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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.
Dalmaria 13
Luis Adán Díaz Hereira
La espuma del chocolate caliente le recordaba las olas burbujeantes de Dalmaria 13; el pasto verde de su patio, en donde yacía leyendo un libro de aventuras, le recordaba la zona suburbana de Dalmaria 13; la música que salía del tocadiscos de casi cinco siglos le recordaba el sonido ambiente de la nada en Dalmaria 13. Esos recuerdos representaban un mundo del que era dueño, el mundo de Hank Phillip. Plácidamente sumergido en el espectro de sus recuerdos sintió en sus huesos como navegaba por las imágenes de Dalmaria 13. Luego se desconectó la máquina y su estado mutó; sus ojos vivaces se posaron en el cable que debía estar conectado justo debajo de la última vértebra.
–Deja eso –dijo una voz femenina–, yo lo desconecté, lo he hecho por ti. Los recuerdos te están matando.
– ¡Siempre me arruinas mis recuerdos!
–Eres un adicto a los recuerdos, abuelo.
Era cierto, ambos lo tenían claro. Nada se veía con peores ojos en la galaxia que un adicto a los recuerdos. Las razones bastaban, sumándose al desagradable cuerpo que dejaban los adictos a los recuerdos, estaban las alucinaciones, la paranoia, los cambios de ánimo, la depresión y la pérdida de noción de la realidad. Su nieta quería evitarle problemas, le dolía ver a su demacrado abuelo perecer ante el pasado, las épocas doradas. Porque el presente transcurría sin él, sus hijos perdían las visitas esperadas y sus conocidos guardaban puestos en vano para charlas no transcurridas, sus nietos olvidaban el rostro arrugado de un solemne y sabio anciano. El presente lo estaba perdiendo, Hank Phillip ya era cosa del pasado. Y no faltaría mucho para ser tragado por la máquina de recuerdos. El fulgor de su ser se esfumaba y con palabras apenas audibles para la única nieta que lo visitaba se conectó el cable instintivamente.
–Te desconozco, abuelo, –La mujer se dio media vuelta, pero antes de irse, añadió: –buscaré ayuda, te lo prometo.
–Déjame solo –ordenó Hank que aún no había caído en el efecto de la máquina.
Los párpados del anciano bajaron hasta cubrir sus ojos por completo. Sintió recorrer un camino rocoso y volvió a estar en las vastas profundidades de los mares coloridos y las estepas desiertas de Dalmaria 13. La inmensidad de las lunas y el sol esparcidos por el esplendoroso cielo agregaban las pinceladas certeras del paisaje que lo asemejaban a una muy realista pintura de verano. Como esos veranos que pasó en las extremas condiciones calurosas en el mismo lugar; jornadas extenuantes le aceleraban la respiración confundida con un intenso jadeo propio de los caminantes crónicos que recorren cual niños alegres los terrenos del planeta.
Escapaban de su mente algunas ideas entre las caricias del denso viento y los soplos de las frondosas montañas, mezclándose con el sabor del fruto de una tierra fértil como ninguna otra. Hank Phillip había olvidado que por muchas aventuras incesantes que hubiera tenido y por incontables planetas de variable tamaño, composición y contenido, él nunca había visitado ni en sueños esa formación de vida llamada Dalmaria 13, lugar que lo amedrentaba incesantemente.
–Es él –señaló la mujer con el brazo extendido.
Un hombre vestido con bata blanca observó detenidamente al viejo, y torció el rostro al verificar sus temores.
–El hombre se ha traspasado al plano de los recuerdos –dijo con voz tosca–, lo que queda aquí no es sino un frasco vacío. Hemos llegado tarde.
La mujer se cubrió el rostro con las manos, repitiendo lamentos y maldiciones y dando lugar a un segundo hombre que se llevó al anciano sin interrumpir su viaje por los recuerdos.
–Haremos lo que esté en nuestras manos señorita –dijo uno de los hombres mientras salía de aquel patio, en medio de una casa de madera vieja y descolorida.
Hank recorría los caminos rocosos de las montañas cubiertas de humo rojizo. A sus espaldas la brisa desordenaba sus cabellos grises y lo obligaba a encorvarse. En su recorrido, a medida que subía a la cima, brillante, inerte, inconfundible, pero aún así, siempre lejana. Cuando pisó lo que parecía la zona más elevada dio un grito contra el mundo, tomando aire y repitiendo el grito cada cierto tiempo en que parecía responder un inexistente hombre a forma de eco. Mirando los ríos oblicuos que se cruzaban entre sí, y las montañas pares que comparadas a la presente eran pequeños montículos de piedra, sintiendo el fino roce del viento congelado bañando su delgado cuerpo, sintió una punzada en el pecho, la melancolía le latía a la par con el corazón y la lengua le temblaba por la falta de agua y de palabras que necesitaba en un momento como este. Extrañaba con cada gota de sangre que pasaba por su cuerpo y con cada diminuta partícula que lo comprendía al mundo que lo vio reír y llorar en las horas muertas, Dalmaria 13. El sol se ocultó de un extremo del cielo y las lunas se alzaron al otro, ahora los paisajes se oscurecían, la extensión de la tierra tenía un brillo peculiar, mágico, irreal, onírico.
Luis Adán Díaz Hereira, nacido en Barranquilla, Atlántico el 15 de noviembre de 1996, se trasladó junto a su familia desde chico a la capital colombiana, Bogotá D.C. donde se crió toda su vida. Estudia cine y televisión en la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Amante de la ciencia ficción tanto en el medio audiovisuales como en literatura. Sus influencias notables son los escritores Ray Bradbury, Isaac Asimov, Stanislaw Lem y Phillip K. Dick; y el director de cine Andrei Tarkovsky.