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Reseña: «El arte del cuento» de Betuel Bonilla Rojas

4 Mar

El arte del cuento
 Betuel Bonilla Rojas
Trilce Editores
Bogotá
2009
ISBN: 978-958-8616-00-9

Tapa rústica

*****
Por David Pérez Marulanda
El arte del cuento es un manual para iniciarse en la escritura de este género literario. Su autor es Betuel Bonilla Rojas, cuentista y ensayista, docente u…
http://cosmocapsula.com/2015/03/04/resena-el-arte-del-cuento-de-betuel-bonilla-rojas/

Reseña: "El arte del cuento" de Betuel Bonilla Rojas

4 Mar

arte del cuento betuelEl arte del cuento

 Betuel Bonilla Rojas

Trilce Editores

Bogotá

2009

ISBN: 978-958-8616-00-9

Tapa rústica

*****

Por David Pérez Marulanda

El arte del cuento es un manual para iniciarse en la escritura de este género literario. Su autor es Betuel Bonilla Rojas, cuentista y ensayista, docente universitario ganador de numerosos concursos literarios, director del Taller Literario RENATA en el departamento Huila y director de la revista del mismo taller.

En una primera impresión del libro, encontramos una edición en tapa rústica con solapa. El diseño de portada es minimalista y la diagramación del texto, tipo y tamaño de fuente lo hacen muy agradable al leer.

Al explorar los contenidos, encontramos una gran riqueza de temas y subtemas que capturan inmediatamente la atención del lector, atención que permanece altiva durante todo el transcurso de su lectura. La obra se encuentra dividida en tres secciones principales:

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Reseña: «Una triste aventura de 14 sabios» de José Félix Fuenmayor

25 Feb

Una triste aventura de 14 sabios
 José Félix Fuenmayor
Laguna Libros
Bogotá
2011
ISBN: 978-958-99887-2-5
Tapa rústica

*****
Por David Pérez Marulanda
Una triste aventura de 14 sabios es una obra corta (más bien cuento que novela) del escritor, periodista y político barranquillero José Félix Fue…
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Reseña: "Una triste aventura de 14 sabios" de José Félix Fuenmayor

25 Feb

una triste aventuraUna triste aventura de 14 sabios

 José Félix Fuenmayor

Laguna Libros

Bogotá

2011

ISBN: 978-958-99887-2-5

Tapa rústica

*****

Por David Pérez Marulanda

Una triste aventura de 14 sabios es una obra corta (más bien cuento que novela) del escritor, periodista y político barranquillero José Félix Fuenmayor (1885 – 1966), quien es considerado uno de los elementos fundamentales de la literatura colombiana de principios del siglo XX. Fue miembro fundador del Grupo de Barranquilla, círculo de artistas del cual serían parte, entre otros, Alejandro Obregón y Gabriel García Márquez. Aunque a Fuenmayor se le reconoce principalmente por su novela Cosme (1927) es considerado como el primer escritor de la ciencia ficción colombiana con la publicación de la publicación aquí reseñada.

La historia inicia en el salón de lectura de un club, donde un hombre comparte empieza a leer en voz alta un manuscrito titulado Una triste aventura de 14 sabios. Éste cuenta la historia de 14 científicos en diversas áreas que, en compañía de algunos familiares, se disponen a hacer un viaje en una máquina voladora. En pleno vuelo, son afectados por un misterioso fenómeno natural y la aeronave aterriza de manera forzosa. Tras una pesquisa descubren que han sido reducidos a un tamaño diminuto: los granos de arena parecen ahora grandes rocas. Se disponen entonces a intentar establecer contacto con el exterior e informar de este gran evento de la naturaleza.

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Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015

26 Ene

Cosmo-ENE-2015

Fundadores: Antonio Mora Vélez, Dixon Acosta, Juan Diego Gómez Vélez, David Pérez Marulanda.

Comité editorial para este número: David Pérez Marulanda, Diana Paola Lara, Dixon Acosta.

Diseño, ilustración y diagramación: Le Yad, David Pérez Marulanda.

Nota importante: COSMOCÁPSULA no se responsabiliza de las opiniones emitidas en ésta publicación. Lo expresado en cada texto o imagen es responsabilidad única de su respectivo autor.
El logotipo de Cosmocápsula es de © David Pérez Marulanda.
Licencia Creative Commons
A menos que se indique de otra manera, los contenidos publicados en esta revista están bajo Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Colombia. 2013


ÍNDICE

 

Ilustración de portada por Le Yad.

Editorial: ¿Los drones conocen las leyes de Asimov? por Dixon Acosta

Plataforma 391935″ por Malena Salazar

Que se siente” por Rodrigo S. Olivenza

Desde la tribuna” por Tito Guillermo Conteras Suárez

Reseña: «El clon de Borges» de Campo Ricardo Burgos por David Pérez Marulanda

«La Cúpula» por Manuel Jordan

Sui generis” por Alejandra P. Demarini

La puerta” por Sandra Leal Larrarte

Tu madre es una chatarra” por Juan Ignacio Muñoz

El Lego de James Cameron. Un acercamiento crítico a la película Avatar” por Richard Montenegro Caricote

Blinker” por Deivis Cortés

Adaptación” por Marcia Ramos Lozoya

La tumba del marciano” por Daniel González

Julio Verne en la literatura fantástica colombiana

25 Ago

El crítFélix_Nadar_1820-1910_portraits_Jules_Verne_(restoration)ico colombiano Albio Martínez-Simancaha realizado un análisis sobre la influencia de Verne en la literatura Colombiana y lo ha publicado en la revista El Aleph. A continuación puede ver la introducción al artículo.

El torrente literario que generó Julio Verne (1828-1905) en el siglo XIX, tuvo enormes repercusiones en el mundo y de manera especial en los países de Occidente, donde la República de Colombia ocupa especial ubicación geográfica: esquina noroccidente de América del Sur, sobre la línea ecuatorial, en plena zona tórrida.

La influencia de la narrativa del francés en la literatura colombiana se manifestó a través de cuatro escritores, quienes en sus producciones literarias se aventuraron a imaginar novedosas situaciones, cambios sociales, y máquinas de anticipación, fenómenos que nos sorprenden por la osadía con que nuestros autores encararon el futuro de la humanidad. Estos autores son: Soledad Acosta de Samper (1833-1913), José-Félix Fuenmayor (1885-1966), José Antonio Osorio-Lizarazo (1900-1964) y Manuel Francisco Sliger-Vergara (1892-1988).

Lea el texto completo en Julio Verne en la literatura fantástica colombiana.

Via Luis Cermeño

"Parque Cranach" por Juan Ignacio Muñoz Zapata

21 Jul

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Revista Cosmocápsula número  9. Abril – Junio 2014. Cápsulas literarias.

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Parque Cranach

Juan Ignacio Muñoz Zapata


En vísperas de sus ochenta, Berton conservaba una torpeza adolescente. Sus ganas se consumaban detrás de la celosía. Por su torrente sanguíneo corría resveratrol. Se retiró la jeringa del brazo y exhaló, relajándose.

En el balcón, Kimberly tomaba el sol desnuda. Era su esposa, pero qué tan lejos estaba de poseerla como deseaba: pertenecía a todos menos a él, se decía creyéndose el protagonista burlado de una película de adulterio.

Kimberly se percató de su presencia. Le gustaba que la viera con ojos de ternura. La excitaba.

Amor, ¿qué haces ahí? Ven a tomar el sol conmigo. La tarde está deliciosa.

Berton salió con las manos en los bolsillos. Recobraba la normalidad de sus sentidos.

¿No te da miedo? Puede volver a temblar, le dijo con voz distante.

Vamos, Berton, sólo fue un temblor, como ya hay tantos ahora. ¡No es el fin del mundo!, contestó sumergiendo la mirada en una revista.

En la portada, se podía apreciar en tridimensión colorida un chimpancé en traje espacial.

¿Vas a abrir el café? – preguntó la chica.

No. La gente debe estar ocupada arreglando módulos. No hay mucha estabilidad de recepción con tanto jaleo. Abriré a las ocho…

¿Entonces? ¿Por qué no tomas el sol conmigo?

Voy a salir con Salomón.

¿Pero qué coño tienes que hacer con ese viejo?

Es el esposo de Simona, tu tía abuela. Respétalo.

No sé por qué coño a mi tía, una solterona de toda la vida que cambiaba de novio más que de bragas, se le ocurrió conseguir marido a su edad…

Salomón es un erudito. Dio cátedra de biofísica en Berlín y París, y por poco termina de decano en Tokio…

Ya me los has dicho ciento de veces, ¡coño!

Deja de repetir “coño”, por favor… Salomón me ha enseñado muchas cosas.

La chica se puso en posición boca arriba.

Berton, cariño, deja esa cosa de viajar en el tiempo…

Viajar en el tiempo, no… – repuso el hombre distraído por el placer que le procuró la repentina erección – Reversión de la senescencia. Rejuvenecimiento celular. Juvenescencia.

Lo que sea… Sabes que te quiero. No voy a dejarte por ningún chaval de 23 o 25 que haga todas las semanas esquí espacial.

Esquí espacial, la tontería del siglo…– pronunció con desagrado. Se preguntó por qué Kimberly utilizó esa frase para describir a un amante imaginario.

A mí me gustaría hacerlo alguna vez contigo… debe ser alucinante… ¿te imaginas poder ver la Tierra a un lado, toda pequeñita, y al otro, las estrellas? ¿Y saber que tu cuerpo puede ser lanzado allí de un momento a otro? Eso te haría sentir más joven, te lo aseguro.

El viejo se agachó y empezó a acariciarle los cabellos.

Kimbi, no quiero… no quiero aparentar con artificios la felicidad que podría darte a partir de la verdadera naturaleza de mi ser, de un cuerpo lleno de deseos por ti… y que tú desees.

Pero qué cosas, Berton… No entiendo nada de lo que dices

Un viejo tiene derecho a soñar, gatita. Podemos jugarle sucio al destino, ya que él se encarga de hacernos viejos y torpes.

Te pones pesado, joder. No me gusta que hables así. No eres un viejo. Eres un hombre maduro. A mí me gustan los hombres maduros. Deja de ser tonto.

Bien, me voy. Puedes tomarte libre la noche. Me defenderé solo en el café.

¿No necesitarás ayuda?

No. Salomón me ayudará a atender.

Le da mala fama al café, Berton. ¿No lo has olido? Siempre que viene deja un olor de pintura en los muebles que apesta.

¡Pintura!– exclamó. –Ese viejo tiene carisma. Atrae a la gente con sus historias y conocimientos. ¡Que huele a pintura, vaya ocurrencia!

Bueno, allá tú.

Adiós.

Se despidieron con un beso. El viejo cruzó el vestíbulo. Tomó el sombrero y se lo puso frente al espejo. Al abrir la puerta, encontró a Salomón que llegaba y saludaba con una mueca de felicidad. Berton, más serio y sintiendo un ligero olor de pintura, cerró la puerta.

Caminaron unas cuadras sin cruzar palabra. Una fina capa de cenizas suspendidas suavizaba el impacto de la canícula en la acera.

Pobre Kimberly, pensaba Berton, con la piel tan tierna y blanca que tiene… se tostará como camarón si abusa con el bronceo. El otro viejo adivinó el pensamiento: “no te preocupes, es el último sol de la estación. Mañana entramos en el otoño”.

El olor de una churrería los detuvo. Los transeúntes esquivaban corrientes de vapor que se filtraban entre las losas de metal.

Compraremos algo y luego iremos al Parque Cranach– , propuso Berton.

La churrería era pequeña. Una anciana obesa con la piel ligeramente enverdecida atendía frente a un ventilador oxidado.

¿Cuánto tendremos que esperar?, preguntó Berton después de un minuto que le pareció media hora.

Deja trabajar a la señora. Tenemos toda la tarde para caminar y conversar…

Sí, pero este calor…

Hay que ser paciente para todo en la vida.

Eso dices tú, Salomón, pero yo ya me cansé de ser paciente… Señora, ¡los churros!

Cálmate, muchacho… No le haga caso, mi señora, está un poco alterado…

Salomón le pasó la mano por encima de los hombros. Y apartándolo del mostrador, le susurró:

Vuelvo a repetirte que tienes que cultivar la paciencia, aún en los actos más insignificantes.

¿A caso sirve de algo?

Con un poco de paciencia se conquista el mundo, el tiempo, la juventud… y el corazón de las mujeres.

Berton solo retuvo las palabras “conquista” y “juventud”. Volteó la cabeza para observar a la mujer, la lentitud con la que se desplazaba en medio de las radiaciones de fritura. Sin quererlo, la visualizó en el pasado, en un tiempo en el que no había tiempo para ser paciente. Una alegre muchacha sacudía el cuerpo bajo el estroboscopio. El joven y seductor Berton se acercó y le dijo algo apenas perceptible en el bullicio del club. Con un poco de alcohol y buen tacto, la convenció de ir a un lado para concluir el asunto. Pero la joven desvaneció y quedó la vieja.

Un escalofrío extraño acompañó las pulsaciones que crecían en las sienes de Berton.

Salomón intercambiaba opiniones con otra gente. La conversación parecía amena y divertida.

Aquí tenéis los churros, dijo la mujer atragantada de flema y mirando con repulsión a Berton.

Muchas gracias, respondió Salomón inclinándose ante ella y despidiéndose de sus nuevos amigos.

Al salir, Berton se atrevió a lanzar una mirada rápida a la churrera. Ésta lo observaba con indiferencia mientras trataba de tragar lo que bloqueaba su garganta. Berton pensó en pornografía.

Los viejos continuaron su camino hasta desembocar en el bulevar. Desde una esquina, Berton echó un vistazo a su establecimiento, unas cuadras abajo. Todo parecía tranquilo frente al café. Un perro husmeaba entre cajas de cartón.

Viraron a la derecha. Las cúspides de las pirámides se elevaban por encima de los árboles. No estaban lejos. A lo sumo, siete minutos más de marcha.

Salomón se embelesaba con las divas gigantes de la publicidad. Detrás de los cuerpos tridimensionales y los edificios opacados, se proyectaba el imponente ascensor, estructura maleable que permanecía casi siempre erecta, transportando burgueses al cielo, haciendo brillar de arriba a abajo las ocho letras de la Ameuropa.

Berton respiraba tranquilo al saberse estimulado por la vista de las divas. Atrás quedaba la pesadilla erótica con la churrera.

Parece que el temblor no causó daños en la ciudad–, dijo en algún momento Salomón, pero Berton no escuchó. Se imaginaba a Kimberly en la ducha, con el cuerpo de una diva diluyéndose en el agua. Los chorros de luz tenían efecto hiperrealista. De pronto, unas manos inmensas y recias asieron la cintura de la joven esposa, como si sujetaran las tiras del esquí espacial.

Berton tuvo un sobresalto sin darse cuenta de que ya habían llegado al Cranach.

La vuelta a la realidad se debió a que por poco le rompen la nariz. Un chimpancé le había extendido un prospecto de un plan económico para hacer esquí espacial. Tratando de no perder la compostura, Berton se alejó lentamente y giró alrededor de la mano peluda que sostenía el papel. Luego, mirando al animal a los ojos –o al lugar en el que deberían encontrarse –, le dijo más por seguridad que por cortesía: “no, gracias”.

Se vio violentando el primate, golpeándole la cabeza contra el asfalto, destrozándole el casco metálico, sacando un placer casi sexual con tal acto. Tuvo temor de sí mismo.

El chimpancé esbozó una sonrisa tímida y se retiró.

Los malabaristas lanzaban por los aires fetos de delfín, sandías y canastas vacías, que terminaban llenándose. A un costado, una pareja de artistas fingían ser estatuas. Entre hombre y mujer sólo se notaba una corta diferencia de edad. Tutankamón era un andamiaje de piezas y músculos dorados conectado a una máquina de vapor. La reina Anjesenamón, dos veces más pequeña, invitaba a perderse en los detalles de la nanotecnología.

Berton se preguntó si en algo tenía que ver la constante repetición de pensamientos obscenos que experimentaba con aquel olor a pintura que, según Kimberly, expelía Salomón. Ver la pareja de artistas lo excitó de manera embrutecedora.

El otro viejo, mientras tanto, se entretenía tirando migajas de churro a los patos.

Oye, Salomón, no sé qué me pasa…

Un esqueleto verde de tres metros de alto pasó y escupió fuego.

¡Me cago en la…! Vamos a otro sitio, esta gente me saca de madre– gritó Berton con el rostro enrojecido y el cuello de la camisa chamuscado.

Se dirigieron a la pirámide cruzando un huerto de girasoles. Encontraron una banca frente a una de las cuatro aristas del monumento. A un lado de éste, una noria movía gente y chimpancés.

A ver, Berton, dime qué te pasa…

Creo que mi proceso de rejuvenecimiento ya ha empezado.

¿Por qué lo dices?

Todo lo que veo me parece extraño… me provoca pensamientos muy intensos… una intensidad como la que tenía al ser chaval…siento atracción sexual por todo…

Cayendo en cuenta del alcance de sus últimas palabras, Berton se sintió incómodo al tener cerca la cara de Salomón.

Quiero decir…– repuso Berton con dificultad– no es que todo… todo lo que vea me produzca una sensación similar… sólo las cosas que me hacen pensar en mujeres…no hombres…

Salomón soltó carcajadas que se oyeron a lo lejos.

¿Por qué te ríes? Hablo en serio… sólo por las mujeres.

Lo único que perdura es el deseo, no su dirección, Berton.

¿A qué te refieres?

Lo que desea el infante es distinto a lo que desea el hombre maduro, sin embargo es la misma fuerza que los atraviesa…

Eso creo que ya lo dijo Freud…

A su manera, Berton, a su manera. Pero no me refiero a las pulsiones que todo sujeto experimenta. Me refiero a que el deseo configura el tiempo.

¿El deseo configura el tiempo?

El fundamento para rejuvenecer.

–…

Si las inyecciones están surtiendo efecto en ti, tu juventud vendrá con un cambio en la percepción de las cosas, y ese cambio afectará también tu consciencia temporal.

¿Qué es la conciencia temporal?

Es lo que permite estar atado a la realidad… ¿Qué está haciendo este idiota…?

Salomón hizo aspavientos y elevó su mano en señal de saludo. La figura de un astronauta iba ascendiendo en el medio de los girasoles. El tamaño de la escafandra era escandaloso. Al alcanzar su estatura, el hombre caminó con pasos largos hacia ellos.

Salomón se puso de pie y tendió la mano al recién llegado. Este lo hizo esperar un momento, mientras se retiraba el casco. Era un hombre un poco más joven que Berton, pero de aspecto enfermizo. A Berton le pareció que había tensión entre éste y Salomón.

¿Este es tu hombre?– Preguntó sin mirar al aludido.

Sí, se llama Berton, como te dije el otro día. Lleva varias semanas de tratamiento y está empezando a ver resultados.

¿Pero qué otra preparación tiene?

He estado instruyéndolo en las bases filosóficas de nuestras investigaciones. Es de confianza. En cambio, dime tú, ¿cómo se te ocurre salir con el traje a plena luz del día, en el centro del parque? ¡Todo el mundo te ve!

Es la salida más cercana al sector en el que estamos trabajando actualmente, y como se trata de un túnel de compresión, no puedo quitarme el traje antes. Y la gente debe pensar que soy un artista disfrazado.

¿Y por qué no te regresas por el camino habitual?

Salomón, ya sabes todo el tiempo que lleva. No puedo gastar más de un tercio de la jornada de trabajo entrando y saliendo. Esto es un infierno.

El hombre miró a Berton y le extendió la mano.

Venga, Berton, Luciano Dabbabi.

Al ver todos los interrogantes que se dibujaban en el rostro de Berton, Salomón se apresuró a explicar:

Luciano ha sido mi colaborador en las expediciones por Egipto y América Central. Es astrofísico.

¿Astrofísico? ¿Y por eso lleva puesto un traje de astronauta?

Luciano dirigió una mueca de desespero a Salomón, el que prefirió dar palmadas en la espalda de Berton.

Hay muchas cosas que todavía no te he explicado, y hoy vas a tener el privilegio de ir descubriendo.

Le explicarás en el camino– dijo Luciano poniéndose en marcha.

El palacio de cristal encerraba flores salvajes y un jardín acuático entre islotes. Una nube de mariposas obstaculizaba el paso. El aire estaba cargado del olor que dejaba Salomón en los muebles y molestaba tanto a Kelly. Berton se sintió penetrado por aguijones. Contuvo su grito de dolor y sorpresa.

Las mariposas son un sistema de seguridad– explicó Salomón. –Extraen sangre de toda persona que entra en este pabellón para identificar su ADN y permitir su acceso.

¿Y qué pasa si no permiten el acceso a alguien?

Ahora mismo estarías muerto, con la piel llena de agujeros…

Pero…–comenzó a gesticular Berton al percatarse de la seriedad que llevaban sus dos compañeros –si nunca he estado aquí antes, ¿cómo me han identificado?

Las inyecciones, Berton. Tu sangre ya contiene la identificación que las mariposas buscan.

¿Luego no eran para volverme más joven?

También.

Berton notó que Salomón se había molestado con su pregunta.

Luciano interrumpió.

Salomón, ¿tienes un pañuelo?

Este respondió negativamente.

¿Tú, Berton?

Sí, tenía uno, el que Kimberly le había dado en su primer aniversario, y en el que se podían leer en un relieve de hilos dorados las iniciales K&B. Pero al ver a Luciano sudando a borbotones, no dudó en dárselo. Con semejante artificio de clima tropical, era difícil estar dentro de un traje tan grueso.

Comenzaron a subir un puente en arco. Luciano los hacía caminar más lento. La atmósfera pesada entre los tres.

Berton no entendía el porqué de la reacción de Salomón. Sentía que éste se había burlado de sus deseos de rejuvenecer para embarcarlo en Dios sabe qué. Quiso dar media vuelta y regresar al lado de Kimberly.

Algo lo sacó de sí.

¡Miren una tortuga!– Exclamó con la inocencia de alguien que nunca antes había visto un espécimen.

Los otros dos hombres voltearon a verla sin emoción. El animal los observaba desde un tronco. Berton tuvo repentinamente la sensación de que el animal no era real.

¡Cuidado!– gritó Salomón.

Berton vio caer el cuerpo de Luciano en un cuadrado de nenúfares. La escafandra echó a rodar por el puente.

¡Se desmayó, se desmayó!– dijo Salomón tratando de correr hasta el otro extremo.

Berton calculó las distancias y la velocidad de Salomón. Miró de reojo el agua y, en una fracción de segundo, pensó que podía saltar. Por suerte, el traje de astronauta se mantuvo a flote. Luciano cobró consciencia, despatarrándose.

Mientras que Salomón avanzaba hacia Luciano, Berton vio el pañuelo desplegarse en la superficie. Las iniciales K&B brillaban bajo la luz solar que se filtraba por los cristales del techo alto. La delicadeza con la que el pañuelo iba doblándose y cediendo al peso del agua llevó a que pensara en su esposa en el momento de goce.

Tuvo una mala corazonada.

Después de recuperar la escafandra del lodo, los hombres se pusieron en marcha. Berton ayudó a caminar a Luciano, que todavía se hallaba débil.

Salomón, excusándose de su edad y problemas de espalda, prefirió tomar la delantera. Daba pasos largos y enérgicos, mientras intentaba sacudirse el agua de los pantalones.

Berton se extrañó de la rapidez con la que Salomón ejecutaba los movimientos.

Luciano descolgó su brazo de los hombros de Berton. Agradeciendo, se puso a caminar.

Discúlpame, Berton. Perdí tu pañuelo.

No pasa nada. Tengo una colección en casa.

Olía muy bien. Perfume de mujer.

Sí, son un regalo de mi esposa- expresó con una sonrisa tímida.

Salomón, que prestaba atención a la conversación, aprovechó aquel momento de silencio. Se detuvo y se dio media vuelta.

Luciano, lo que tienes es anemia. Mira tu cara. Pálida como unas sábanas. Si regresaras por el camino correcto, no te harías picar más de dos veces por las mariposas.

Berton reparó en la cara de Luciano. Más que la palidez, le llamó la atención que Luciano parecía un poco más joven que antes.

Luciano se dirigió a Salomón, primero con un impulso decidido, y luego titubeando y mirando nerviosamente a Berton.

Salomón, algo extraño pasa con los que toman el otro camino.

¿De qué hablas?

No he vuelto a ver al equipo de Anctil.

¡Ese grupo de arqueólogos decrépitos! Pues qué va a pasar con ellos… que terminaron su trabajo aquí y ahora deben estar gozando de su jubilación en el casino orbital.

O tal vez haciendo esquí espacial– intervino Berton, sintiéndose luego estúpido por la indiferencia de los otros dos, que ya se echaban a caminar.

No entiendo por qué la Ameuropa, que tiene todos los recursos para instalar un ejército y llamar a las nuevas promesas de la ciencia, contrata grupos pequeños de expertos a punto de retirarse para ocuparse del complejo de este parque.

Luciano, la Ameuropa tiene sus tropas combatiendo en otros frentes y sus científicos ocupándose de muchísimos asuntos más. Este parque es una máquina que provee su propia seguridad. Así que no es necesario que haya soldados, si es eso a lo que te refieres. Y nos dejan a nosotros la labor de investigar porque tuvimos acceso a la cultura newtoniana hecha en la Tierra. Incluso tú, que eres astrofísico, fuiste formado en el suelo terrestre y piensas el universo desde aquí. No esos jovencitos de la pos-crisis del 33, que ahora solo se ocupan de la Ciencias Eloísas desde el Espacio.

¿Quién construyó este parque? –preguntó Berton.

La Ameuropa lo instaló aquí –explicó Salomón–, al mismo tiempo que construía la ciudad de la Nueva Gran Canaria que serviría de base y contrapeso al ascensor espacial. Los monumentos piramidales los trajeron de varios puntos del planeta siguiendo unos planos encontrados en un sitio arqueológico en Irán en 1974.

¡Joder!

Los monumentos piramidales son piezas de un gran mecanismo que produce la energía suficiente para elevar varias toneladas desde aquí hasta más allá de la estratósfera, incluyendo la estructura misma del ascensor–. Salomón levantó su mirada hacia los cristales y prosiguió–: la gente paga fortunas para subir por él, ir al casino, ver las estrellas y la Luna de cerca, dejarse arrastrar por una lanzadera, pero no tiene ni idea de cómo funciona… Berton, en otras condiciones, esa torre ya se habría desplomado por causa de su propio peso o habría sido arrancada por la fuerza centrífuga de la Tierra. Tampoco habría forma de generar aire respirable allá arriba. La energía de esta máquina es poderosa. Su simple movimiento ha provocado los temblores de estos días. ¿Por qué genera esta energía? ¿De dónde viene esta energía? Es por eso que estamos aquí.

Salomón, todo suena muy interesante. Pero no entiendo qué hago yo aquí, si no soy experto en nada. Tan solo soy el dueño de un café. Lo único que sé es cómo hacer funcionar las máquinas para el expreso, el capuchino…

¿Has visto la cara de Luciano? Se volvió más joven, ¿no?

Sí… ¿por qué se cayó al agua?

El agua de estos jardines está impregnada de esa energía – repuso Luciano.

¿Y por qué no nos zambullimos?– preguntó Berton, alegrándose.

Es muy peligroso. No conocemos bien los efectos de esa energía en el cuerpo humano…

Luciano, tu cara rejuveneció… Y Salomón podría bañarse para que no le duela más la espalda… Como se mojó las piernas para sacarte, ahora puede bailar el mambo por horas…

Ese rejuvenecimiento no dura mucho. En unos cuantos minutos voy a estar igual que antes, incluso algunas horas o días más viejo. El organismo retoma rápidamente su equilibrio y hace un reajuste frente al tiempo que cree haber perdido. Permanecer mucho tiempo en el agua puede ser fatal. Solo hemos logrado sacar un extracto de ésta que produce un aumento de la libido más prolongado y que nos sirve de igual manera como identificación frente a las mariposas de seguridad.

¿Las inyecciones?– preguntó Berton mirando a Salomón.

Berton, si te traje aquí es porque te conozco, eres el esposo de la sobrina de mi mujer, eres… como un hermano. Además, como estás interesado en adquirir la preciada juventud, puedes ayudarnos a experimentar con la extraña energía que sale de esas pirámides.

Pyramid Lord. Por Jiyu-Kaze en Deviantart

Pyramid Lord. Por Jiyu-Kaze en Deviantart. Licencia Creative Commons.

Por supuesto, pero, ¿por qué no me explicaste esto antes y me llevabas con cuentos?

Por seguridad… incluso no ha sido prudente de nuestra parte tener esta conversación…Las tortugas tienen oídos… graban todo – dijo Salomón susurrando.

¿Las tortugas?

Ya llegamos– pronunció Salomón.

Seis pirámides de estilo maya se alineaban al lado de un rectángulo de guijarros. En el medio había una tienda con el logo de la Ameuropa. Berton siguió a los hombres al interior de ésta. Estaba llena de maniquíes, trajes de astronauta y tanques de oxígeno.

Te lo iba a explicar– dijo Salomón a Berton. –Debajo de estas pirámides no hay gravedad ni oxígeno. Vamos a sujetarnos de un cable que nos arrastrará como si estuviéramos en el espacio. Luego, al llegar a la cámara principal, volveremos a tener oxígeno y gravedad.

¿Y por qué no hay gravedad?

Es un vacío que se produce entre el sistema magnético de la Tierra y el sistema interno del parque –explicó Luciano. –No es que haya gravedad exactamente, es que entre ambos sistemas se genera una compresión que anula la fuerza de atracción hacia el centro terráqueo y se aspira el aire.

¿Es como entrar al interior de una jeringa?

Más o menos.

Berton se puso el traje como pudo. Luciano le ayudó a ajustarlo y cerrarlo bien. Se dirigieron a una compuerta al pie de la tercera pirámide.

El primero en introducirse fue el mismo Luciano. Le siguieron en su orden, Berton y Salomón. Se internaban varios metros abajo, llevados por un cable blanco fosforescente que les servía también de baliza en el descenso.

Más allá del parque, mientras tanto, continuaban ascendiendo turistas deseosos de ver la esfericidad azul del planeta. La ascensión llevaba casi un día, pero todo era compensado por el servicio cinco estrellas que brindaba la compañía –piscina, restaurante, sala de masajes–, así como por lo sublime de ver, en un ventanal de 360 grados, un horizonte curvilíneo formado por el brillo del océano y la negrura de incontables soles lejanos.

Berton ya no recordaba bien para qué estaba allí. Solo le venían a la memoria aquellas veces en las que jugaba a hacerse el muerto en el agua, cuando chico, con la cara mirando hacia el fondo y escuchando la música acuática. El tiempo no parecía correr. Tampoco la vejez del cuerpo era una preocupación, ni la retención del ser amado. Sintió que la ingravidez lo liberaba.

De repente, salió expulsado rodando sobre un tapiz acolchonado. Trató de ubicarse y ver dónde se hallaba, pero la dificultad de quitarse el casco se lo impedía. Luego el peso de Salomón vino a hundirse en su muslo.

Siempre nos obligan a hacer un aterrizaje forzoso –exclamó este último quitándose la escafandra.

Berton se sorprendió de no tener ninguna molestia en su cuerpo. Era como si hubiera recuperado la salud de antaño.

Luego de quitarse el casco, reparó en el sitio. No pudo contener el grito de pavor. Lo rodeaban chimpancés deformes, sin pelos, sin partes metálicas ni electrónicas.

Estos son nuestros sujetos de experimentación –explicó Luciano detrás de él. –La gente detesta estos monos cibernéticos. Los atacan para robarles las piezas y los dejan malheridos, inservibles. La compañía nos autorizó a rescatarlos para probar en ellos los efectos del líquido rejuvenecedor.

Los monos se amontonaban en las orillas de un estanque del que emergía un resplandor esmeralda. Berton se acercó al grupo de primates. En el centro del estanque vio cabezas que luchaban por no adentrarse en el remolino. Los que lograban llegar a la orilla, salían como esqueletos rosas. Entonces, el resto de chimpancés se precipitaba sobre éstos, los más monstruosos. Sólo se escuchaban aullidos.

Arrojan a sus hembras al agua. Una y otra vez para que vuelvan a ser propicias al coito –dijo Luciano.

¿Qué quieres decir?

En los últimos años la tecnología ha humanizado tanto a los chimpancés que, de repente, las hembras empezaron a tener menopausia, lo que hasta hace muy poco sucedía únicamente con las mujeres de nuestra especie. Los machos, al notar el cese de las funciones reproductoras de las hembras, se desesperan y comienzan a matarlas.

Eso es horrible, Luciano. Malditos animales. ¿Y esta agua? ¿No tendría que rejuvenecerlas? ¡Salen espantosas!

Es lo que pensábamos en un principio. Pero como ya has visto, el efecto solo dura poco y luego viene el reajuste. Los monos se dan cuenta de esto y lanzan a la hembra a la fuente… una y otra vez… Ya estamos hablando de una mutación descontrolada. La hembra recupera ciertos atributos de su juventud… como el de despertar feromonas que excitan al macho, pero a qué precio…

Berton, con los ojos llenos de lágrimas, miró a Salomón.

¡Coño! ¿A esto me trajiste?

¿Pero qué pasa?

Maldita sea, Salomón. Pude haber pasado este día con Kimberley. Aprovechar más de su belleza y amor. Estoy perdiendo el tiempo aquí… he estado en el error y tú no me ayudas para nada. Soy un viejo y eso no lo va a cambiar nadie.

Chico, la edad está en la mente, como dicen por ahí. Eres aún joven. Eres curioso, aventurero. Mira todo lo que has vivido hoy para llegar hasta aquí.

Deja de hablar tonterías– gritó dirigiéndose violentamente hacia él.

Cuando Luciano iba a separar los dos hombres, escuchó una señal proveniente de la radio. Se apresuró a responder.

Berton y Salomón dejaron de forcejear para fijarse en las paredes, que parecían moverse hacia ellos.

Luciano, ¿qué pasa? –Preguntó Salomón.

El ascensor se ha quedado sin energía en un punto crítico de la estratósfera –explicaba mientras buscaba equilibrio. –Han ordenado una comprensión aquí para reactivar el generador…sino mucha gente va morir allá arriba…

¿Qué quiere decir?– Sollozó Berton viendo caer polvo y pedazos de roca a su alrededor, y escuchando la histeria de los chimpancés.

Que tenemos que irnos de aquí– respondió Salomón.

Me temo que estamos atrapados– sentenció Luciano.

¡¿Qué?!

El agua empezaba a desbordarse. Los monos trepaban como podían por los muros movedizos.

Todas las salidas están cerradas para dejar fluir el líquido por los canales.

¿Vamos a morir ahogados?

No lo sé. Busquemos una parte alta para que el agua no nos toque. Ajustémonos los trajes y pongámonos los cascos. Quizás el oxígeno alcance hasta que haya terminado el flujo.

Pusieron sobre una mesa cajas y subieron. La fuerza del agua hizo tambalear la base. Se echaron a flote cuando ya fue inútil seguir sosteniéndose. Quedaron presos entre el líquido y la piedra del techo.

Berton quiso sentir de nuevo la tranquilidad que había tenido antes. Pero, de repente, la angustia lo acompañó en un tobogán que ascendía. Pero en vez de revivir momentos tiernos con Kimberley, abrazarla en la hamaca con la ligera brisa del ventilador, caminar juntos por la playa de la tarde, cerrar el café después de que el último cliente partiera para así compartir una copa de helado, Berton tuvo otras imágenes.

La angustia se convirtió en un hormigueo que le recorrió todo el cuerpo. En el agua verde corrían pedazos de mono y otras suciedades. Y él se vio con la fuerza de un gorila destrozando la puerta, encontrando en el balcón a Kimberley sin ninguna prenda, asiéndola y cimbrándola como una muñeca en el espacio, sin gravedad ni fricción. Esto lo frustró aún más.

Iba tomando dimensiones tan colosales nuestro Berton que habría podido romper los conductos subterráneos de aquel extraño parque y trepar hasta la cima del ascensor.

Cuando logró moverse, flotaba bocarriba en medio de los nenúfares, cerca al puente en arco del que cayera Luciano. La tortuga lo filmaba desde la orilla.

¡Berton, tu cara! – gritaron dos jóvenes descamisados que se le hicieron conocidos.

Con sus manos pudo entender que la escafandra estaba rota.

Anda, sal rápido y quítate ese traje – dijo el más moreno.

Era Salomón, con sesenta años menos.

¡Sí, rápido! – repuso un flacucho rubio, cubierto de acné.

Berton se apresuró a desenredarse de las raíces acuáticas y nadó a la orilla.

¡Qué guapo estás, chaval! – Comentó Salomón.

No había ironía en sus palabras. Sin embargo, los tres no pudieron contener la risa.

Aún sin controlar las carjadas, Berton miró el reflejo de su rostro en el agua. Luego, preguntó:

¿Y cuánto duraremos así?

No sé…

¿Qué haré para que Kimberley me reconozca? –preguntó un poco más serio.

Esperar… por ahora… ¿por qué no vamos a beber unas cervezas a tu café? – propuso Salomón.

¡Beber para envejecer!- agregó Luciano, entusiasmado.

Me parece una idea estupenda – dijo Berton.

Los tres se pusieron en marcha dejando atrás estructuras y equipos destrozados. Se introdujeron en un túnel que los llevó directamente al campo de girasoles. Una vez allí, Salomón propuso ir también a hacer esquí en el espacio. Y Berton ni siquiera se sorprendió de que dicha idea no le molestara.


Juan Ignacio Muñoz Zapata (Pereira, 1979) vive en Florencia, Caquetá, donde enseña inglés y literatura. A partir de 2008, comenzó a publicar en e-zines hispanoamericanos de ciencia ficción. En 2012, resultó ganador en un concurso organizado por el diario Le Courier de Laval dentro de la categoría gran público con Tout est là-bas, un cuento escrito en francés. En este mismo idioma, terminó L’Invisible Chromognon, novela que relata las vicisitudes de un hombre invisible en Bogotá. En 2013, ganó el gran premio de poesía La pereza con “Otro canto mañanero”.

Obras

Ta mère est un vieux char (Cuento – aceptado para publicación) Revue Solaris Science-fiction et Fantastique, Québec

L’Invisible Chromognon (Novela)

Otro canto mañanero (Poema – gran premio), 2013

Otro Canto. Greyti Gonzáles Rivera, Ernesto Pérez Castillo (eds), Miami: La Pereza ediciones.

Los idiotas de la Calle 13 (v.2.0) (Novela colectiva) 2012

UnderKaos (varios autores): Laval (Can), Charleston (EEUU). Ediciones Muza Inc.

Tout est là-bas (Cuento premiado en concurso) 2012



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Revista Cosmocápsula número 9. Abril – Junio 2014

"El cuadro de Hans Glaser" por Daniel González

4 Mar

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Revista Cosmocápsula número 8. Enero – Marzo 2014. Cápsulas literarias.

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El cuadro de Hans Glaser

Daniel González


—Es usted una joven muy bella —le dijo Hans Glaser a su modelo, Carolina, y decía la verdad. Carolina era de piel morena, cabello largo, negro y rizado y un cuerpo esbelto. Sonreía conforme el joven artista le realizaba un retrato. Aunque Glaser era más famoso por sus grabados y octavillas.
—Gracias, mi señor —le respondió ella con una sonrisa discreta y displicente. Tenía un acento extraño, se notaba que no hablaba bien alemán.
El Nuremberg de 1566 era un lugar bullicioso para la época. Incontables jinetes, carruajes y transeúntes iban y venían. Mercaderes publicitaban sus productos a viva voz, predicadores que llamaban a los pecadores a arrepentirse de sus faltas, etc. Se pensaría que todo ese bullicio podía dificultar la atención del artista, pero no era así. Estaba como embelesado con su hermosa modelo y una vez finalizado el retrato abocó sus atenciones en cortejarla.
—No, Maestro Glaser —dijo ella—; yo no soy una mujer ligera…
—¡Me insulta, Srta. Carolina! —dijo con falsa modestia—; jamás pretendería yo faltar a su honor. Pero debo decir que su angelical belleza me ha robado el corazón.
Esas dulces palabra en efecto tocaron el corazón de Carolina, pues no estaba acostumbrada a ese buen trato. Por su mente cruzaron amargos recuerdos de azotes, insultos y humillaciones conforme creció en una vida repleta de carencias y privada de niñez al tener que trabajar como esclava desde muy pequeña.
—Soy una mujer humilde, Maestro, de orígenes plebeyos. No pretenderá usted jugar con mis sentimientos…
—Por supuesto que no, créame que mis intenciones son honestas…
—Aún así, Maestro, me temo que lo que usted pretende es imposible. Con su permiso, me debo retirar —dijo partiendo a toda prisa ahora que la obra estaba terminada.
—¡Carolina! ¡Espere! —insistió Glaser, sin éxito. Carolina se perdió entre la multitud.
No obstante Glaser no se rendía tan fácilmente. La buscó por días entre las posadas, los cafetines, las iglesias y cualquier centro de reunión. Empezaba a perder la esperanza cuando la observó en el mercado hablando con un moro. El sujeto estaba todo cubierto con los típicos ropajes de los mahometanos y se cubría la cabeza y el rostro con un turbante. ¿Qué hacía aquella doncella hablando con un bárbaro de esos?
Glaser se le acercó y parecía como si su llegada importunó a ambos. Carolina se despidió del moro y se fue a hablar con Glaser.
—Maestro, le he dicho que lo que usted pretende es imposible. ¡No insista más! ¡Y ya no me busque!
—Mi doncella entienda que mi corazón le pertenece a usted y no puedo sacarla de mi mente…
—Si desea tenerme por una noche está bien, pero después de eso se olvidará de mí.
—¡No pretendo sólo una noche, mi señora! ¡Entiéndalo! Quisiera que me diera su mano en matrimonio…
Carolina miró el cielo como frustrada pero al mismo tiempo sentía un gran aprecio por aquel hombre. Incapaz de romperle el corazón, se quedó hablando con él toda la noche.
—Sus manos son tan suaves, Maestro —dijo ella mientras las tocaba. Era las manos de un bohemio artista que nunca había realizado duros trabajos. Las suyas, en cambio, eran ásperas y rasposas.
—¿Has tenido una vida muy dura?
Carolina bajó la mirada, recordando su agreste existencia antes de Nuremberg.
—Sí, mi señor Glaser. Nací esclava, como mi madre, mi padre y mis hermanos, y todos a quien conozco. Nos esclavizaron unos crueles invasores extranjeros que, desde la conquista, nos han tratado muy mal.
—¿Cómo escapaste?
—Fue hace un año. Una potencia rival a nuestros invasores me ayudó a escapar y me enviaron acá por medio de un ingenio que no te puedes imaginar, mi señor. Es como un barco, pero mucho más rápido y que no viaja sobre el agua.
—¿No me estarás tomando el pelo? —preguntó ceñudo Glaser— ¿Qué país es ese, del que provienes y fue invadido?
—Mi señor… no lo comprenderías. Prácticamente es otro mundo… Mejor cambiemos de tema.
La conversación era tan agradable que las horas se sucedieron rápidamente. Glaser la llevó donde los gitanos que festejaban cerca del mercado, cantando alegres tonadas con sus guitarras y bailando jubilosos. Ella aplaudía feliz el canto y la danza de los gitanos y tanto se distrajo que llegó el alba.
—¡Ha llegado la hora! —dijo al ver la luz solar. Glaser no entendió a que se refería pero no pudo preguntarle. La gente comenzó a gritar y muchos salieron de sus casas a ver lo que pasaba en el cielo. Se escuchaba un ruido ensordecedor como de truenos y en el firmamento se podía ver enormes bolas de colores, cruces y cilindros que silbaban al volar por los aires.
—¡Esto es cosa del Diablo! —dijo el párroco local persignándose frenéticamente una y otra vez y comenzando a rezar el rosario.
—¿Qué es eso? ¿Qué está pasando? —se preguntó Glaser pero Carolina no lucía asustada. Había visto aquellas naves espaciales surcar el cielo muchas veces. Eran naves guerreras. Extrajo su comunicador y habló en una lengua que Glaser no entendió, pero que su interlocutor sí. El pintor, desconcertado, observando a su musa hablándole en lenguas a lo que parecía un compás de frío metal pensó que se había vuelto loca o quizás era bruja y tenía pacto con los demonios que ahora sobrevolaban los cielos.
Pero el moro recibió su comunicación y le confirmó que estaban listos. Una gigantesca nave espacial con forma triangular hizo su aparición para sorpresa de la flota invasora y de ella emergieron otras naves más pequeñas que parecían esferas para los que las veían desde abajo pero en realidad eran platillos. Las dos flotas enemigas se enfrentaron en una acalorada refriega militar e incluso algunas naves cayeron al suelo explotando al golpearlo y dejando en los pastizales un montón de fierros retorcidos y una humareda que subía al cielo. Finalmente los invasores optaron por irse y en cuanto se retiraron así lo hicieron sus contrincantes, una potencia rival en la Galaxia.
El moro se aproximó a Carolina quien estaba extasiada de la felicidad.
—A nombre de la Alianza Siriana le doy las gracias por alertarnos —le dijo—; definitivamente que no le conviene a la Galaxia que nuestros enemigos reticulinos tuvieran acceso a este planeta con sus recursos naturales casi sin explotar en estos momentos y su posición estratégica. Debe haber sido difícil para usted estar un año entero aquí.
—Era mejor que la vida que tenía en mi época.
El moro se desprendió de sus ropajes arabescos que le cubrían el rostro mostrando una anatomía imposible en un ser humano. Un rostro totalmente alienígeno carente de nariz, con una amplia boca sin dientes, similar a la de un pescado, piel oscura rugosa y unas orejas cuyos lóbulos caían hasta la quijada.
—Le deseo suerte, adiós —dijo y luego habló en su lengua natal llamando a la nave nodriza. Segundos después el alienígena se esfumó entre ases de luz siendo teletransportado lejos de la Tierra.
Carolina entendía aquel extraño idioma siriano pues lo había aprendido cuando trabajaba como esclava para la cruel raza reticulina cuya invasión había logrado truncar. Los reticulinos; fríos e insensibles antropoides de color gris y grandes ojos negros, habían conquistado la Tierra 500 años antes del nacimiento de Carolina y ella había nacido en un mundo donde los pocos humanos sobrevivientes a la masacre inicial que diezmó sus números en millones para reducirlos a una cantidad más manejable, vivían todos como esclavos.
Fue mientras subsistía en esa miserable existencia que fue contactada por aquellos misteriosos agentes de la Inteligencia Siriana. Poseían una sofisticada máquina del tiempo y podían enviar a un ser humanoide al pasado, que por medio de un comunicador hiperespacial, alertara a los sirianos de ese momento sobre la inminente invasión reticulina a la Tierra que les daría una gran ventaja en la geopolítica galáctica, para que intervinieran y la impidieran… pero ninguno de ellos hubiera sido capaz de infiltrarse entre la población humana el tiempo suficiente. ¿Se atrevería ella? ¡Claro que sí! Así fue como los sirianos la introdujeron a una extrañísima cápsula de forma piramidal y la cual desapareció junto a su única pasajera disolviendo cada uno de sus átomos y enviándolos como si fuera una transmisión radiofónica hacia atrás en el tiempo, reagrupando sus partículas en el momento deseado; un año antes de la invasión.  Aprendió las costumbres, modismos y el alemán de la época y el resto es historia.
Ahora tenía que despedirse para siempre del dulce Hans Glaser. No le dio detalles (no los hubiera comprendido) simplemente le explicó que ella venía de muy lejos y que nunca lo olvidaría, luego le dio un beso en la mejilla y se fue. La pirámide del tiempo estaba escondida entre matorrales, Carolina se introdujo en ella y partió de regreso al siglo XXI donde se encontró con una Tierra totalmente diferente que jamás había sido invadida por extraterrestres. En esta nueva realidad se dio cuenta que la batalla interplanetaria librada en los cielos de Nuremberg había pasado a la historia simplemente como un misterioso avistamiento OVNI o un fenómeno celeste inexplicado del cual Hans Glaser había dejado constancia en una bella octavilla que fue registrada en la historia mediante una gaceta de la época acompañada con la siguiente leyenda:

Esta octavilla procede de Núremberg y cuenta la nueva de una muy horripilante aparición en el momento de la salida del Sol, el 14 de abril de 1561. Fue vista por muchas personas, varones y mujeres. Eran esferas de color rojo sangre, azulado y negro, o discos anulares, cerca del Sol, tres por ejemplo en fila / a veces cuatro en cuadrado, y también algunas solas / y también se han visto entre esas esferas algunas cruces de color sangre. Había también dos grandes tubos (o tres)… en cuales pequeños y grandes tubos / estaban de a tres / también de a cuatro y más esferas. Y todos ellos comenzaron a pelearse entre sí. El fenómeno duró aproximadamente una hora. Luego todo ello como ofuscado por el Sol / cayó a la Tierra desde el cielo como si todo ardiera / y con gran vapor desapareció poco a poco sobre la Tierra. También se vio, bajo las esferas, una figura alargada, igual que una gran lanza negra. Los temerosos de Dios de ninguna manera deberían de pasar por alto estas señales de la voluntad de divina, sino que los deberá de tomar como una advertencia del Padre misericordioso para que enmienden sus vidas y las encomienden a Dios y así evitar su ira y su merecido castigo.

hansglaser

Daniel González Chaves nació el 3 de noviembre de 1982 en San José, Costa Rica y ha vivido toda su vida en el cantón de Tibás. Estudiante de psicología en la Universidad Nacional, fue regidor de la Municipalidad de Tibás en el período 2006-2010.

 Publicó su primer libro, la novela de terror y ciencia ficción Un grito en las tinieblas; la vida de Zárate Arkham en el 2010 por medio de la Editorial UNED y ha publicado diversos cuentos de ciencia ficción en revistas como Sci-Fdi de la Universidad Complutense de Madrid y la revista argentina Axxón. Participante en la antología de cuentos de terror Penumbras de la Editorial Club de Libros con su cuento La niña que viajaba sola a la escuela.



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Revista Cosmocápsula número 8. Enero – Marzo 2014

"Por qué escribo – cómo escribo" por Pablo Martínez Burkett

23 Oct

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Revista Cosmocápsula número 7. Octubre – Diciembre 2013. Artículos.

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Por qué escribo – cómo escribo

Pablo Martínez Burkett


Seguramente muchos escritores puestos a hagiógrafos de sí mismos, amañen autobiografías que digan algo así como <<Ya desde la más tierna infancia, supe que mi destino era literario>>. Siento apartarme del clisé pero jamás tuve esa clarividencia. No hace mucho estaba en Santa Fe, mi ciudad natal, revolviendo cajones en mi casa paterna y di con un certificado de participación en el certamen literario intercolegial José Pedroni. Era un evento que no recordaba. Mirando para atrás y tratando de unir los puntos, es evidente que en la alquimia de mi cerebrito de los 16 años ya se había catalizado cierta inclinación por la escritura, inclinación que mis educadores consideraron bastante como para representar a mi colegio en un concurso literario. Y tratando de explicar esa vocación, quizás una posible respuesta pase por el lado de la lectura. Así como no supe que me aguardaba la etiqueta de escritor, siempre supe que me fascinaba leer. Me crié dentro de una biblioteca. Mi padre oficiaba por las tardes de bibliotecario y yo lo acompañaba <<a trabajar>>. Y allí me engullía todo lo que el autor de mis días dejaba al alcance: Edgar Allan Poe; H. P. Lovecraft; Julio Verne; H. G. Wells, Emilio Salgari, Cervantes, Borges, Mujica Laínez, Cortázar y Adolfo Bioy Casares, libros de historia y filosofía. Seguir leyendo

Revista Cosmocápsula número 6. Julio – Septiembre 2013

17 Jul

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Fundadores: Antonio Mora Vélez, Dixon Acosta, Juan Diego Gómez Vélez, David Pérez Marulanda.

Comité editorial para este número: Dixon Acosta, Diana Paola Lara, David Pérez Marulanda, Rodrigo Bastidas.

Diseño, ilustración y diagramación: Le Yad, David Pérez Marulanda.

Nota importante: COSMOCÁPSULA no se responsabiliza de las opiniones emitidas en ésta publicación. Lo expresado en cada texto o imagen es responsabilidad única de su respectivo autor.
El logotipo de Cosmocápsula es de © David Pérez Marulanda.
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Colombia. 2013


ÍNDICE

(El índice se irá actualizando hasta el mes de septiembre, según se publiquen nuevos contenidos)

Ilustración de portada: Agujero de conejo por Le Yad.

Editorial por David Pérez Marulanda

Desayuno encantado por Mauricio del Castillo [Cápsulas literarias]

La carta de Sísifo por Benjamín Román Abram [Cápsulas literarias]

Poscópodos por Iván Molina Jiménez [Cápsulas literarias]

Si Batman fuera serio, debería acabar con el presidente de Estados Unidos. Reflexiones a partir de Black Summer por Campo Ricardo Burgos López [Artículo]

(El índice se irá actualizando hasta el 30 de septiembre, según se publiquen nuevos contenidos)