Tag Archives: Dixon Acosta

El regreso de los Archivos Secretos X

29 Ene

Para el amigo Hans, otro fanático de estos archivos y no es secreto.

Debo advertir que esta nota no hace parte de ninguna campaña publicitaria como las extrañas luces que rondaron en la noche bogotana hace unas jornadas, ni este cronista recibe ningún tipo de pago por la productora televisiva (…
http://cosmocapsula.com/2016/01/29/el-regreso-de-los-archivos-secretos-x/

El regreso de los Archivos Secretos X

29 Ene

Para el amigo Hans, otro fanático de estos archivos y no es secreto.

Debo advertir que esta nota no hace parte de ninguna campaña publicitaria como las extrañas luces que rondaron en la noche bogotana hace unas jornadas, ni este cronista recibe ningún tipo de pago por la productora televisiva (ya lo quisiera), pues como el trabajo de ciertos monjes, este es el resultado de una labor silenciosa, solitaria, voluntaria y gratuita. Como debe ser todo ejercicio de memoria y nostalgia.

Los Archivos Secretos X (conocidos como X Files), constituyeron la serie de ciencia-ficción (que en ocasiones se mezclaba con fantasía), más impactante de los años noventa. Empezó siendo un proyecto modesto, creado y producido por Chris Carter y terminó convirtiéndose en un fenómeno social mundial, mucho más que una serie de culto. Los nombres de Mulder y Scully se añadieron a famosas parejas como Holmes y Watson, Romero y Julieta que integran esa misma lista iniciada por Adán y Eva.x-files-art-featured

David Duchovny y Gillian Anderson, ya se ganaron un puesto en la posteridad de los rostros reconocidos de nuestra memoria audiovisual. La pareja de actores han desarrollado otros proyectos tanto en cine y en televisión, pero siempre estarán unidos a la historia del agente Fox Mulder, un advenedizo agente del FBI, que vive atormentado por el rapto de su hermanita aparentemente realizado por extraterrestres y convencido que todo es parte de una gran conspiración universal que involucra aliens con altos funcionarios del gobierno, quien a pesar de tener esta creencia tan extraña, resulta muy eficiente para resolver casos considerados difíciles de explicar y a quien le asignan como compañera a la Dra. Dana Scully, una científica metida a agente federal, escéptica y racional, quien no puede admitir explicaciones paranormales o extraterrestres, aunque luego va sufriendo una verdadera transformación.

chriscarterChris Carter es el responsable de los Archivos Secretos X, se trata de un antiguo periodista que terminó decantándose por la escritura creativa. Algunos creen que Carter fue el director de toda la serie, realmente él dirigió unos pocos capítulos, pues su oficio ha sido el de escribir. De ser periodista y editor de una revista se convirtió en libretista de Disney, pero luego se dedicó totalmente a los Archivos, aunque la realización del programa se convirtió en un trabajo de equipo. Los protagonistas incluso dirigieron algunos capítulos y también aportaron ideas para la serie. Si bien ha participado en otros proyectos, la vida creativa de Carter se ha consagrado a esta serie, que incluso dio para dos largometrajes (1998 y 2008).

La serie televisiva tiene dos ejes en su desarrollo, uno básico y otro flexible. El núcleo duro es la historia de Mulder, en la cual Scully al comienzo es testigo y termina convirtiéndose en partícipe directa en la búsqueda de su compañero por la verdad, sobre la citada conspiración extraterrestre. Lo que le permitió a la serie permanecer nueve temporadas (1993 – 2002) es que no solo se dedicó a explorar esa parte argumental, sino que aparecieron una serie de tramas secundarias sobre diversos casos. En la parte flexible había más libertad para ensayar no solo otras temáticas, sino incluso cambiar el género mismo del programa de naturaleza dramática, pues hubo varios capítulos en donde la comedia hizo aparición. Los espectadores agradecimos que no en pocas oportunidades, guionistas y actores, se burlaron de ellos mismos.

Al comienzo de la serie, en la vida real la relación no era buena entre los protagonistas, pero en pantalla hubo una química instantánea. La racional pero vulnerable Scully enfrentada al creyente y algo paranoico Mulder, aunque fascinada al mismo tiempo con la apasionada búsqueda de la verdad de su compañero. Cuando hablábamos de Romeo y Julieta, así como de Holmes y Watson, no era casualidad, pues la relación entre Mulder y Scully, resultaba una combinación de las otras dos, una pareja de detectives que terminan involucrados en una especie de amor imposible.

Ahora regresan mucho más maduros, dentro y fuera de la ficción. Los dos actores reconocen que se respetan y se profesan cariño, son agradecidos con la serie que los elevó a la categoría de estrellas. Es difícil saber si se tratará del último capítulo de esta historia, al fin y al cabo, siempre habrá más verdades que se esconden allá afuera, para aquellos que desean creer.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter suelo creer que la verdad está afuera, pero sobre todo adentro de nosotros mismos, como @dixonmedellin

La inquietud del sr. Spock – Dixon Acosta

14 Mar

La inquietud del sr. Spock
 
A Leonard Nimoy, In Memoriam
El Señor Spock no podía dormir, lo cual le parecía algo fuera de todo proceso normal, sabía que no se trataba de un problema fisiológico que el Dr. Bones pudiera resolver con sus dispositivos analgésicos. No, por el contrario, se trataba …
http://cosmocapsula.com/2015/03/14/la-inquietud-del-sr-spock-dixon-acosta/

La inquietud del sr. Spock – Dixon Acosta

14 Mar

spock

La inquietud del sr. Spock

 

A Leonard Nimoy, In Memoriam

El Señor Spock no podía dormir, lo cual le parecía algo fuera de todo proceso normal, sabía que no se trataba de un problema fisiológico que el Dr. Bones pudiera resolver con sus dispositivos analgésicos. No, por el contrario, se trataba de su sistema emocional, lo cual le preocupaba mucho más. Seguir leyendo

Editorial: "¿Los drones conocen las leyes de Asimov?" por Dixon Acosta

26 Ene

header

Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Editorial.

Volver al índice


Editorial. ¿Los drones conocen las leyes de Asimov?

Dixon Acosta


Leo que los llamados drones, fueron de los más objetos más vendidos durante la navidad del pasado 2014. Se trata de versiones más “domésticas” de los artilugios que fuerzas militares de varios países ya están usando en acciones de vigilancia y ataque, con el fin de no sufrir bajas humanas. El dron sería en español un vehículo aéreo no tripulado y no solo como juego de palabras, puede que en ocasiones pueda convertirse en objeto volador no identificado.

Me sorprende que los drones puedan ser objeto de comercio tan fácil. Quizás es porque para muchos no pasan de ser juguetes a control remoto, como los carritos, barquitos y avioncitos (todo en diminutivo, para no despertar sospechas) que se ven desde hace décadas. Sin embargo, estos nuevos aparatos han probado que son mucho más sofisticados y de mayor alcance. Las posibilidades son ilimitadas y como siempre no se trata del instrumento en sí mismo, sino de quien lo utiliza. No hablaré sobre los accidentes que pueden causar estos dispositivos, que de por sí son un riesgo potencial, sino del uso deliberado de los mismos.

Así como los drones pueden ser usados desde el punto de vista creativo, por ejemplo, ya se ven videos sorprendentes y bellos captados desde los mismos, también pueden ser utilizados para actividades ilegales, como invasión a la privacidad, desde la precoz iniciativa del adolescente que desea espiar a la vecina atractiva hasta ser utilizados en espionaje de todo tipo, pero también para robos y otros delitos como el narcotráfico, pues los dispositivos se convierten en modernas “palomas mensajeras” capaces de llevar no solo cartas de amor, sino cualquier tipo de productos .

Pero el mayor temor, es que los drones domésticos se convierten en un arma al servicio de los terroristas, cualquiera que estos sean. En un mundo cada vez más convulso, paranoico y amenazado por grupos extremistas, no deja de ser contradictorio que haya tanta libertad para comprar y utilizar los drones. Espero equivocarme, pero no extrañaría que un día de estos sepamos de alguna noticia desagradable producto del uso indebido de estos aparatos. Lo que llama la atención es la falta de regulación sobre el uso y abuso de estos dispositivos.

Hace 73 años fueron publicadas las famosas leyes robóticas del profesor Isaac Asimov, que aparecieron en el relato “El círculo vicioso” de 1942, aunque su concepción se remite a análisis y discusiones previas. Como saben los aficionados a la ciencia-ficción, se trata de 3 leyes básicas para preservar a la humanidad de sus creaciones robóticas. Quien las desconozca o desee repasarlas, dejo el link de la enciclopedia virtual Wikipedia:

Tres leyes de la robótica

No estaría de más que los drones tuvieran incorporado un chip o un comando de instrucción con las mencionadas leyes, mientras vuelan libremente por el mundo. Aunque los primeros que protestarían serían los responsables de la industria militar, porque un dron (entendido como vehículo aéreo de combate no tripulado) que no sea capaz de matar, no pasaría de un inofensivo juguete para niños.

Dixon Acosta Medellín

En Twitter: @dixonmedellin


Volver al índice

Revista Cosmocápsula número número 12. Enero – Marzo 2015

Cosmocápsula, un feliz viaje en el tiempo

14 Ago

bannerpagina12.jpg

Con nuestro décimo número y cinco años de existencia, Cosmocápsula es el tema principal de este artículo de Dixon Acosta en su blog Líneas de Arena, en ElEspectador.com. Ena semblanza de la historia de la revista y de quienes han hecho posible su creación y su crecimiento.

Lea el artículo en: Cosmocápsula, un feliz viaje en el tiempo

«El primer extraterrestre» por Dixon Acosta

15 Jun

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias.

Volver al índice


El primer extraterrestre

Dixon Acosta


El hombre no pudo evitar una sonrisa irónica, pero no era una mueca producto de la soberbia, era el gesto natural mezcla entre satisfacción y nostalgia. Mientras veía a través de la ventana del transbordador aquella gigantesca mole que seguía creciendo y girando, recordaba cuando en su lejana infancia, tan distante como el planeta que había abandonado, repetía sin cesar a todos los adultos su deseo, cuando grande sería astronauta. Claro, aunque le celebraban la ocurrencia, pocos le creían, pues aquella gente humilde era consciente de que un niño de su pobre condición, habitante de un modesto barrio del sur de Bogotá, jamás podría llegar a ser piloto o tripulante de una nave espacial.

La mujer, recluida en el compartimiento médico de la Estación, lucía una expresión triunfante. A pesar de todas las vicisitudes sufridas en los días pasados y de la incertidumbre por su futuro cercano, sentía que había conseguido su propósito en la vida. La victoria en su caso, trascendía la posibilidad de ser uno de los primeros habitantes de la Estación Espacial Internacional, iba mucho más lejos. Se trataba de inscribir su nombre en el gran libro de la historia humana, no precisamente como figura menor, pues estaba convencida de que se convertiría en una de las mujeres fundamentales, casi a la par de Eva, la primera, con la ventaja que ella era de carne y hueso, no un mito discutible. De todas formas tenían algo en común, las dos le debían a un hombre la posibilidad de vida, bien en forma de costilla o de las gotas de un sin igual líquido, transportado subrepticiamente al espacio. Seguir leyendo

"El primer extraterrestre" por Dixon Acosta

15 Jun

headerRevista Cosmocápsula número 5. Abril – Junio 2013. Cápsulas literarias.

Volver al índice


El primer extraterrestre

Dixon Acosta


El hombre no pudo evitar una sonrisa irónica, pero no era una mueca producto de la soberbia, era el gesto natural mezcla entre satisfacción y nostalgia. Mientras veía a través de la ventana del transbordador aquella gigantesca mole que seguía creciendo y girando, recordaba cuando en su lejana infancia, tan distante como el planeta que había abandonado, repetía sin cesar a todos los adultos su deseo, cuando grande sería astronauta. Claro, aunque le celebraban la ocurrencia, pocos le creían, pues aquella gente humilde era consciente de que un niño de su pobre condición, habitante de un modesto barrio del sur de Bogotá, jamás podría llegar a ser piloto o tripulante de una nave espacial.

La mujer, recluida en el compartimiento médico de la Estación, lucía una expresión triunfante. A pesar de todas las vicisitudes sufridas en los días pasados y de la incertidumbre por su futuro cercano, sentía que había conseguido su propósito en la vida. La victoria en su caso, trascendía la posibilidad de ser uno de los primeros habitantes de la Estación Espacial Internacional, iba mucho más lejos. Se trataba de inscribir su nombre en el gran libro de la historia humana, no precisamente como figura menor, pues estaba convencida de que se convertiría en una de las mujeres fundamentales, casi a la par de Eva, la primera, con la ventaja que ella era de carne y hueso, no un mito discutible. De todas formas tenían algo en común, las dos le debían a un hombre la posibilidad de vida, bien en forma de costilla o de las gotas de un sin igual líquido, transportado subrepticiamente al espacio. Seguir leyendo

«El Partido» por Dixon Acosta

18 Dic

© Todos los derechos reservados al autor [no aplica la licencia Creative Commons de esta página web]

EL PARTIDO

Por Dixon Acosta

Ilustración de Temari 09 en flickr, licencia CC BY-SA

Hay un rumor lejano de lluvia. El estadio aparece cubierto e iluminado, sin gente en las tribunas, sólo rodeado por las cámaras de televisión y los parlantes amplificadores de los gritos de los aficionados quienes han pagado desde sus hogares el derecho a ser escuchados en la gramilla, con sus insultos o vivas. Siempre fui un aficionado al fútbol, pero jamás pensé dedicarme a esta actividad con el único fin de asegurarme la existencia.

El otro equipo se ejercita en el pasto artificial, antes del encuentro. Son once individuos silenciosos, enormes, con la mirada clavada en el balón situado en el centro del campo de juego. Hay rumores de que algunos son clones futbolísticos, seres genéticamente perfectos y diseñados en laboratorio para este deporte. El árbitro electrónico recubierto con decenas de visores especiales, ilumina con su bombillo rojo. Para iniciar el partido, sólo esperamos que terminen las apuestas de los aficionados; la verdad, no nos favorecen. Somos los únicos equipos sobrevivientes en el campeonato y hoy se define todo, en la gran final.

Nos acomodamos la ropa especial de color celeste, ceñida por completo al cuerpo y revestida de sensores, los cuales marcan automáticamente cualquier contacto personal, auxiliando al árbitro en el momento de las faltas. Escucho, casi detrás de la oreja, la impaciencia de las barras de fanáticos pidiendo el inicio del partido. La luz amarilla del bombillo se ilumina y tomamos nuestras posiciones en el campo.

Verde. Se inicia el juego. Al comienzo predomina el respeto mutuo, pero el esquema defensivo de los oncenos impacienta al público ausente. Los insultos no se hacen esperar, ordenan mayores acciones de ataque y riesgo. Con el paso de los minutos, es evidente que el otro equipo tiene mejor resistencia física. Mientras nosotros sudamos copiosamente y el cansancio empieza a hacer mella en los cuerpos y espíritus, ellos no se inmutan, por el contrario, parecen inyectarse de renovado vigor. El gol en esas condiciones no se hace esperar, llega por un error de nuestra defensa, al intentar dejar en fuera de lugar al número nueve rival, quien aprovecha la duda y perfora la red electrónica. El grito resuena en nuestro cerebro, nubla la vista y vulnera el ánimo. Un fuerte timbre y el bombillo en rojo anuncian el descanso del medio tiempo.

Nuestro director técnico luce desesperado, intenta en vano explicar diferentes estrategias para empatar. Sin embargo, el llanto interrumpe su instrucción. Al ver esta situación, no soporto más y en un arrebato de liderazgo, exhorto a mis compañeros gritando una frase de ánimo, respondida por los otros sin demasiada convicción.

Las gotas siguen rebotando sobre el techo del estadio. Se inicia el segundo tiempo. Mi posición en el terreno es volante de marca, lo cual significa que no soy protagonista, porque no defiendo ni ataco, ni atajo en el arco, mi función es entorpecer el juego contrario; es una posición cómoda cuando no se tiene vocación de figura. El otro equipo no ataca como en el primer tiempo, sus integrantes dosifican sus fuerzas y permiten que la iniciativa la tomemos nosotros, pero en medio de nuestra confusión, eso parece algo imposible.

No obstante, hay algo en el fútbol, alimento de la pasión y atención de los aficionados: la capacidad de sorpresa e ilógica en el juego; cualquier cosa puede pasar en un partido. Incluso, un momento de súbita inspiración, cuando el volante de marca roba el balón, elude a los contrarios, se atreve a disparar al arco y empata el partido.

solar_soccer La felicidad inunda nuestros rostros y parece revestirnos de nueva energía. Siento por vez primera la emoción de celebrar un gol propio. Nuestro director técnico parece salir del estupor inicial. Imparte órdenes que llegan a través de los microreceptores instalados en los oídos, diseñando tácticas y estrategias, aprovechando la inocultable sorpresa de nuestros oponentes. El público distante en su mayoría calla, los pocos que apostaron al empate celebran ruidosamente. El partido termina en su período reglamentario y se dictamina la manera de definir el campeón, mediante tiros libres desde el punto penal. Ahora todo queda en manos del arquero y en las piernas de los especialistas. Yo respiro tranquilo porque siento que mi labor ha terminado.

Los disparos se turnan, prefiero no mirar directamente y esperar el resultado en las expresiones de mis compañeros. De repente, el técnico me mira diciendo: “Prepárate, vas a cobrar el último tiro”. Intento protestar, pero comprendo que cualquier duda de mi parte, puede derrumbar moralmente al equipo. Debo aceptar el reto. Además es mi día, tal vez me convierta en la figura del partido.

El encuentro sigue empatado, falta un solo disparo, el mío, del cual depende la suerte de los veintidós hombres sobre el campo de juego. Me dirijo hacia el punto blanco que soporta el esférico. Lo sopeso, intentando hacer compatible la patada futura con aquella masa inflada. No quiero ver al portero, pero sé que es desproporcionado en todas sus dimensiones corporales. No lo observo, pero con la mirada periférica percibo su figura cubriendo todo el espacio del arco. Vienen a mi mente los ejercicios de física en el colegio, cuando el profesor nos demostraba que un tiro penal bien cobrado, imprimiéndole la fuerza necesaria, es imposible atajarlo.

De igual forma es importante tener en cuenta el lugar, el sitio infalible es el rincón superior izquierdo, nunca un arquero tiene en cuenta ese sitio. La otra posibilidad era enviarlo al centro del arco, las estadísticas revelan que en un 80% los porteros se lanzan a cualquiera de los costados. Pero en ese momento, recuerdo las viejas leyendas del fútbol que han errado en ese crucial instante. Clavo la mirada en la zona escogida del pórtico, él imaginará que busco despistarlo al señalarle por anticipado la dirección de la pelota, pero también él puede predecir esta intención y hacerme creer que ha sido engañado, aunque acto seguido supone que yo he adivinado su pensamiento. Es una cadena infinita de posibilidades y dudas.

La caravana de pensamientos frena de improviso, ante el pitazo electrónico. El temblor en los muslos parece aumentar. Estoy consciente de haber tomado la distancia justa. Dos pasos cortos, rápida carrera y golpeo el balón. Alcanzo a ver que las apuestas han aumentado dramáticamente a nuestro favor en las paredes del gigantesco tablero. Como está previsto, el arquero se lanza al costado derecho, su mirada desesperada se pega al balón que se estrella en el punto preciso donde se une el horizontal con el vertical.

No siento nada, ni siquiera lástima por todo el equipo. Los compañeros y cuerpo técnico que celebraron hace un rato, no expresan palabra, alguien toca mi espalda intentando dar ánimo. La mezcla de ruidos, con las diferentes reacciones termina por llenar el estadio y mis oídos. Nuestros antagonistas parecen fundirse en un monstruo mitológico, lleno de cabezas, piernas y brazos en festín tenebroso.

Falta esperar la ceremonia de premiación, el podio se levanta automáticamente para que el equipo ganador obtenga la medalla de platino y el trofeo correspondiente. Luego, una de las puertas los deja salir como ciudadanos libres a la calle, donde se convertirán en fanáticos y apostadores, celebrando eternamente.

Ahora nos corresponde el turno, el tablero ennegrecido es el manto perfecto para los murmullos, las votaciones y el posterior escrutinio. No pasa mucho tiempo, una mano tridimensional aparece sobre nuestras cabezas, en forma de puño con el dedo pulgar levantado, girando aleatoria y caprichosamente. Al final se estaciona apuntando hacia abajo, sentenciando nuestro destino.

El nuevo juego se inicia, nuestros trajes cambian automáticamente de color azul a rojo, mientras el verde follaje desaparece para dar paso a la arena sintética. Las puertas se abren, dejando entrar a los salvajes toros, genéticamente transformados en criaturas carnívoras, ya no quedan fuerzas para correr o luchar, por mi parte sólo espero que la embestida no sea dolorosa. Un “ole” retumba en nuestros tímpanos. Por fin escampó.

© Dixon Acosta

"El Partido" por Dixon Acosta

18 Dic

© Todos los derechos reservados al autor [no aplica la licencia Creative Commons de esta página web]

EL PARTIDO

Por Dixon Acosta

Ilustración de Temari 09 en flickr, licencia CC BY-SA

Hay un rumor lejano de lluvia. El estadio aparece cubierto e iluminado, sin gente en las tribunas, sólo rodeado por las cámaras de televisión y los parlantes amplificadores de los gritos de los aficionados quienes han pagado desde sus hogares el derecho a ser escuchados en la gramilla, con sus insultos o vivas. Siempre fui un aficionado al fútbol, pero jamás pensé dedicarme a esta actividad con el único fin de asegurarme la existencia.

El otro equipo se ejercita en el pasto artificial, antes del encuentro. Son once individuos silenciosos, enormes, con la mirada clavada en el balón situado en el centro del campo de juego. Hay rumores de que algunos son clones futbolísticos, seres genéticamente perfectos y diseñados en laboratorio para este deporte. El árbitro electrónico recubierto con decenas de visores especiales, ilumina con su bombillo rojo. Para iniciar el partido, sólo esperamos que terminen las apuestas de los aficionados; la verdad, no nos favorecen. Somos los únicos equipos sobrevivientes en el campeonato y hoy se define todo, en la gran final.

Nos acomodamos la ropa especial de color celeste, ceñida por completo al cuerpo y revestida de sensores, los cuales marcan automáticamente cualquier contacto personal, auxiliando al árbitro en el momento de las faltas. Escucho, casi detrás de la oreja, la impaciencia de las barras de fanáticos pidiendo el inicio del partido. La luz amarilla del bombillo se ilumina y tomamos nuestras posiciones en el campo.

Verde. Se inicia el juego. Al comienzo predomina el respeto mutuo, pero el esquema defensivo de los oncenos impacienta al público ausente. Los insultos no se hacen esperar, ordenan mayores acciones de ataque y riesgo. Con el paso de los minutos, es evidente que el otro equipo tiene mejor resistencia física. Mientras nosotros sudamos copiosamente y el cansancio empieza a hacer mella en los cuerpos y espíritus, ellos no se inmutan, por el contrario, parecen inyectarse de renovado vigor. El gol en esas condiciones no se hace esperar, llega por un error de nuestra defensa, al intentar dejar en fuera de lugar al número nueve rival, quien aprovecha la duda y perfora la red electrónica. El grito resuena en nuestro cerebro, nubla la vista y vulnera el ánimo. Un fuerte timbre y el bombillo en rojo anuncian el descanso del medio tiempo.

Nuestro director técnico luce desesperado, intenta en vano explicar diferentes estrategias para empatar. Sin embargo, el llanto interrumpe su instrucción. Al ver esta situación, no soporto más y en un arrebato de liderazgo, exhorto a mis compañeros gritando una frase de ánimo, respondida por los otros sin demasiada convicción.

Las gotas siguen rebotando sobre el techo del estadio. Se inicia el segundo tiempo. Mi posición en el terreno es volante de marca, lo cual significa que no soy protagonista, porque no defiendo ni ataco, ni atajo en el arco, mi función es entorpecer el juego contrario; es una posición cómoda cuando no se tiene vocación de figura. El otro equipo no ataca como en el primer tiempo, sus integrantes dosifican sus fuerzas y permiten que la iniciativa la tomemos nosotros, pero en medio de nuestra confusión, eso parece algo imposible.

No obstante, hay algo en el fútbol, alimento de la pasión y atención de los aficionados: la capacidad de sorpresa e ilógica en el juego; cualquier cosa puede pasar en un partido. Incluso, un momento de súbita inspiración, cuando el volante de marca roba el balón, elude a los contrarios, se atreve a disparar al arco y empata el partido.

solar_soccer La felicidad inunda nuestros rostros y parece revestirnos de nueva energía. Siento por vez primera la emoción de celebrar un gol propio. Nuestro director técnico parece salir del estupor inicial. Imparte órdenes que llegan a través de los microreceptores instalados en los oídos, diseñando tácticas y estrategias, aprovechando la inocultable sorpresa de nuestros oponentes. El público distante en su mayoría calla, los pocos que apostaron al empate celebran ruidosamente. El partido termina en su período reglamentario y se dictamina la manera de definir el campeón, mediante tiros libres desde el punto penal. Ahora todo queda en manos del arquero y en las piernas de los especialistas. Yo respiro tranquilo porque siento que mi labor ha terminado.

Los disparos se turnan, prefiero no mirar directamente y esperar el resultado en las expresiones de mis compañeros. De repente, el técnico me mira diciendo: “Prepárate, vas a cobrar el último tiro”. Intento protestar, pero comprendo que cualquier duda de mi parte, puede derrumbar moralmente al equipo. Debo aceptar el reto. Además es mi día, tal vez me convierta en la figura del partido.

El encuentro sigue empatado, falta un solo disparo, el mío, del cual depende la suerte de los veintidós hombres sobre el campo de juego. Me dirijo hacia el punto blanco que soporta el esférico. Lo sopeso, intentando hacer compatible la patada futura con aquella masa inflada. No quiero ver al portero, pero sé que es desproporcionado en todas sus dimensiones corporales. No lo observo, pero con la mirada periférica percibo su figura cubriendo todo el espacio del arco. Vienen a mi mente los ejercicios de física en el colegio, cuando el profesor nos demostraba que un tiro penal bien cobrado, imprimiéndole la fuerza necesaria, es imposible atajarlo.

De igual forma es importante tener en cuenta el lugar, el sitio infalible es el rincón superior izquierdo, nunca un arquero tiene en cuenta ese sitio. La otra posibilidad era enviarlo al centro del arco, las estadísticas revelan que en un 80% los porteros se lanzan a cualquiera de los costados. Pero en ese momento, recuerdo las viejas leyendas del fútbol que han errado en ese crucial instante. Clavo la mirada en la zona escogida del pórtico, él imaginará que busco despistarlo al señalarle por anticipado la dirección de la pelota, pero también él puede predecir esta intención y hacerme creer que ha sido engañado, aunque acto seguido supone que yo he adivinado su pensamiento. Es una cadena infinita de posibilidades y dudas.

La caravana de pensamientos frena de improviso, ante el pitazo electrónico. El temblor en los muslos parece aumentar. Estoy consciente de haber tomado la distancia justa. Dos pasos cortos, rápida carrera y golpeo el balón. Alcanzo a ver que las apuestas han aumentado dramáticamente a nuestro favor en las paredes del gigantesco tablero. Como está previsto, el arquero se lanza al costado derecho, su mirada desesperada se pega al balón que se estrella en el punto preciso donde se une el horizontal con el vertical.

No siento nada, ni siquiera lástima por todo el equipo. Los compañeros y cuerpo técnico que celebraron hace un rato, no expresan palabra, alguien toca mi espalda intentando dar ánimo. La mezcla de ruidos, con las diferentes reacciones termina por llenar el estadio y mis oídos. Nuestros antagonistas parecen fundirse en un monstruo mitológico, lleno de cabezas, piernas y brazos en festín tenebroso.

Falta esperar la ceremonia de premiación, el podio se levanta automáticamente para que el equipo ganador obtenga la medalla de platino y el trofeo correspondiente. Luego, una de las puertas los deja salir como ciudadanos libres a la calle, donde se convertirán en fanáticos y apostadores, celebrando eternamente.

Ahora nos corresponde el turno, el tablero ennegrecido es el manto perfecto para los murmullos, las votaciones y el posterior escrutinio. No pasa mucho tiempo, una mano tridimensional aparece sobre nuestras cabezas, en forma de puño con el dedo pulgar levantado, girando aleatoria y caprichosamente. Al final se estaciona apuntando hacia abajo, sentenciando nuestro destino.

El nuevo juego se inicia, nuestros trajes cambian automáticamente de color azul a rojo, mientras el verde follaje desaparece para dar paso a la arena sintética. Las puertas se abren, dejando entrar a los salvajes toros, genéticamente transformados en criaturas carnívoras, ya no quedan fuerzas para correr o luchar, por mi parte sólo espero que la embestida no sea dolorosa. Un “ole” retumba en nuestros tímpanos. Por fin escampó.

© Dixon Acosta