Archivo | Cosmocápsula número 12 RSS feed for this section

"La tumba del marciano" por Daniel González

23 Mar

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


La tumba del marciano

Daniel González


Aún hoy se recuerda el llamado “incidente OVNI de Aurora” más de cien años después de acontecido, pero normalmente no se mencionan los pormenores que consignó en sus anécdotas personales un testigo de primera mano

Seguir leyendo

"Adaptación" por Marcia Ramos Lozoya

16 Mar

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


Adaptación

Marcia Ramos Lozoya


 

Welcome tu Tijuana,

tierra prometida de migrantes,

nacionales y extranjeros,

donde vale mucho la vida

y la muerte es un negocio.

Roberto Castillo

Melisa Urieta tiene los ojos llenos de agua mientras se asoma por la ventana de su cuarto y mira los árboles caer. Observa las hojas que ya sin vida vuelan sobre los trajes de los extraterrestres quienes, en silencio, van destruyendo las raíces con su láser de meteorito. Respira un momento, recuerda los años que han pasado desde que su madre se fue a trabajar a Estados Unidos por su edad. El tiempo lo aniquila todo, menos la nostalgia de descubrirse en un lugar vacío, piensa. Ya no hay mucho que analizar en Tijuana puesto que toda palabra contenida en algún objeto ha sido eliminada, ejemplos: los carteles luminosos, letreros, libros, etiquetas, cds, álbumes, fotos, canciones, películas, cartas, tarjetas, etc. Tampoco hay vagos, locos o drogadictos, estos fueron asesinados por ser un desperdicio. Los seres humanos vivían bajo el sistema capitalista y laboral, lo único que hemos perdido es nuestro lenguaje y relación con cualquier estado o país.

|

En el año 2050 Tijuana se convirtió en un lugar airado, solitario, una pequeña jaula que nos permite tener la ilusión de que somos libres. Los que más problemas tuvieron de adaptación fueron los ancianos quienes tenían todas sus costumbres arraigadas. Jaime Ochoa, amigo de la universidad me comentó lo difícil que había sido para su padre obedecer las nuevas leyes de la ciudad y dejar de impartir clases. Casi se suicida, me dijo. Ahora los burros del Centro flotan muertos en la presa. Una disculpa, he olvidado por empezar con lo más importante. Mi nombre es John, soy americano, tengo 40 años, una úlcera y vivo aquí desde hace diez años. Vine para encontrarme con Aurora, mi novia, nos íbamos a ver en playas de Tijuana. Ella nunca pudo visitarme porque no tenía pasaporte. Decidí darle una sorpresa, pero ya la habían pasado unos polleros a Estados Unidos y no volví a saber nada de ella. Sus padres me dijeron que de lograrlo, llamaría. No lo hizo.

|

La clase la impregnó de dudas acerca de su propia existencia, la cual estaba decidida por la circunstancias y no por sus propias acciones. No había tenido un novio, pero cada día se sentía más enamorada de Óscar, un chico moreno que en unos años se convertiría en defensor de la nueva sociedad. Melisa y Óscar pelean en clases de contaduría porque a ninguno de los dos le interesa la materia. Tampoco son capaces de admitir que están aburridos de la vida. Óscar era un dibujante de automóviles, Melisa era una bailaría de Jazz y sus compañeros son unos aspirantes a la mediocridad. Por supuesto no admiten que les gusta sentirse superiores a los demás. Por eso hablan y deciden lo que quieren sin importar nada. Nunca se confesarán su amor.

|

Camino a la destrucción: Tijuana Makes Me Happy

|

Un día hace diez años, Melisa Urieta salió de la preparatoria con dos de sus compañeros, se divirtieron en las maquinitas y con la ilusión que éstas dan de poder escoger. Cuando llegó a casa su madre comenzó por advertirle que no tenía trabajo, que había estado buscando, pero que por sus escasos estudios y edad nadie quería contratarla.

––No puedes hacerme esto mamá, no puedes dejarme sola, no puedes abandonarm… ––su madre no la dejó terminar la frase, pellizcó su mejilla y la abrazó muy fuerte. Esa sería la última vez que la vería.

Con el transcurso del tiempo logró matricularse en la universidad, pero todo se convirtió en un caos. Comenzó por salir con mujeres y hombres, emborracharse, probar éxtasis, cocaína y cualquier cantidad de drogas que se le cruzaran por el camino. The life is cruel, decía sonriente a un gringo en un bar del Centro mientras se contoneaba con sus tacones. De pronto, apareció Oscar y se sentó a su lado.

––Hola, mojigata

––Hola, cabroncito.

––Hola, puta.

––Tu madre.

––Las nuestras.

––¿Cómo has estado?

––Estudiando… mal, supongo.

––Te ves bastante jodida. ¿Quieres ir a mi cuarto?

––Está bien.

––¿Quieres o no?

––Sí quiero.

Oscar y Melisa llegaron a su casa, él señaló la habitación, Melisa subió las escaleras ya sin aliento y conciencia. Oscar caminó detrás de ella en silencio, miró lentamente su cuerpo con más lastima que deseo, ella quiso hablar, decir muchas cosas que hace años no pudo por miedo, él ya lo había dicho todo, no existían sentimientos. Comenzó por quitarle los pantalones, la blusa, el sombrero…

Cuando Melisa despertó descubrió una nota a lado de su almohada. Se dio un baño rápido e intuyo que jamás volvería a ver a Oscar. Tomó un camión verde con destino a su casa, al subir el olor a todo le hizo tener náuseas, la marea y quiso gritar de desesperación. El calor entró por su entrepierna hasta que se convirtió en algo más grande.

Adentro las personas figuraban como fantasmas contenidas en un mismo recipiente que pronto serian vaciadas para contener otro. Una joven lloraba en silencio, muchachos recién salidos de la escuela platicaban, hacían bromas sobre los maestros y señalaban palabras obscenas de los libros. Otra señora mantenía el olor a plástico en sus manos después de salir de la fábrica. Melisa pensó en su madre quien trabajaba de cocinera en un restaurante coreano, se obsesiona en cómo estarán de maltratadas sus manos, si su cabeza seguirá manteniendo la misma inteligencia que ella conocía, en si su cuerpo se ha vuelto más pequeño. El camino le pareció largo, pero a medida de que prestaba atención a su ciudad se percataba de la alegría, de los colores, de las ventanas abiertas, los ruidos de carros, las voces, los semáforos, el olor a comida y la posibilidad de que nunca termine de conocer a Tijuana ni a nadie de ese lugar.

En un camión de ruta se puede imaginar el infierno y al mismo tiempo el sentimiento del amor no correspondido. Melisa se dio cuenta que había recorrido ambos y que las personas siguen viviendo sin percatarse de su existencia o tristeza. Llego a su destino más desconcertada que antes. Vuelve a pensar en Oscar y en su habilidad para hacer daño. Va directo hacia su cama, sin revisar o escuchar algo. Se acuesta.

|

Mi nombre es John, sólo lo repito para que no lo olviden. Decidí quedarme en la ciudad más días por si ella regresaba, llamaba o aparecía algún dato. A medida que me iba internando en la ciudad era más compleja y adorable. Los burros disfrazados de cebra como una broma fiel hacia el mexicano, las cantinas con música de Neil Young o Bob Marley. Definitivamente estaba en la alegría de México y en su tradición. La cantidad de restaurantes y plazas queriendo ser más americanas que mexicanas. No me malinterpreten prefiero pensar que México busca su modernización y no copiar el estilo americano solitario. En Estados Unidos no sólo no nos tocamos sino tampoco creemos en otra fuente más amistosa que no sea el dinero y sus proporciones mágicas. El dinero lo mueve todo, por supuesto, menos mi úlcera. Allá todo tiene la finalidad de cubrirlo todo con limpieza y leyes.

La cantidad de vagabundos es mayor día a día. A veces por las noches tenía miedo de salir y encontrarme alguna banda que me subiera a uno de esas camionetas donde te golpean hasta dejarte inconsciente y sin nada. Pero Tijuana es diferente, más honesta, menos simplista, menos cerrada.

En Estados Unidos no puedo llegar a casa de mis padres sin avisar porque en cuanto sienten pasos sacan su arma. En Tijuana los letreros de se busca están por todos lados, las muchachas, las niñas, las sin flor andan muertas o encajueladas.

Aprendí de la cultura viviendo en México, comiendo, cogiendo y soñando. Aurora era de esas muchachas tímidas sin ningún tipo de sueño o meta que la llevaran a Estados Unidos, pero cuando me conoció algo muy adentro nos fue enredando. La extraño. Las mujeres de mi país me gustaban, pero Aurora lo llenaba todo desde los jarritos hasta las pulseras con su nombre.

Me compré una allá por Popotla con su nombre para tenerla cerquita de mi corazón. Aquí las playas parecen oscura para ahuecarse el alma, sin embargo, el amanecer en cualquier lugar da el nombre. Empiezo a sentirme con dolores de cabeza, no sé cuanto tiempo voy a soportar los ruidos, el humo y la escoria de la ciudad. Todo se ha vuelto oscuro, no hay contacto con más humanidad que no sea Tijuana. He comenzado a pensar que en todos los lugares es lo mismo. Que viviremos aislados sin saber de la existencia de los otros. No hay lugar para la espera y ya he perdido la esperanza de ver no sólo Aurora sino a mis padres, a mi país si es que las guerras no han terminado por completo con todo.

|

El comandante Xux junto con el teniente Draj fueron mandando por la comunidad de Fgrs, un planeta no identificado por los humanos. Su misión era conquistar y gobernar una de las ciudades de México, puesto que era un país con potencial para la adquisición de lenguaje, cultura y obediencia. Años atrás, los delegados habían estudiado muy de cerca el planeta Tierra, su historia, la forma capitalista y de gobernar en cada país. Para lograrlo enseñarían su lengua, fotos del planeta, historia, filosofía y sus fortalezas.

Xux había mantenido la esperanza de que se retractaran de llevar la misión, pues le parecía incorrecto y desgastante gobernar una ciudad donde disfrazaban a los animales de otros animales. Pero ese fue el mejor argumento que mantuvieron para convencerlo de que una ciudad como Tijuana podía ser abandonada rápidamente por el resto de su país y del planeta.

De ser necesario colocarían avisos en las computadoras de todas las naciones advirtiéndoles que una bomba nuclear podría estallar ante cualquier manifiesto de revelación o revuelca. Xux le había anunciado a su familia de una misión muy importante que lo haría volver en cinco años por ellos. La familia se va derrumbar pensó, pero no tenía otra opción que seguir las leyes impuestas y decretadas tanto por él mismo como por el resto. Abrazó a su hijo antes de abordar la nave y se despidió de su planeta con la agonía del quizás.

Antes que nada revisaron que las aureolas funcionaran perfectamente, que los alimentos se mantuvieran fresco y de llevar suficiente material didáctico para enseñar a todos su lenguaje Yabe, algunos traductores tanto del español como otros idiomas y fotografías de su planeta.

Xux junto con Cerebro, todo un séquito de naves y compañeros atravesaron dos de las galaxias más inmensas. Estaban listos para todo lo que provocaría su presencia en el planeta. Además la ayuda de Cerebro implicaría la capacidad de relacionarse con los humanos de una forma respetuosa.

Las estrellas brillaban lentamente a lo lejos, pero cada vez que estaban cerca de una de ellas, la luz se volvía intensa casi palpitante en sus propios ojos. Era como si todo el contenido de lo que implica la belleza envolviera la lejanía de su propia orfandad. A medida que pasaba el tiempo se preguntaba si tendría algún sentido deformar la complejidad del ser humano y doblegarla, si era necesario comenzar por una ciudad y no arrasar con todo el planeta de una buena vez. Al fin y al cabo es lo único que sabían hacer: destruir.

|

Aterrizaje nave de Xux

17:00 Melisa se despierta por el ruido de la televisión.

17:10 Melisa se asoma por la ventana de su cuarto y mira a sus vecinos con la vista clavada en el cielo.

18:00 Los vecinos regresan a sus casas.

18:00 Melisa busca noticias por internet.

18:30 Melisa come un sándwich e intenta dormir, pero no lo logra, no puede dejar de pensar en si vio una nave o es un broma. Ningún medio de comunicación sirve.

19:00 Del cielo empiezan a caer unos seres que no se pueden distinguir como humanos.

19:15 En una de las casitas cerca del cerro se asoma un anciano y mira naves negras y de forma triangular de donde descienden unos seres vestidos de negro y con la cara cubierta por un velo del mismo color.

18:00 Alguien toca la casa del anciano.

19:00 La noticia llega a todas partes: Extraterrestres invaden Tijuana. Último comunicado: Están llegando a las casas con un contrato de redención.

20:00 Melisa está aterrada. Los extraterrestres caminan con armas largas y disparan cuanto árbol ven cerca.

20:30 Tocan la puerta, Melisa se siente lista para defender su vida. Se encuentra con Cerebro, una bola color tierra llena de patas y hojas, va estirándose completamente y forma una pared transparente, la empuja. Deja el contrato sobre la mesa.

22:00 El comandante Xux ordena disparar a todo vagabundo, drogadicto y “escoria” que se encuentren. Ordena que todos en la ciudad duerman.

10: 00 Ordena que se quemen todo objeto que contenga palabras.

12:00 Decreta que la ciudad es una nueva nación y todo ser humano que viva en ella tiene que aprender el nuevo lenguaje.

13:00 Tijuana se reconstruye.

13:30 Nadie puede hablar ningún idioma que no sea Yabe y nadie sale de la ciudad.

14:00 Xux manda un aviso a su planeta.

|

Han pasado años, los árboles han ido desapareciendo poco a poco, lo nuevos bebés han crecido, aprendido el nuevo lenguaje y no respetan a los adultos que se empeñan en conservar el español. Nadie se ha atrevido a rebelarse antes las armas de los extraterrestres. Los maestros volvieron a dar clases, las tiendas funcionan y las plazas comerciales otra vez se encuentran funcionando como si no hubiera ocurrido nada. El silencio permaneció poco tiempo. La mayoría se adaptó al nuevo sistema de lenguaje y a convivir entre naves. Por supuesto no existe ni el recuerdo del resto del país o de los otros. Muchos se empeñaron en odiar a su propio país y agradecer la conquista de Xux y sus acompañantes. En Tijuana ya no se ven burros, vagos, drogadictos o cualquier persona sin una función o hábito. Todos trabajan.

Melisa se quita de la ventana y escribe en español sobre su diario para conservar el idioma que le enseñó su madre y sus maestros. Nadie sabe que lo mantiene escondido debajo de una pecera. Permanece mucho tiempo razonando y extrañando el pasado. Ha escrito todo lo que recuerda de sus clases de historia, desde Maximiliano hasta el terremoto que azotó a México. Generalmente busca hacer descripciones muy precisas de los extraterrestres, con el tiempo se convirtieron en su más grande obsesión. Aunque a duras penas podía comprender a los humanos, sentía una atracción por la formación académica de éstos, sus rituales y actividades. El diario también le representa un desahogo a su situación actual. No hay mucho en que entretenerse, las computadoras y televisión ya no existen.

Ahora se utilizan hologramas extendidos en cualquier lugar donde se pueden ver programas y películas sólo en el idioma Yabe. Sin embargo, eso no la distrae de su principal decisión: encontrar a su madre. Formuló un plan donde la ayudaría Oscar quien ahora es uno de los seres humanos preferidos de Xux. Lo llama por uno de los circuitos de quinta dimensión, otra vez no contesta. Cuelga y se agita. Va por su bicicleta y decide traspasar la frontera. No le importa nada. Ella sabe que todas las posibilidades indican que va morir y que esta sola. Su pensamiento es: Tijuana makes me happy.

Xux mantiene su cuerpo erguido va caminando sobre la presa, sus comisarios lo siguen, el traje le aprieta y no tiene forma de comunicarse con su familia.

|

Cuando llegaron lo comprendí todo, mi propia existencia, había quedado aniquilada por la de ellos. Me quede atrapado en Tijuana. Antes sólo era un gringo pendejo, ahora era un gringo que además de pendejo también estaba secuestrado. Pasé años observando muertos y poco a poco fui aprendiendo el nuevo lenguaje. Nunca pude llevarme con otros americanos ni sentirme más solo que al principio.

Han pasado años desde que encontré un nuevo oficio y confieso que me quedé mirando cómo la chica caía muy despacio y después se desplomaba por completo. Unos momentos antes habíamos intercambiado unas cuantas palabras. Ninguno de los dos teníamos intensiones de entablar una amistad, ella sabía que iba morir y que yo terminaría por disparar mi arma. Desde hace tiempo comenzaron por reunir humanos para salvaguardar las fronteras. Cerebro creía necesario que el resto comprendiera el mensaje: el cambio es un hecho y nada regresará al pasado. El resto de los habitantes de la ciudad tendrían que observar cómo más personas se iban enlistando al ejército. Decidí hacer lo propio, quizás más adelante podría pedir clemencia para encontrarla. En mi historia hay demasiados quizás: quizás está carta no llegue a ningún lugar, quizás el resto del país está secuestrado, quizás Aurora es feliz, quizás Aurora esta muerta.

|

John vigilaba la frontera cuando tropezó e intercambió algunas palabras con una joven.

––Hylt

––Puedes hablarme en español, sí lo deseas y en bajito.

––Hace años que no hablo con nadie en español. Pueden escucharnos.

––A quién le importa.

––Me llamo Melisa.

––Soy John.

––Mucho gusto, John.

 


Marcia Ramos Lozoya estudió la Lic. en Lengua y Literatura de Hispanoamérica en la Universidad Autónoma de Baja California. Ha publicado poemas y minificciones  en los libros Poetas parricidas, Antología 1,2,3 por mis amigos, Antología Introducción al lenguaje de los astronautas, Antología de poemas para el fin del mundoAntología pluma, tinta y papel, Antología Sístole/diástole poesía arrítmica, Migraciones y Antología “Escritura sin frontera”. Los libros de su autoría más recientes son Poesía Catártica y Cantarsis. Estudió el Diplomado en Creación literaria en la Casa de Estudios de posgrado Sor Juana. Ha publicado en diversos medios impresos, es directora y editora de Ediciones Cantarsis. Presento su conferencia sobre El primer acercamiento al libro electrónico: el caso del niño hispano en UNEA. Ha impartido diversos talleres de cuento y poesía en escuelas primarias y encuentros literarios. Actualmente está por iniciar su taller de poesía en Ceart para adolescentes y adultos.


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.

"El Lego de James Cameron. Un acercamiento crítico a la película Avatar" por Richard Montenegro Caricote

23 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Artículos.

Volver al índice


El Lego de James Cameron.

Un acercamiento crítico a la película Avatar

Richard Montenegro Caricote


avatar-grupo-li-po-richard-montenegro-ciencia-ficcion-cine

Cuando hablo del Lego de James Cameron no me refiero a que tenga falta de letras o de noticias, tal como lo define el DRAE en su vigésima segunda edición, si no que lo comparo con el más famoso producto de Dinamarca, después de Hans Christian Andersen, el Lego: el juego de bloques prefabricados de plástico interconectables. Cameron tomó unas cuantas ideas bases de la literatura de Ciencia Ficción y el mayor número de situaciones típicas en el cine comercial uniéndolas con alta tecnología y mucho color azul. Aunque, como todo artilugio hecho con bloques Lego, de cerca se noten las uniones. Eso no es objetable, lo negativo es encubrir el aporte o préstamo de elementos de distintos autores sin brindarles el respectivo reconocimiento. Aunque al gran público, como cosa previsible, esto no le interesa y hoy hasta algunos que ayer fueron críticos cinematográficos solventes se desviven en halagos por la ultima producción de Cameron apelando hasta a los clásicos griegos para justificar su juicio. A lo largo de este texto mostraremos de dónde Cameron tomó los bloques Lego con los que armó su película, Avatar.

Seguir leyendo

"Tu madre es una chatarra" por Juan Ignacio Muñoz

20 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


Tu madre es una chatarra*

Juan Ignacio Muñoz


 *Auto-traducción de « Ta mère est un vieux char », publicado en Revue Solaris, No. 189, invierno 2014.

Eres un robot a punto de jubilarse, querido Guy. Tu mano izquierda se oxida y la otra se la pasa sosteniendo, como si tus pupilas ya no grabaran más, la foto de ese cabrón. Esos mafiosos colombianos controlan toda Montreal. Ahora, ¡hasta el 20 de julio es más popular que el 24 de junio o el Día de las Madres!

Señor Gagnon, tenemos los resultados de los mecánicos –interrumpe Yolanda.

Te lleva al laboratorio. Pequeña y esbelta, te gusta esa morena. Serge, en medio de una mesa llena de circuitos y pedazos de carne, pide que te acerques.

Está confirmado, Guy. Un virus atacó los neurocarburadores del auto de García −explica−. En unas cuantas horas los tendones de transmisión se volvieron tierranieve.

Seguir leyendo

"La puerta" por Sandra Leal Larrarte

16 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


La puerta

Sandra Leal Larrarte


the_portal_by_kevinchichetti-d4vafs2

«¿Cómo sabes si la tierra no es más que el infierno de otro planeta?», esta frase célebre del filósofo francés Pierre Teillard de Chardin, me ha acompañado gran parte de mi vida adulta, sobre todo cuando recuerdo a don Leopoldo.

No importa cuántos años hayan pasado y cuantos más pasen, la historia de aquel anciano aún crea ecos en mi mente.

Recién había cumplido los diecisiete años. Las fiestas navideñas estaban en pleno auge y la fiesta se sentía en todas partes. En la mañana, como parte de mis labores sociales para el grupo de la iglesia me había comprometido a acompañar a un anciano que vivía cerca a la misa de gallo, por lo que aproveché la excusa para alejarme de casa.

Seguir leyendo

"Sui generis" por Alejandra P. Demarini

13 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


Sui generis

Alejandra P. Demarini


Ilustración por José Jorge Jaramillo. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Perfil de Facebook

Ilustración por José Jorge Jaramillo. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Perfil de Facebook 

El ascensor llegó a su destino luego de casi cinco minutos de descenso. Las puertas se deslizaron a los lados del cilindro de vidrio templado, y un hombre alto, de impecable traje y cabello entrecano ingresó en el laboratorio.

Era un ambiente que parecía no tener fin, bañado por una luz blanca azulada. El hombre hizo un gesto de desagrado ante el olor a antiséptico y desinfectante, el lugar apestaba a limpio. Perderse en ese laberinto níveo era fácil, pero él ya conocía el camino de memoria: de frente por el pasillo de súper computadoras, a la derecha en los monitores del colisionador de partículas, otra vez derecha en el gran rayo cuya función prefería desconocer, y seguir el río de cables hasta el olvidado almacén de suministros obsoletos.

Ya era muy tarde en la noche, así que nadie lo vería entrar y no salir, pues al fondo, en donde debería encontrarse solo la pared, había un panel oculto tras una loseta suelta, y el código de acceso era conocido únicamente por él y el sujeto que lo esperaba del otro lado.

El doctor Morris parecía al borde de la histeria cuando lo llamó hacía media hora, dijo que su experimento había sido un éxito, que revolucionaría el mundo, que cambiaría el curso de la historia de la humanidad. Hubo un tiempo en el que al hombre le hubiera importado más la cantidad de ceros que tal experimento pudiese poner en su cuenta bancaria, pero eso fue antes de ver con sus propios ojos, y no solo en reportes, el colapso de la civilización por lo que los ecologistas gustaban de llamar “les dijimos que los recursos del planeta no eran eternos, malditos infelices”. Luego de eso, la humanidad se tornó un poco más interesante, sobre todo porque su imperio de ingeniería biológica y física aplicada era uno de los pocos que aún se mantenían en pie.

Más le valía a Morris tener algo bueno.

La palabra que mejor describía el cuarto al que accedió era “caótico”. El escritorio había sido arrimado sin ceremonia contra la pared izquierda, sirviendo de estante para un montículo de libros y papeles, la pizarra de la derecha era un pandemonio de fórmulas, y varias piezas de equipo estaban esparcidas sin sentido por el suelo; al fondo se erguía una cápsula de unos dos metros, con un sinfín de cables conectándola a la maquinaria.

¡Director Magnusson! Gracias por venir a estas horas.

Lo que el hombre creyó que era una pila de ropa frente a un ordenador, resultó ser el robusto y chaparro doctor Morris, desarreglado y un poco jorobado por la edad.

Nada de gracias, Morris, ¿qué otra cosa podía hacer si llamaste con semejante urgencia? ―respondió Magnusson, abriéndose camino hasta el doctor ―Conociéndote, pensé que estabas delirando por la falta de sueño y aire fresco. Otra vez.

Oh, pero ésta va en serio, Magnus ―Morris se paseaba, espídico, de un monitor a otro, revisando apuntes y consultando libros ―. Este último proyecto me ha regresado, con creces, todo mi esfuerzo.

Magnusson suspiró con impaciencia.

Morris, las personas normales necesitamos dormir, ve al grano.

El doctor asintió con una sonrisa frenética, yendo al mando al lado de la cápsula.

Solo observa, Magnus.

Morris accionó un botón y la cápsula empezó a abrirse. Por un momento, la habitación quedó sumida en luz y vaho, hasta que Morris ajustó los controles y se pudo ver el contenido. Era apenas metro y medio de un cuerpo delgado, de una palidez inhumana que parecía resplandecer, al igual que su corto y fino cabello. Al abrir los ojos, mostró su inexpresiva mirada gris.

Permíteme que te presento a A-001, “Ángel” para los amigos.

Morris le dio una palmada en la espalda a su compañero, con el pecho hinchado de orgullo, y Magnusson necesitó de unos segundos para salir de su asombro.

Es… impresionante, Morris ―dijo por fin.

¡Por supuesto que lo es! Ángel es la máxima expresión de la manipulación genética, su ADN está libre de enfermedades y defectos congénitos, resistente al noventa y nueve por ciento de bacterias y virus, y capaz de desarrollar inmunidad al uno por ciento restante; además, sus células están diseñadas para regenerarse cada cierto tiempo, dándole un lapso de vida indeterminado.

El doctor se acercó a Ángel para realizarle los controles de rutina, mientras Magnusson recuperaba su porte.

Siempre te he dado luz verde sin cuestionar, Morris, porque sé que debajo de toda esa locura hay genialidad, y ahora que lo veo… bueno, había empezado a dudar luego de tus últimos experimentos.

¡Ah! ―el doctor se le acercó hasta quedar a solo unos centímetros ―Es porque mis anteriores experimentos intentaban ayudar a la humanidad desde adentro pero, así como el planeta, el banco genético humano ya no tiene nada que ofrecer. ¡La especie está condenada! Y es ahí donde Ángel entra en acción.

Mientras Morris continuaba con sus apuntes, Magnusson se fijó en la creación una vez más. Ángel estaba de pie, sin incomodidad alguna ante su propia desnudez. Fue entonces que el hombre reparó en un detalle.

Ángel es andrógino.

Casi, pero no. Es completamente asexuada, ni varón ni hembra. ¡La primera y la última!

¿Cómo sabes que es mujer?

¿Qué te acabo de decir? ¡No lo es! Elegí el sexo al azar, ¿prefieres el otro? De cualquier forma, Ángel será el padre y la madre de un nuevo eslabón en la evolución humana. ¡Él es la salvación de la especie!

Me da igual cómo la llames, preferiría que me explicaras cómo puede ayudarnos un ser incapaz de reproducirse.

Ángel es mi sujeto de pruebas, quiero asegurarme que todo le funcione a la perfección antes de la fase dos. Las personas no pueden permitirse más errores genéticos.

¿Fase dos?

Sacando la pizarra del camino, Morris reveló una gran pantalla que encendió, mostrando el enajenamiento que gobernaba en el grueso de las otrora metrópolis. Magnusson fue al lado del doctor, y descubrió a Ángel haciendo lo mismo, mirando con inocencia el mundo al que había sido traído.

Magnusson podía ser frío y calculador en muchos aspectos de su vida, incluida su moral; no obstante, sin importar su relevancia científica, lo que él veía en Ángel era una criatura. Así que se quitó el saco y se lo puso en los hombros, ganándose una sonrisa. Su pequeña figura se perdía dentro de la rica prenda de diseñador. La voz de Morris lo trajo de nuevo a la realidad.

Son injertos, Magnus. La fase dos es crear versiones masculinas y femeninas de Ángel, que procrearán con los mejores representantes de la especie humana, salvándola de la extinción.

Entonces sonó la alarma, resonando con fuerza en todos los ambientes y obligando a los presentes a cubrirse los oídos.

Al acto, Magnusson salió del cuarto secreto y corrió por el laboratorio hasta los monitores, con Morris y Ángel detrás de él. Una vez frente las pantallas, el director accedió a la red de vigilancia interna y pudo ver a sus guardias sometidos por un gran grupo de vándalos con pasamontañas, y armados con primitivas combas, fierros y palos que penetraban más y más en las instalaciones.

Magnusson, por segunda vez en lo que iba de la noche, no podía creer lo que veía.

Lo sabía ―dijo Morris.

¿Sabías? ¿Qué? ―en su desesperación, Magnusson tomó al doctor del cuello de su bata blanca ―¡¿Qué sabías?!

¡¿Por qué crees que te pedí un laboratorio oculto?! Vengo trabajando en Ángel por más de un año en el más absoluto secretismo, porque la envidia, Magnus, ¡la envidia!

Magnusson no lo soltaba, pero su furia se transformaba poco a poco en desconcierto.

Mi proyecto se empezó a filtrar ―continuó el doctor, con una sonrisa cada vez más maniaca en el rostro ―, y esos muchachitos ―señaló la pantalla ―, ellos deben de haberse enterado de la fase tres. ¡Oh, Magnus, no podía arriesgar ser interrumpido por tontas investigaciones y procesos inútiles! No te preocupes, viejo amigo, siempre puedes decir que no sabías nada, tuve mucho cuidado de no mencionarte ni de usar ningún registro oficial de la compañía.

El director lo soltó en cuanto empezó el ataque de risa de Morris, retrocediendo, presa ya del miedo al ver al doctor desquiciado y escuchar a los invasores llegando al laboratorio. Gracias al precario estado de sus nervios, tuvo que contener un grito cuando fue sobresaltado por una pequeña mano asiendo su muñeca.

Estarán aquí pronto ―dijo Morris, pareciendo casi ansioso por el arribo de los revoltosos ―. Sabes lo que vale Ángel y lo que le harán si le ponen las manos encima, Magnus. Yo ya acepté mi destino y he cumplido con mi misión al brindarle una buena nueva al mundo.

Morris fue presa de otra carcajada histérica pero, a pesar de la presión de la mano de Ángel, temeroso ante la situación y el estado de su creador, Magnusson no atinaba a moverse, no aún.

¿Q-qué es la fase tres?

Amigo Magnus, una vez que la nueva generación de humanos mejorados esté lista para reclamar el control del mundo, ¿qué crees que se podría hacer con aquellos que no calificaron para el programa de reproducción selectiva? ―la mirada del doctor por poco le hace retroceder otro par de pasos ―Como dije, la humanidad no puede permitirse más errores genéticos.

Magnusson no tuvo oportunidad de expresar su repulsión ante el plan de Morris, ya que segundos más tarde, escuchó la puerta siendo forzada. Sin pensarlo, el director tomó a Ángel en brazos y corrió de vuelta a la habitación secreta.

¡Cuídala, Magnus! ―escuchó el eco de la voz de Morris ―¡Es la única que salvaguarda mi trabajo!

La cacofonía de voces que repicó con la alarma le indicó a Magnusson que ya era muy tarde para Morris pero, con algo de suerte, el enredo que era el laboratorio les brindaría tiempo. El director cerró la puerta detrás de él y se recostó en ella, sudando con la respiración entrecortada, tratando de pensar en qué hacer. Seguro que la policía estaba en camino, y era un hecho que sus abogados necesitarían un aumento por el trabajo que les esperaba los siguientes meses. Sin embargo, en ese momento, su mente debía fijarse en ese pequeño ser que lo veía con intensidad, confundido y asustado.

¿Es cierto lo que dijo Morris? ―preguntó, poniéndose de cuclillas frente a ella ―¿Tú sabes dónde está su investigación?

Quizás la fase tres haya sido inconcebible incluso para él, pero Magnusson debía reconocer la brillantez detrás de la idea.

Ángel asintió. Perfecto. Tenía que proteger esos datos, la mayor parte debía de estar en esa habitación, pero Morris no confiaba en nada ni nadie, ni siquiera sus propios equipos (con algo de habilidad, cualquier hacker puede violarlos, solía decir) y, si confiaba en Magnusson, era porque necesitaba un mecenas o, como en ese caso, un socio que continuara su obra. Así, solo el ser que creó con sus propias manos había sido digno de saber dónde estaba todo.

El hilo de sus pensamientos se perdió cuando escuchó el alboroto que se estaba llevando a cabo. Estaban dispuestos a destruir el laboratorio, y el trabajo de Morris estaba oculto ahí afuera.

No salgas por ningún motivo ―le indicó a Ángel antes de retirarse del ambiente.

Apenas tuvo tiempo de esconder el tablero detrás de la loseta antes de ser descubierto.

¡Miren lo que encontramos! ―gritó uno de los perpetradores ―Avísenle al jefe que el director en persona estaba escondido en un armario, el muy cobarde.

Magnusson hizo toda una puesta en escena de su indignación, pero no opuso mayor resistencia cuando lo maniataron y se lo llevaron con ellos.

Parece que llegamos a tiempo ―anunció el que dirigía el atentado ―. Nuestras fuentes resultaron ser confiables, aún no habían empezado, pero no podemos correr riesgos.

Uno de sus hombres alzó la voz.

¿No puede hacerse de otra forma? Magnusson no era parte del plan, ¡seguro que todos acabaremos en la cárcel!

¡Es un pequeño precio a pagar por evitar que los poderosos sigan jugando a ser dioses!

La mayoría estuvo de acuerdo con el líder, y pronto a Magnusson se le heló la sangre cuando vio sus preciosos equipos ser destrozados y sus archivos quemados. Estaban borrando toda huella del proyecto. Su lucha se tornó real, movido por el horror de lo que estaba viendo, de lo que esos idiotas estaban haciendo, de lo que significaba, pero de nada le sirvió; y fue con amarga resignación que tuvo que presenciar cómo el magnum opus de Morris se perdía para siempre.

Una vez que estuvieron satisfechos con su obra, los maleantes comenzaron la retirada. Magnusson era poco más que un peso muerto al que tuvieron que llevarse a rastras. Vagamente captaba fragmentos de conversaciones, que los federales los esperaban afuera, que si era una situación de rehenes, que los androides ya entraron… El director nunca creyó que llegaría el día en que no le importarían sus detrimentos millonarios, había perdido algo mucho más valioso.

Buscando el consuelo de saber que al menos Ángel se había salvado, el director alzó la mirada hacia el almacén. Parecía que la súbita calma le había indicado al sujeto de pruebas que era seguro asomarse, por lo que sus miradas se encontraron.

Magnusson no sabía qué reacción esperaba ver ante el descubrimiento de la investigación de su creador borrada de la faz de la Tierra, pero ciertamente no era una sonrisa. Poco antes de ser extraído del laboratorio, el director vio a Ángel asir el saco con una mano, ocultando su luz, y posar el índice de la otra en sus labios, pidiéndole guardar el secreto, para luego, con una expresión pícara, llevar dicho dígito a su sien y darse un par de toquecitos en la cabeza.

Con que, ahí estaba la investigación. Morris era un maldito genio.

Los extremistas creyeron que el hombre había perdido la razón cuando estalló en carcajadas, volveré por ti, mascullaba, sintiendo los ojos llenársele de lágrimas, y casi podía escuchar la voz de Morris en su cabeza.

¿Ves? De una forma u otra, será el padre y la madre de la nueva humanidad.


Alejandra P. Demarini (Lima-Perú, 1989). Bachiller en psicología de la Universidad Ricardo Palma, autora de la novela fantástica juvenil El castillo extraño, de Ediciones Altazor. Reside actualmente en la ciudad de Lima, en donde trabaja en su segunda novela, así como varios cuentos cortos.


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.

"La cúpula" por Manuel Jordan

9 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


La cúpula

Manuel Jordan


Ilustración por José Julián Londoño. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Portafolio Cgsociety - Perfil de Facebook

Ilustración por José Julián Londoño. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Portafolio CgsocietyPerfil de Facebook

La cúpula que precedió a la terraformación estaba encima de un cerro amplio y verde. Los árboles asomaban por agujeros enormes en su techo. Desde la distancia parecían manchas, similares a las que adornan la piel de los viejos. Caminaba lentamente hacia ella, esquivando los grandes charcos que dejó el aguacero de la madrugada.

Cuando era un niño jugaba con mi hermano Carlos en ese laberinto lleno de cuartos enormes y puertas siempre abiertas. Mi abuelo trabajó muchos años en esa cúpula cuando este planeta estaba lleno de gases irrespirables. Mi bisabuelo participó en la construcción de los grandes espejos en órbita que calentaron la atmósfera y aumentaron el efecto invernadero. Los padres de mi bisabuelo llegaron en las primeras naves generacionales y vivieron durante décadas en ellas, antes de superar el terror a pisar tierra por primera vez en sus vidas.

Esas naves aún orbitan alrededor de Cabrujas y son grandes mercados donde se compra todo lo que el ser humano es capaz de vender. Mi abuelo me explicó alguna vez que este pequeño planeta extrasolar se llamaba Cabrujas en honor de un antiguo escritor de la vieja tierra; así lo habían decidido los primeros colonos. El nombre oficial, científico, era una larga palabra seguida de números y letras.

Las puertas de la entrada de la cúpula fueron arrancadas y reutilizadas en la construcción de casas y otros mecanismos en el pueblo. Al entrar me llegó el olor de tierra húmeda mezclado con el olor penetrante de algunas flores nativas. La lluvia caída, a través del agujero más ancho, había alimentado un pequeño lago en medio de la construcción. Si hubiéramos recuperado el cuerpo de Carlos, lo hubiera enterrado bajo este techo para que sintiera la lluvia de todas las mañanas.

Carlos vivía con Natalia cuando nos reencontramos. Fue en la nave mercado I; yo trabajaba como técnico de mantenimiento. La nave era administrada por una inteligencia artificial de nombre Pomona. La prohibición de robots obligó a Pomona a contratar mano humana para tareas menores.

Carlos me esperaba en uno de los hangares y me recibió y me abrazó sonriente antes de ayudarme a quitar el traje. Vestía una chaqueta en la cual estaban inscritos, en un azul brillante, los datos que recordaban su reciente investidura como parlamentario de la federación. Me invitó al bar de la nave y en una mesa del fondo, nos contamos historias de nuestra infancia en la cúpula y el pueblo.

Preguntó por mi padre. Le dije que estaba enfermo. Carlos cabeceó borracho, y afirmó convencido:

El viejo es duro, ese no se muere todavía.

Pregunté por Natalia:

Está con tu sobrino, en el pueblo.

Nos quedamos callados un rato, mientras Carlos verificaba mi reacción a la noticia.

¿Cómo se llama el niño? ―pregunté simulando una sonrisa.

Marcos, como el abuelo.

Hablamos de política, Carlos odiaba a las máquinas y celebraba aquel decreto que había prohibido el uso de Robots. Siempre miraba avergonzado el viejo robot que conservaba mi padre para ayudarlo en su vejez. Apoyaba un decreto más radical que prohibiera el uso de inteligencia artificiales cercanas a la humana. Yo no me oponía totalmente al uso de máquinas. Carlos me observaba risueño mientras escuchaba mis escasos argumentos a favor de ellas. Al final nos levantamos de las mesas y yo volví a mi cubículo y Carlos tomó un transporte que lo devolvió a tierra.

Acostado en mi cama, pensé en Natalia. Hubo una abundante cursilería en nuestra relación. Le escribía cartas cuando ya nadie se comunicaba de esa forma.¿Dónde irían a parar todos esos papeles llenos de mi puño y letra?, no había misterios en mi biografía; todo se lo decía. Tal vez, me dejó por eso.

No la odié cuando huyó a Alpes (un planeta de la periferia) con Carlos. Tal vez Carlos se la llevó para joderme la vida. No lo sé. Algo me dice que me merecía todo eso. Es una especie de castigo por una culpa antigua; algo que hice o dejé de hacer. A lo mejor sólo se puede ser feliz en pequeñas dosis.

Al día siguiente bajé al planeta a visitar a mi padre. Su casa estaba situada muy lejos del pueblo en que nacimos. El robot me abrió la puerta y me miró con su único ojo.

Hola Hugo ―dije a la máquina.

Bienvenido, Señor Daniel. Su padre está en la parte de atrás.

Me gustaba Hugo. Lo miraba con el mismo asombro nunca superado de mi infancia. Fue en esa época cuando lo vi, por primera vez, levantar objetos con su multiplicada fuerza. Seguí a Hugo mientras observaba las fotos familiares; una madre casi adolescente aparecía en una de ellas; en otra, mi abuelo, trajeado con un uniforme antiguo de obrero. Más allá un holograma, sobre la mesa de la sala, resplandecía con una copia sin adulterar por el tiempo de la cúpula.

Pasé la mano derecha por el centro de aquel fantasma. Hugo me miró mientras abría la puerta que daba al patio. Mi padre estaba sentado en una silla de amplio respaldo construida por él mismo.

El viejo entendía mejor que cualquier otro, tal vez por eso no me preguntó por Carlos. Hablamos de trivialidades, contó alguna anécdota del abuelo. También hablamos de religión, de la suya, yo me negaba a participar en cualquier arrebato místico. Papá citó algunos párrafos del libro mayor de su fe, palabras sobre moral.

¿Todavía no olvidas a la mujer de tu hermano?, búscate otra ―me recomendó mientras hacia una pausa en su sermón. No dije nada, pero me molestó esa facilidad que tienen otros para juzgar y solucionar los problemas ajenos.

Cuando volví a Mercado I, me encerré un rato a conversar con Pomona. La prohibición de robots antropomórficos la obligaba a proyectar hologramas. Su variedad de rostros siempre me impresionaba; cuando era una junta de encargados, se convertía en una autoritaria e inflexible matrona que daba órdenes y exigía informes. En mi presencia adoptaba el aspecto y figura de una mujer muy joven. Por momentos me recordaba la Natalia de hacia muchos años. Conversábamos de las reparaciones del nivel II, de alguna avería en el puente de Mercado I, etc.

Algunas veces Pomona me preguntaba por Carlos.

Piensa que se puede vivir sin máquinas, ahora quiere que prohíban las IAs, como si fuera tan fácil administrar estas naves y las plantas de energía del planeta.

Me gustaría conocerlo —me dijo Pomona.

No va a querer conocerte.

Pomona estiró su mano vaporosa que atravesó la mía, me sentí conmovido y acepté hablar con Carlos.

Al día siguiente hablé con él, una sonrisa cruzó su rostro cuando le hice la invitación formal de Pomona a visitarla. Se burló nuevamente de mis argumentos a favor de las máquinas y del trato casi humano que daba a Pomona. Al final aceptó, algo molesto por mi insistencia y por la posibilidad de conversar con una máquina.

Ya no logro recordar lo que en verdad ocurrió. Ha pasado un año. Oficialmente fue un accidente. El puente de Mercado I y II falló y Carlos, único transeúnte, se vio disparado por las aberturas al espacio. Los amigos de Carlos en el parlamento no lo creyeron así y culparon a Pomona. Nadie les creyó y sufrieron una monumental derrota en las siguientes elecciones.

Pomona ha verificado una y otra vez las razones del accidente. La principal: Una reparación programada que nunca se ejecutó. Dos de los trabajadores se ausentaron sin causa justificada. Un simple error humano. Natalia también piensa que fue un accidente. Me lo dijo el mes pasado antes de mudarse conmigo.


Manuel Jordan. Ingeniero en computación. He publicado cuentos en la revista colombiana Cosmocápsula, N.3 y otro en cosmocapsula N.7. Obtuve una mención en el concurso de Microcuentos Ciudad de Punto Fijo y un segundo lugar en el  concurso Microcuentos de la década  del periodico Nuevo Dia.  Vivo en el Estado Falcón, Venezuela.


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.

Reseña: "El clon de Borges" de Campo Ricardo Burgos, por David Pérez Marulanda

6 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Reseñas.

Volver al índice


Reseña: «El clon de Borges» de Campo Ricardo

Burgos

David Pérez Marulanda


elclondeborgesEl clon de Borges

Carmpo Ricardo Burgos

Edición de autor

124 páginas

Bogotá

2010

ISBN: 978958447703-3

Tapa rústica

*****

El clon de Borges es la segunda novela del docente universitario y crítico literario Campo Ricardo Burgos, ganador del Premio Nacional de Poesía Colcultura 1993 con Libro que contiene tres miradas. Ha publicado también José Antonio Ramírez y un zapato (2003), Antología del cuento fantástico colombiano (2007), entre otros libros, cuentos y artículos críticos del género de la ciencia ficción.

Narra la experiencia de Antonio Saker, profesor universitario y gran admirador de la obra de Borges, quien es contactado por Miguel Ospino, fanático del mismo autor. Ospino le hace una invitación para encontrarse con él en una finca en Villa de Leyva. El profesor acepta y su anfitrión envía un vehículo que lo recoge en su propia casa.

Al momento de conocerse, Saker se da cuenta de que Ospino ha leído sus libros sobre la obra del escritor argentino. Es precisamente su conocimiento sobre Borges lo que le ha merecido la citación. Comienzan a discutir qué hubiera sido de la literatura, del mundo, si Borges y su obra no hubieran existido. Luego, Ospino propone el tema de qué tal si alguien clonara a Borges, y que este clon escribiera de la misma forma, aunque historias diferentes pues sus vivencias habrían sido distintas. Saker sigue la discusión hasta que se encuentra con la premisa de su interloculor de qué pasaría si, en realidad, ese clon de Borges existiese. Saker lo piensa loco. El hombre le pide que lo acompañe a un cuarto de la finca. Al abrir la puerta encuentran, paseándose entre estantes de una biblioteca, una figura exactamente igual a la de Jorge Luis Borges a sus cuarenta y tantos años.

Finalista del Premio UPC de Novela Corta de Ciencia Ficción 2010, El clon de Borges se publica en edición de autor dadas las dificultades para que el mercado editorial colombiano acepte publicar ciencia ficción nacional. Sin embargo, logra una buena difusión y recibimiento entre los aficionados al género y el autor toma la muy apropiada decisión de ponerla también en libro digital, pues el tiraje en papel fue reducido. Es una novela filosófica con personajes complejos y robustos. Discute el valor de la literatura, la religión, la existencia humana, la vida y la muerte, a través de diálogos densos y muy bien elaborados que dejan al lector todos los interrogantes existenciales que se presentan a cada párrafo. Muestra una interesante perspectiva de la clonación, usualmente explorada en la literatura desde un enfoque biológico o ético, y la orienta a un enfoque artístico: qué sería del arte si se clonara a sus más grandes exponentes, qué nuevas obras vendrían.

Esta novela se ubica en la historia de la ciencia ficción colombiana como una de las mejores obras del género en el país y la mejor del autor hasta el momento. Es de asegurar que Campo Ricardo Burgos nos traerá más obras de esta calidad, sin importar las barreras del mercado editorial.

Ps.

Dada la dificultad de conseguir libros de CF colombiana en las librerías, me atrevo a indicar que se pueden conseguir en la Librería Lerner Centro, en Bogotá, o a través del autor.


David Pérez Marulanda. (Roldanillo, Colombia. 1987) Licenciado en lenguas y docente de inglés. Amante de la Ciencia-Ficción desde siempre. Aprendiz de escritor; cofundador y miembro del equipo editorial de la revista Cosmocápsula.

Blog personal: elpollohipnotico.wordpress.com


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.

"Desde la tribuna" por Tito Guillermo Conteras Suárez

2 Feb

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


Desde la tribuna

Tito Guillermo Conteras Suárez


 

A Leidy Lu, con quien comparto la no pasión por el Fútbol.

Ver fútbol hace unas décadas era divertido. Eso dice mi papá. A mí en todo caso me gusta el de ahora. Como lo conoció mi papá era “movidito”, dice él. Pero con la realidad virtual, la teleholovisión y todo eso que apareció después, la gente ya no iba al fútbol, así que se introdujeron cambios, era de esperarse, se hizo un espectáculo más popular, como el circo en la antigua Roma. Los ganadores además de los goles y los puntos, escogían una terna de futbolistas del equipo contrario y él público decidía quién, de esos tres, debía morir, normalmente en las garras y fauces de un león hambriento que soltaban en la cancha. Un par de guayos hacían mucho en un partido, pero en realidad eran poco útiles frente a un León. En fin, yo lamenté mucho el día que se fue Pelutti, tenía una gran carrera, pero la gente no le perdonó ese autogol en la final del mundial del 34. Recuerdo que el Pelutti sólo pidió una cosa, morir sin la camiseta, quería dejarla como herencia a su hijo. La cosa era a otro precio cuando había empate. Qué épocas románticas en que los técnicos de fútbol no se insultaban en las ruedas de prensa sino que dirimían sus diferencias con un duelo de pistola a 10 pasos, como caballeros. Eran otros tiempos. Hay que admitir eso sí que la cosa se desmadró un poco en algunos países, un día unas barras bravas quemaron un estadio lleno de hinchas de un equipo contrario en un clásico. Cosas así, o como la célebre guerra del penalti, consignada hoy en los libros de historia, en la que se enfrentaron Inglaterra y Argentina. Cobró muchos muertos esa guerra, bárbara. Al final se definió con tiros desde el punto penal. A mí no me tocó, fue unos diez años antes de que yo naciera, pero he visto los videos, carajo, eso era fútbol. En un Buenos Aires medio arrasado por los bombardeos se firmó la rendición británica, en medio del júbilo austral. Después de eso la Fifa prohibió muchas cosas, reglamentó todo, y cuando digo todo es todo. Bueno, no reglamentó, burocratizó todo, comenzando por los hinchas. Todo hincha entra con carnet, pasa por un lector de retina y de huella digital. El balón debe pesarse en una báscula atómica, los recogebolas deben estar entrenados y tener carné de sanidad, la prensa debe ir certificada por el ministerio de defensa nacional. Es cierto que el trámite del partido se demora, pero todo sea por el buen fútbol. Cualquier cambio en la alineación debe ser informado por lo menos con seis meses de anticipación, esto para evitar ventajas de última hora; los cambios especiales, durante el partido deben notificarse en las veinticuatro horas previas al encuentro. Todos los balonpedistas deben pesar lo mismo, es obvio, cualquier diferencia podría ser en detrimento de uno u otro equipo. Ya en el partido, si por ejemplo hay una falta en el área, se debe esperar el peritaje, y si el jugador está simulando le pueden dar hasta doce años de cárcel y una multa de por vida por falsedad, injuria y calumnia. Los jugadores se cuidan mucho de fingir una lesión, incluso si están lesionados de veras. Una vez Romani jugó casi todo el segundo tiempo con la tibia y el peroné rotos, se dieron cuenta cuando los aseadores de los camerinos encontraron astillas de hueso al pie de su casillero. Los tiros de esquina y los penaltis, tienen que ir validados por notario. Los árbitros tienen un chip en su nervio óptico que envía señales a una central remota donde se verifica cada decisión que tomen. Algunos empates se dirimen en juzgado, así que hay una nueva rama del derecho y son los litigantes de fútbol. Se llevan todas las pruebas del caso, entrevistas, videos, testigos oculares, y los testimonios de los jueces de línea que son valiosísimos en estos casos. Sin embargo muchos partidos se han definido por las habilidades de oratoria del abogado de turno. Tengo un amigo jurista que tiene dos copas confederación en su despacho.

Valga decir que todo esto hace que los partidos se demoren días, incluso semanas. Los mundiales de fútbol siguen celebrándose cada cuatro años. Con la diferencia de que durante los cuatro años se juega el mundial y el día de la inauguración del siguiente se proclaman los ganadores del anterior. Sin embargo, aunque la cosa parezca lenta, dinamiza otros sectores de la economía o de la política, por ejemplo, es la época más boyante de las casas de apuestas, hay canales que transmiten veinticuatro horas los juicios de fútbol de todo el mundo, cinco estrellas de fútbol han sido presidentes de diferentes países en los últimos diez años.

Sin embargo mi papá dice que ver fútbol hace unas décadas sí era divertido, que este fútbol de ahora es aburrido, falto de emoción. A mí no me parece.

Autor: Titus


Tito Guillermo Conteras Suárez. Colombiano. Nacido en Pamplona, Norte de Santander, Licenciado en Filosofía de la USTA con especialización en docencia universitaria. Profesor de historia de la Caricatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y profesor de historia del arte y narrativas de la imagen de la Escuela Nacional de Caricatura. ” Mención Honorífica en el primer concurso de cuento breve “Jorge Salazar”, Perú, Julio de 2010.

Coleccionista, estudioso y lector compulsivo de cómics, sobre los cuales ha dictado talleres y charlas, y ha colaborado con el tema para medios de comunicación como Señal Colombia, City TV y la revista Cambio. Fanático del cine y de la literatura de Ciencia Ficción especialmente de autores como H. G. Wells y Asimov. Escritor y caricaturista en sus tiempos libres ha colaborado para revistas como Huellas, de Medellín, Palabrero Virtual y Antropofagia. Tiene un blog dedicado a Batman: www.batiblogdetito.blogspot.com.


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.

"Que se siente" por Rodrigo S. Olivenza

26 Ene

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

Volver al índice


Que se siente

Rodrigo S. Olivenza


Female Warrior Scene por Frost7 en Deviantart.com. Licencia Creative Commons

Female Warrior Scene por Frost7 en Deviantart.com. Licencia Creative Commons 

Que se siente. Que se siente. ¡Por Dios!

La amazona pasa de largo y se pierde por el estrello pasillo del vagón. Suspiro melancólico. Nunca había conocido a una de las mujeres genéticamente alteradas de Nueva Suecia. Hubiera sido divertido. Hubiera.

Un escalofrío me recorre, no por la sueca, ya olvidada y en el fondo de mi mente, sino por la corriente de aire frío que entra por la parte central del vagón, todavía abierta a los pasajeros que suben por el estrecho anden de la estación de Kandor 20, en el norte helado de Kandor.

¡Qué cojones hacemos aquí!

Ya te digo, esto es el puto culo del universo.

Un par de hombres de negocios, con traje adaptado y un abrigo de calor reducido de última generación se sientan en la fila que se sitúa justo delante de mi asiento. Abren sus burbujas holográficas y se envuelven en un halo de privacidad. Todo en diez segundos.

Su sonido se desvanece, dejando en el eco la última frase de uno de los dos antes de que el halo se cerrase

No sé por qué, pero a mí todo el mundo me quiere.

Resoplo, sonriendo amargamente mientras conecto con un giro de muñeca mi reproductor de música, de momento tan solo en formato auditivo. Saco una manta de mi mochila y me tapo con ella. Los pasajeros siguen entrando y el frío se instala en el vagón lenta pero inexorablemente.

En el clímax de una obra en Si bemol Mayor noto como alguien me da un leve golpe en el hombro. Me giro extrañado. Y vaya giro. Uno de los mejores de mi vida.

Es ella, la amazona. Inmensa, casi dos metros por lo menos. Abrigada con un traje de combate ajustado, botas de camuflaje y un abrigo mimético. Lleva una espada envainada en una mano y con la otra me hace gestos hacia mis oídos.

Ay Dios.

¡Hola! Perdona, estaba con la música. — Le respondo sonriendo a sus gestos.

Ah, no pasa nada, pero…es que este es mi sitio. — Dice sonriendo, ¡sonriendo!, y señalando al asiento al lado del mío, el cual se encuentra prácticamente ocupado por mi manta.

— ¡Sí, sí! La quito ahora mismo. — Replico mientras recojo la manta y la aparto de su asiento, liberándolo para ella.

— Gracias. — Su frialdad parte mi sonrisa. Se sienta, cruza las piernas, encaja la espada en el reposa objetos de la parte trasera del asiento delantero y se recuesta en su propio asiento, ocupando la práctica totalidad del mismo.

Mi frase ingeniosa, ocurrente, mordaz y extremadamente divertida muere en mis labios. La novosueca suspira y con la mano izquierda se hace sonar los huesos de los nudillos y de los dedos de la mano derecha. Uno a uno. Y mientras mira al techo con gesto hastiado.

Puede que, en ocasiones falle estrepitosamente en mis juicios de valor, pero ahora estaba seguro de que acertaba. Mejor callado.

Miro por la ventana, sin ni siquiera dirigirle la mirada hasta que, una vez que todos los pasajeros han entrado en el tren, este se pone en funcionamiento, cada vez más rápido, elevándose hasta una altura de setenta metros y circulando a una velocidad indecente por las vías aéreas. Mejor no sentarse en la ventana si uno tiene vértigo. Pienso mientras me giro hacia mi compañera de viaje, en un vistazo rápido, de refilón y mi expresión facial cambia por completo.

Enarco una ceja y sonrío. La novosueca ha sacado, vete tú a saber de dónde, un pequeño libro. Está escribiendo en el mismo y por sus gruñidos, gestos negativos con la cabeza y borrones en el papel puedo ver que no está consiguiendo su objetivo.

Eso no es así.

Su cabeza se vuelve de golpe. Sus ojos incandescentes y llenos de rechazo. De hecho, incluso yo me miro a mí mismo. O lo haría si pudiera. ¿Qué ha sido eso? Las palabras han surgido, automáticamente, de mi boca sin yo quererlo.

¿Perdona? — Me pregunta, su tono acerado.

Lo que buscas es la base de toda composición. — Hago una pausa mientras, asombrada, intercala miradas hacia su papel y hacia mí — ¿Sabes cuál es la tonalidad base? — Añado suavemente. Juguetón.

Claro, es Do Mayor. — Me responde, dubitativa, su elemento gráfico apenas a un par de centímetros del papel.

Pues pon un Do ahí, — le señalo con el dedo, rozando el papel rugoso de la novosueca. — y a partir de ahí cambia la tonalidad y mete…alteraciones accidentales. Con un par bastará.

Parece no darse cuenta de mis palabras, pero tras mirarme asiente y comienza a rehacer el papel, el cual, al cabo de unos instantes luce mucho, mucho mejor. Con un franco asombro levanta la mirada del papel, me mira y, esta vez sí, sonriendo, me pregunta, señalando vagamente por la ventana, dando a entender que estamos en los confines de la Galaxia colonizada.

¿Cómo sabes eso?

Muy fácil. — Le sonrío. Satisfecho. — Soy músico.

Guiño un ojo. Concluyo.

Y la música une.


Rodrigo S. Olivenza es un joven autor español. Ha publicado en revistas como Valinor y miNatura. Este es su primer relato para Cosmocápsula.


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015.