comentaba que no comprendía bien el caso de mi amigo.

– Pero, ¿cómo así <<la semántica del dolor>> si él ya no recuerda la razón de su sufrimiento? No entiendo bien, existe el apremio del dolor sobre su conciencia, pero si ese dolor ya no está provocado por ningún recuerdo, ¿por qué sufre?

– Existen dos tipos de memoria. –Le expliqué mientras veía el anillo de la vía láctea en medio de la mañana estrellada-. Una episódica, la que fue borrada de la mente de Vz; y otra semántica, que fue la que perduró en sus sueños… a pesar de que la mente no recuerda el episodio, la causa de la tristeza, en la conciencia la pena sí está latente y viva. Porque el sufrimiento es un mecanismo, un lenguaje.

– Me recuerda la historia que me contó un amigo. La esposa lo dejó, se llevó a sus hijos a Estados Unidos. – Bebió el último sorbo de su lata de cerveza y me miró de reojo -. Regresó después de un tiempo a pedirle que volvieran, años después. Él la había olvidado, había olvidado todos los recuerdos con ella. Ya no le dolían, pero resulta que se la comió y sintió un dolor extraño, un sufrimiento raro, unas ganas de venganza que ya habían desaparecido… en fin, es un apunte culo.

Nos levantamos dejando las mantas estiradas para que se pudrieran con los años y sirvieran a los carroñeros de referencia. Caminamos hasta lo espeso de la niebla y desaparecimos, soltando nuestras manos, para jamás volver a encontrarnos.


Luis Cermeño nació en Saravena (Colombia) en 1981, es escritor de fantasía y ciencia-ficción. Fue becario en el programa de residencias para el desarrollo de proyectos avanzados en tecnologías en Escuelab, Lima. En esta residencia creó la Plataforma Experimental Futurista Con-textos Alternos y el primer Concurso Escolar de Cuento Yo Soy el Robot, Lima 2010. En Bogotá desarrolló en el 2012 la Plataforma de Creación de Ficciones Futuristas: FUTUGRAMMA (@futugramma) Ha publicado los libros Noches de oriente (Ed.Norma. Bogotá, 2009); Álgebra Pyhare, Cermeño, Escovar (Felicita Cartonera. Asunción, 2010); Tríptico de Verano y una mirla, Cermeño,Escovar, Marsella (Ed. EL Zahir. Bogotá, 2011 – Cinosargo Ediciones. Arica, Chile 2012). Primer lugar, en el concurso Game Over con el cuento Té Vespertino, escrito junto a Felipe Escovar (publicado en Antología del videojuego Game Over. Cinosargo Ediciones, Chile 2012). Es co-editor del Portal: http://milinviernos.com/


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Revista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013

"Juan Pérez, viajero del tiempo" por Tito Guillermo Contreras

20 May

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias.

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Juan Pérez, viajero del tiempo

Tito Guillermo Contreras


Para una revista como en la que yo trabajo, un reportaje exclusivo con un viajero del tiempo de vieja data es llamativo. Poder entrevistar a un hombre que desde finales del siglo XX ha sido reconocido como un crononauta sería algo interesantísimo, y más si se tiene la oportunidad de entrevistarlo en varias épocas, es decir, viajar con él a través del tiempo, acompañarlo en sus correrías, saber lo que piensa, pensaba, pensará.

Cuando le hice esta propuesta al director no lo dudó, le pareció oportuno, pero me puso condiciones, en el pasado no podría viajar más allá de los ochentas y en el futuro no más allá del 2050 ya que estábamos cortos de presupuesto, y sólo podía hacer 5 viajes, así que tenía que rastrearlo y ver cuáles eran sus irrupciones temporales más famosas para abordarlo allí.

Para la época en que me propuse realizar la entrevista, los viajes en el tiempo eran más o menos habituales, después de que se popularizaran los cruceros espaciales creo que era el paso a seguir. Sin embargo no dejaba de ser oneroso. Pero viajar en el tiempo ya no era un delito, estaba controlado. No voy a detenerme aquí en implicaciones físico cuánticas o morales, o en paradojas temporales, baste decir que es una industria rentable. Seguir leyendo

«Juan Pérez, viajero del tiempo» por Tito Guillermo Contreras

20 May

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Juan Pérez, viajero del tiempo

Tito Guillermo Contreras


Para una revista como en la que yo trabajo, un reportaje exclusivo con un viajero del tiempo de vieja data es llamativo. Poder entrevistar a un hombre que desde finales del siglo XX ha sido reconocido como un crononauta sería algo interesantísimo, y más si se tiene la oportunidad de entrevistarlo en varias épocas, es decir, viajar con él a través del tiempo, acompañarlo en sus correrías, saber lo que piensa, pensaba, pensará.

Cuando le hice esta propuesta al director no lo dudó, le pareció oportuno, pero me puso condiciones, en el pasado no podría viajar más allá de los ochentas y en el futuro no más allá del 2050 ya que estábamos cortos de presupuesto, y sólo podía hacer 5 viajes, así que tenía que rastrearlo y ver cuáles eran sus irrupciones temporales más famosas para abordarlo allí.

Para la época en que me propuse realizar la entrevista, los viajes en el tiempo eran más o menos habituales, después de que se popularizaran los cruceros espaciales creo que era el paso a seguir. Sin embargo no dejaba de ser oneroso. Pero viajar en el tiempo ya no era un delito, estaba controlado. No voy a detenerme aquí en implicaciones físico cuánticas o morales, o en paradojas temporales, baste decir que es una industria rentable. Seguir leyendo