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"Obsolescencia programada de los prodigios" por Valeria Rodríguez Mar

2 Dic

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Obsolescencia programada de los prodigios

Valeria Rodríguez Mar


El vidrio se hizo añicos
prometiste tigres
no
alas de mariposa inertes
los
mundos han cerrado
por
un momento.

Entre las persianas de pálida luz
se
adivinan tus lágrimas
los
pantanos exteriores
no se detienen
y es lo justo.

Por supuesto, la Luna la acompaña
y nosotros,
sus favoritos monstruos para siempre,
¿
quién cerrará sus ojos cada noche
cuando los pensamientos funestos
invadan su cuerpo
tormentoso como el fuego?

Levántese,
el soberbio Golem
la necesita
y ¿qué pasará con los otros huérfanos?
simplemente no entienden
lo
que le atribuyeron parte de sus detractores.

Uno de sus hijos
el más famoso
la
necesita también
bajo la piel cerosa
su corazón late
vivo
¿Qué le diremos a él?

Alguien llora en el rincón más oscuro
con la esperanza de que lo alimenten
sus ojos sin vida
sus manos
no tienen descanso.

¿A dónde se ha ido?
vuelva, por favor

céfiros giran en las estancia inhóspitas
en torno al resplandor de velas
que
dentro de usted
crece junto a las sombras.

Uno grita
usted
sabe quién es
su alma es impura
un dolor terrible
lo
aprieta desde su creación
como a usted misma.

Venga.

Luces y bites
su criatura está loca
¡
desea verla despierta!
su fiel compañera
está aquí
y dice que puede esperar.

Aviones en el mar
copos de oxhyrincus
lágrimas de sangre
los
mundos han cerrado
un instante.

Sibilas y adivinos
druidas posmodernas
científicos poetas
algunos sacerdotes de nuevas iglesias
capillas de la señora futura lotería
el editor del suplemento dominical del horóscopo
espera que se levante.

Vuelva,
antes de la última curva de la luz.


Valeria Rodríguez Mar. Licenciada en Letras, cursando la Maestría en Ciencias Humanas, especialización en Literatura Latinoamericana (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República)
Ha publicado poesía en la revista
Stone Telling, Star Line (en inglés), en la Antología LAIA (Nueva York), Antología Metalenguaje (Chile), Zonapoema (Uruguay). En narrativa ha publicado en la Revista MiNatura, Antología de Mujeres rurales y Revista Mi Mochila (Uruguay). Próximamente el Fondo Editorial de UTU-CETP publicará su cuento “Te llamabas Elena” (2015).

valeriarodriguezmar.blogspot.com

@rodriguez_mar


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Máquina Utográfica" por Julio César Gómez

30 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas ilustradas.


Máquina Utográfica

Julio César Gómez


 

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Julio César Gómez Bahamón, nació en Fusagasugá el 29 de septiembre de 1988, hijo menor de una familia de seis hijos, conformada por Martha Cecilia Bahamón y Julio César Gómez Morales; conocido carpintero del pueblo. Realiza sus estudios primarios en la escuela La Tulipana y sus estudios secundarios en el colegio Carlos Lozano y Lozano, a su vez alterna sus estudios en la casa de la cultura en el desarrollo de dibujo artístico y posteriormente en un curso de libre entrada en cómic y manga en la universidad de Cundinamarca. En 2006 hace un preparatorio en artes plásticas en la ASAB (academia superior de artes de Bogotá), trabaja como oficinista cruzando bases de datos en Excel durante cuatro años, actualmente cursa una carrera tecnológica de animación y artes digitales en la Escuela Nacional de Caricatura.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"El señor Bazin" por Pedro Elías Martínez

25 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


El señor Bazin

Pedro Elías Martínez


Lo hemos escogido, dijo el director del periódico, para que asista al estreno del suceso de mayor trascendencia en la historia del séptimo arte, la introducción de la megaóptica, sistema de proyección holográfica, constituido en el más grande adelanto de fin de siglo”.

El señor Bazin lleva solo diez años al frente de la sección, pero la autoridad de sus opiniones la codician otros rotativos del país. Sentado en primera fila como invitado de honor, se dispuso a presenciar el lanzamiento de la megaóptica, en exhibición a puerta cerrada para periodistas especializados y cineastas de valía. Al señor Bazin le pareció que la sala estaba llena. Le colocaron un tatuaje electrónico en el brazo con el cual podría apreciar hasta el subconsciente de los artistas.

A la hora anunciada apareció el maestro de ceremonias. “Se trata de un sencillo corto demostrativo, no profundicen en el argumento ni en la capacidad de los actores, únicamente en la imagen y el sonido. Así podrán establecer un contraste entre lo arcaico y el instante en el cual ustedes empiecen a captar la magia de la megaóptica holográfica”

La temática era trivial, mediocre versión del libreto tantas veces filmado. Año 64, Nerón Claudio, desde su balcón del Palatino preside el incendio de Roma. La escena es pedestre, la calidad de la película, deplorable, el tratamiento del guión, obra de principiantes. De improviso, algo sucede. Entre la anarquía de los espectadores, el señor Bazin ingresa en la pantalla. El tirano interpreta en la lira una melodía alucinante. Enormes llamaradas surgen de catorce distritos de la ciudad. Empieza a sentirse el calor de la conflagración. El señor Bazin graba con desespero. Es el prodigio del cine, la interacción entre el espectador y el contexto, la intensa emoción de involucrarse en tres dimensiones en cuanto el director y los actores ansían comunicar al público, la sensación de realidad producida por la imagen fílmica. Nada comparable existe. El séptimo arte en el clímax. Lo más grande, lo más espectacular. El señor Bazin cree percibir el fragor del incendio. Algo habíamos oído los críticos sobre las sorpresas preparadas por Hollywood, pero ésta supera toda expectativa. Roma arde. Huele a carne chamuscada, las viviendas se contorsionan, los palacios sucumben en el fuego, los alaridos de esclavos y matronas se confunden con las exclamaciones de los asistentes al circo. El verdugo del género humano canta con voz de ultratumba. “Ah, esto es inenarrable, soy incapaz de describirlo.” Un chisporroteo infernal. El sudor le corre por la espalda. Se oyen sirenas guturales… Bueno, son licencias perdonables en directores noveles. Aquí sólo estamos para admirar la megaóptica, la innovación, algo de lo cual dialogarán las centurias. Hay momentos en que el teatro es la prolongación de la escena. El humo impide distinguir con claridad. Tose, las gafas caen y empieza a buscarlas en el piso. Acude la guardia para salvar a los extras. Nerón Claudio desaparece entre las llamas. Dos pretorianos encuentran al señor Bazin y lo sacan a la puerta del teatro. Esto es maravilloso, indescriptible. “Me trasladan en vilo a una cuadra de distancia.” Aquí hay más espectadores. Gritan y gesticulan con rostro amarillento por el resplandor del incendio de la ciudad eterna. Sucede un estruendo pavoroso. Increíble, sencillamente fantástico! Le colocan máscara de oxígeno por dentro de la ambulancia. Bueno, esto ya es demasiado… Parece que estuviera sucediendo. La megaóptica es el acontecimiento del milenio. Pierde uno la noción del tiempo… no sabe ni dónde está…

Cuando despierta en el hospital, ve al dueño de La Crónica: “Hombre, creímos que no se salvaba, fue el último en ser rescatado. Apenas lo sacaron a la calle el teatro se derrumbó por completo.”

Ah, señor director, si usted hubiese estado allí… Fue sorprendente, pasmoso. Todo parecía real.”

Es que fue real, señor Bazin. En protesta por la mala calidad de la cinta, un iconoclasta drogadicto, un bárbaro, le metió candela al telón”.


Pedro Elías Martínez, nacido en un hogar campesino de las montañas de la Provincia Comunera, en Santander, Colombia, hace 64 años, ejerció su profesión de periodista. Retirado de la actividad ha comenzado a escribir relatos y obtuvo este año (2015) el primer lugar en el 9º. Certamen Internacional de Relato Hiperbreve de la Universidad de Talarrubias, Badajoz, España, con motivo del Día del Idioma, con su relato “Metamorfosis”. Tiene un libro de 50 relatos llamado “CUENTOS DE UNOS Y OTROS”, aún sin publicar. Y su primer libro inédito de poemas “MURO”.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Los empíricos" por Fabiola Soria

23 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Los empíricos*

Fabiola Soria


Ilustración por Fabiola Soria

Ilustración por Fabiola Soria

*Cuento publicado originalmente en la antología Arquetipos.

Apareció repentinamente. Se consideró que podía tratarse de un animal o un vegetal porque la apariencia permitía la indefinición de la especie. Sin embargo se obvió este primer detalle y se discutió en torno al número, ya que si bien era un solo individuo el hecho de que cada parte estuviese triplicada tenía que significar algo; tal vez una columna con apéndices. Pero la respuesta fue que los apéndices nunca son micro totalidades sino simplemente anexos de los que se puede prescindir. Era evidente que se trataba de individualidades; lo que arrojaba un número de tres criaturas, que por alguna razón habían arribado siendo una sola. La hipótesis que se defendió fue que el canal utilizado para desplazarse permitiría el tránsito de un solo individuo. Siendo entonces tres objetos, debían separarse para observar su progreso individual.

El siguiente planteo fue sobre los ambientes necesarios para cada uno de los especímenes. Su complexión física sin extremidades y la dureza de la coraza de la que estaban provistos, sugerían un hábitat inferior. Se interpretó que podría tratarse de especímenes prehistóricos, quizás una especie de moluscos, pero hubo discrepancia porque las criaturas inferiores se habían extinguido hacía centurias y eso dejaba a los moluscos todavía más atrás, en tiempos previos a la extinción de las especies Omega. Sin embargo, se destacó que parecían estar adaptándose exitosamente a nuestro hábitat a pesar de carecer de nuestra complejidad, lo cual daba la pauta para recrear un ambiente igual al nuestro. Se decidió denominarlo ambiente A. Para posibilitar la hipótesis debatida se recreó el ambiente C, que correspondía a formas de vida inferiores ya extintas. El reto fue superior al recrear el ambiente B, que debía ser un ambiente intermedio entre los otros dos. Se dedujo en su totalidad y se procedió a la separación y reinstalación de los especímenes en cada uno de los ambientes. Las criaturas no se adecuaban a los instrumentos y por esta razón tuvo que modificarse el instrumental para separarlas, lo que representó un reto un tanto heterodoxo. Fueron colocadas en las cámaras preparadas y se comenzó su observación.

No mostraron mayor actividad. Tenían pulso, un pulso ternario que era registrado con precisión. Fuera de esa respuesta no denotaban movimiento, lo que apoyaba la hipótesis del molusco. Sin embargo, los moluscos efectuaban traslación, se alegó, lo que invalidó la hipótesis. Se remitió además a la carencia de extremidades o partes blandas y la imposibilidad que eso representaba para la locomoción y por lo tanto, para su propia irrupción en el laboratorio. Imposibilidad que los organismos inferiores habían superado por otros medios como el ambiente o el parasitismo, se agregó, de lo que se podían encontrar ejemplos incluso en el reino vegetal. Se levantó un rumor de desaprobación. Los vegetales carecían de pulso y si bien se movían no se trasladaban por lo que nunca hubiesen arribado hasta nuestro ambiente. Pero la idea del parásito era insostenible ya que faltaba el individuo portador. Todavía se analizó el hecho de que un pensamiento divergente hubiese surgido en nuestra comunidad y se sugirió su remoción de nuestro cuerpo. Pero todo accionar quedó suspendido cuando uno de los especímenes, el del compartimento B, falleció.

La reacción fue temperamental y no se emitió juicio alguno todo el tiempo que la alarma que anunciaba el deceso del espécimen, sonó. Se ordenó apagarla y cuando el silencio se hizo presente, las hipótesis para explicar su muerte aún tardaron en llegar. ¿Cómo era posible que el espécimen que denotara un cambio fuese el del compartimento B, producto absoluto de nuestras especulaciones? Este pensamiento nos atravesó, aunque finalmente se propuso que el espécimen habría llegado enfermo y su deceso tenía que ver con una causa inherente que escapaba a cualquier previsión empírica. Pero esa explicación era más profana que científica ya que obedecía a la síntesis de la navaja1, lo que elevó el tono de la discusión porque no podían presentarse explicaciones de ese tipo. Se acordó realizar una autopsia y encontrar las causas reales del deceso, apartándonos así de hipótesis malsanas.

La primera dificultad fue que precisamente el espécimen fallecido era el del compartimento B, cuyo ambiente se había deducido en función de la observación de la morfología y de los primeros análisis llevados a cabo en los tres especímenes. Este deceso implicaba dos resultados. El primero, que se había procedido por error lógico. El segundo, que de haberse procedido correctamente, los especímenes que sobrevivían en compartimentos radicalmente opuestos se habrían trasladado de un ambiente a otro prescindiendo de las leyes físicas básicas, lo que indicaría un conocimiento superior, solamente alcanzado por especies complejas. Esto generaba una hipótesis derivada, la de que toda especie superior desarrolla algún modo de comunicación, que tampoco habría sido detectado por nuestros instrumentos. Esta situación conducía a la presencia de un objeto incognoscible. No se podía sostener tal conclusión.

Cuando este pensamiento quedó explícito, se revisaron los supuestos de los que se había partido a fin de erradicar el error. Se estableció que éste se había iniciado cuando se modificó al Sujeto Primo para adecuarlo al objeto, suceso ocurrido al recrear los instrumentos para separar a los especímenes. Invariablemente, esto había alterado el método. Pero se sostuvo que no se hubiese podido llevar a cabo dicha separación de haber prescindido de herramientas. Tal vez había que continuar con el tratamiento heterodoxo y revisar los canales de comunicación o incluso considerar el pulso como un intento por establecer contacto, ya que desde el deceso del espécimen, el pulso había pasado a ser binario. Se elevaron voces en contra. Dos modificaciones a la técnica indicarían la presencia de herramientas obsoletas, y por lo tanto, la revisión del Conocimiento Primo que las había creado. Sin contar con que este tipo de revisión se tocaba más con lo profano que con lo científico. Se había incurrido en el error al asumir la heterodoxia para separar a los especímenes y este error estaba arrastrando el razonamiento hacia otros errores que invariablemente conducían a un absurdo objeto incognoscible. Esta incognoscibilidad ratificaba la equivocación en el método empleado, inservible, al no tratarse del Método Puro.

Una vez discriminados los datos profanos, la investigación se abocó a la autopsia del espécimen fallecido. La separación de sus corazas reveló una simbiosis entre tejido orgánico y metálico que no se había previsto. Su fisonomía interna era muy parecida a la de un molusco, aunque no coincidía “exactamente” con la de los moluscos conocidos y clasificados antes de su extinción. Las partes provistas de minerales parecían ser las generadoras de la coraza, pero luego de examinar diferentes órganos extrañamente rectangulares e independientes del tejido orgánico, se halló que estaba habitado por bacterias cuyo tamaño era mínimo pero regular y que al contrario del espécimen, todavía continuaban con vida. Se extrajo una muestra que se depositó bajo el microscopio. Su fisonomía era más compleja que la del espécimen —se identificaban al menos dos miembros superiores— y su comportamiento fue errático hasta que se advirtió que también estaban muriendo. Se trató de devolverlas al espécimen pero esta acción no provocó el resultado esperado. A los pocos minutos, todas las bacterias extraídas y depositadas nuevamente habían muerto.

Este nuevo hallazgo devolvió la hipótesis de la enfermedad inherente. Las bacterias que habitaban el molusco serían parásitos. Los moluscos habrían podido trasladarse —tal vez mediante un salto cuántico—, sin utilizar consciencia alguna, resolviendo el problema de la falta de complejidad. Especies inferiores de la época de las especies Omega utilizaban las corrientes oceánicas como medio de traslación, se ilustró. Y el pulso entonces, no sería más que un pulso propio de cada espécimen que estaría remitiendo a su primitivo sistema nervioso, descartando así la hipótesis del canal de comunicación. Debían ratificarse estos hallazgos mediante la experimentación sobre otro de los ejemplares.

Se decidió trabajar sobre el espécimen C. Aunque todavía estaba vivo, se procedió a abrirlo y extraer de él otro grupo de parásitos que se trató de mantener con vida para su estudio, pero fue infructuoso, ya que fuera del molusco estos microorganismos apenas conseguían sobrevivir unos minutos. Al contrario del primer espécimen, el pulso de éste se aceleró al momento de practicar la incisión para abrirlo, pero luego no dejó de emitirse por lo que se concluyó que había sido curado de su afección al haber extraído los parásitos y que podía ser mantenido con vida para realizarle estudios posteriores. Fue fotografiado y devuelto al compartimento. Como observación pertinente, se destacó que sus órganos internos no eran exactamente iguales a los del espécimen anterior y por ello se elaboró la posibilidad de que se tratara de dos individuos opuestos de una misma especie, es decir un macho y una hembra, condición propia de especies inferiores. Este resultado inducía a abrir el espécimen restante y observar si eran compatibles a fin de realizar futuras intervenciones y quizás obtener nuevos especímenes.

Sin embargo, se discutió acerca de la pertinencia científica que tendría continuar con estas indagaciones. Aceptado el hecho de que se trataba de un molusco, no había nada que agregar porque sobre ese objeto ya se habían realizado estudios completos y por lo tanto, acabados. Lo que quedaba pendiente era la cuestión de las bacterias y se debía evaluar la necesidad de continuar con su investigación, que no estaba exenta de dificultades. En primer lugar, se carecía de instrumentos para manipularlas lo que implicaba el riesgo de volver a caer en el error por incluir la heterodoxia en el método. Y en segundo lugar, la breve vida que desarrollaban fuera del molusco volvía infructuosa cualquier intervención. Se propuso utilizar recursos existentes como microcámaras introducidas dentro del molusco y seguir su progreso mediante observación. Pero se trataba de meras bacterias sobre las que ya se habían realizado estudios precisos, por lo que apenas debía elaborarse un registro. Finalmente, los tres especímenes fueron puestos en un compartimento de almacenamiento, con las etiquetas que los catalogaban como moluscos de una especie curiosa pero extinta.

Lo que ocurrió inmediatamente fue registrado por los instrumentos. El espécimen que contenía las bacterias con vida permaneció con el pulso invariable, aunque ni bien estuvo en contacto con el espécimen sin bacterias, realizó algún tipo de maniobra que terminó con el pulso del espécimen vacío e incrementó la profundidad de su propio pulso que adquirió una frecuencia constante. Y luego se elevó. Esta traslación fue registrada empíricamente. Y lo que siguió fue que el molusco, suspendido en el aire, avanzó hacia adelante y se desmaterializó al atravesar un salto cuántico. También quedó grabado un código profano, donde algo que parecía un rostro dejó un mensaje absurdo.

1 La navaja de Ockham


Fabiola Soria nace en Bahía Blanca en 1975, aunque a partir de 2005 se radica en la ciudad de General Roca, en la Patagonia Argentina. Allí forma parte del “Centro de Escritores” de la ciudad, con quienes publica en la revista “Desde el Andén”, poesías y microrrelatos. Interesada por la ciencia ficción y el género fantástico, en 2011 publica “Arquetipos”, su primer libro editado, que contiene doce cuentos de ciencia ficción ilustrados por ella misma.

En 2014 publica “Todos los rostros” (poesía), con editorial “El Suri porfiado”. Ese mismo año, es seleccionada por el Consejo Federal de Inversiones para participar de la Antología Federal de Poesía, Región Patagonia.

En 2015, tres microrrelatos son publicados en la Antología “Cien páginas de amor”, selección de Sergio Gaut Vel Hartman, y también el cuento “El traidor”, es publicado en la revista Cosmocápsula, en Colombia.

Actualmente tiene dos obras inéditas, una de microrrelatos y otra de cuentos de ciencia ficción. Ambos libros también están ilustrados por la autora.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Diálogo entre dos extraterrestres mientras observan el planeta Tierra por un televisor que transmite imágenes a larga distancia" por Campo Ricardo Burgos López

18 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Diálogo entre dos extraterrestres mientras observan el planeta Tierra por un televisor que transmite imágenes a larga distancia

Campo Ricardo Burgos López


¿Por qué los humanos adultos gastan tanto tiempo tratando de convencer a otra persona de que se vaya a vivir con ellos?

Yo tampoco lo entiendo. Parece que cuando otro adulto humano les succiona sus labios o frota su cuerpo contra el de ellos, ellos derivan placer de ese frotamiento. Buscan tener alguien cerca para que les proporcione ese placer con frecuencia.

¿Eso es lo que llaman “sexo” o ”hacer el amor”?

Creo que esos son los chistosos nombres.

¿Y por qué los humanos adultos necesitan de ese “sexo” o de ese “hacer el amor”?

Ya te dije. Primero es por placer, y en segundo lugar porque al tener “sexo” ellos consiguen crear un tercer individuo y así se reproducen.

¡Qué extraños! ¡Quién hubiera pensado que en el universo existieran conductas tan raras como ese “sexo” o que para reproducirse fuera necesario frotarse repetidas veces.

Es verdad, y esa necesidad les condiciona toda su cultura. Debido a ese deseo de frotamiento mutuo es que viven en parejas y luego con los sujetos pequeños que nacen como producto del frotamiento. Ellos no son como nosotros que por ser totalmente autosuficientes no nos vemos obligados a crear esos grupos llamados “familias”. Debido al deseo de frotamiento es que su arte (sea cine, teatro, pintura o literatura) insiste tanto en esas historias que ellos denominan “románticas” y que tratan de todos los sufrimientos de un sujeto para conseguir que otro sujeto de su especie acceda a frotarse con él por mucho tiempo. Debido al deseo de frotamiento crean legislaciones para proteger tal posibilidad o muestran esa obsesión por la mentada fricción que es epidémica en sus medios de comunicación.

Reconozco que no comprendo gran cosa de los humanos y que aún debo estudiarlos mucho, pero tengo la impresión de que ellos pierden demasiado tiempo útil por esa obsesión de convencer a otro humano para que viva con ellos.

– Desde nuestra óptica, lo que dices es verdad. Pero parece que a ojos de ellos, lo que denominan “cortejo” es tiempo bien invertido. No obstante, también es cierto que si no perdieran tanto tiempo en esos “cortejos” y “seducciones”, podrían dedicar más tiempo a conocer las realidades existentes, su conocimiento sería superior y su ciencia no estaría tan atrasada.

¿Tú dirías que ellos están atrasados como civilización por su obsesión con el frotamiento mutuo de cuerpos que les ocupa tanto tiempo?

Es una de las razones. No la única.

He pensado que quizá podríamos hacerles el favor de viajar hasta su mundo y extirparles su llamado “deseo sexual”.

Es una idea loable de tu parte, pero recuerda que si les extirpáramos su “deseo sexual”, ellos dejarían de buscar frotamientos con otros, no se reproducirían y entonces se extinguirían.

En eso tienes razón. Pero entonces ¿su especie está condenada a avanzar siempre muy poco debido a todo el tiempo que pierden buscando que otro caiga en eso que denominan “enamoramiento”?

Yo diría que sí. Nuestra piedad nos mueve a pensar en liberarlos de la servidumbre que sufren ante “el sexo”, pero es imperativo respetar que ellos desean estar atados a esa cadena, parece que disfrutan esa alienación.

¿O sea que por “respeto” debemos dejar que continúen avanzando a ritmo de pox1, en vez de ayudarles a avanzar a un ritmo decente?

Sí. Si ellos desean andar a ritmo de pox, esa es una de sus prerrogativas.

Lamentable. Por otra parte ¿por qué los humanos emplean trapos para cubrirse todo el tiempo? Rara vez se los ve libres de esos trapos.

Eso que tú llamas “trapos” ellos lo llaman “ropa o vestuario” y lo cargan todo el tiempo por dos razones básicas. Una es que sus cuerpos necesitan protegerse del medio ambiente, y otra para simbolizar diversos rasgos culturales. Por ejemplo, los que se visten de ciertos colores son lo que ellos denominan “policías”, los que usan otras vestimentas demuestran así que buscan alguien que se friccione con ellos. Los humanos no son como nosotros que podemos bioformar nuestro cuerpo las veces que queramos para adaptarlo al entorno, además, dado que nosotros podemos leer directamente las mentes de otros, no estamos forzados a emplear esas vías indirectas de simbolización.

¿Por qué sólo tienen una cabeza?

No todos pueden ser perfectos.

Estoy hablando en serio ¿Por qué sólo una cabeza?

Yo también estoy hablando en serio aun cuando tú creas que estoy bromeando. No todos pueden ser como tú o tantos otros. Además, es obvio que las condiciones de vida en un planeta como la Tierra hacen recomendable para organismos mamíferos como esos, una estructura fisiológica con un solo receptáculo para proteger el único cerebro. En ese planeta esa estructura es de lo más adaptativo.

¿Sabes qué..?

¿Qué?

Me están dando ganas de que me bioformen como humano y me trasladen a su planeta para sentir lo que ellos sienten. Debe ser divertido sentir como ellos sienten.

Te puedes inscribir en el programa.

¿Cuál programa?

En este momento hay un programa dirigido a voluntarios para que se bioformen y vayan a vivir un tiempo en la Tierra. Te podrías inscribir. Ahora mismo tenemos casi un centenar de sujetos viviendo bioformados allí; tenemos de todo, desde científicos hasta aventureros. Incluso a uno lo mataron.

¿Lo mataron?

Es parte del riesgo. Ellos son muy primitivos y uno de los nuestros se enredó en un problema y un humano lo asesinó. ¿Eso te quita las ganas de ir?

No. ¿Acaso no lo pudieron revivir?

Claro que podíamos, pero en una cláusula especial este aventurero pidió que si los humanos lo mataban, no lo reviviéramos. Cumplimos sus deseos.

Bueno, pues si a mí me matan, yo sí quisiera que me revivan.

No hay problema. Lo podemos hacer. ¿Quisieras ser bioformado como macho o como hembra?

¿Cuál es la diferencia?

Para nosotros es difícil entenderlo pues carecemos de género, pero digamos que los machos son estúpidos y las hembras estúpidas.

¿Es un chiste?

Sí y no.

Me da igual. Puedes bioformarme como macho o como hembra. Quiero ver qué se siente ser a la vez tan limitado y prepotente.

De acuerdo.

¿Cuánto tiempo permaneceré como humano?

Casi siempre lo permitimos por un lapso igual a diez años del planeta Tierra.

¿Por qué tan poco?

No queremos arriesgarnos.

¿Y qué pasa si yo acabo viviendo con otro humano como es endémico en su especie? ¿Qué ocurre si me llego a reproducir?

Eso ya está contemplado. Si llegas a vivir con otro humano, lo sacamos de ese planeta y lo bioformamos dentro de nuestra especie, lo mismo hacemos con un posible “hijo”. Ya tenemos varios ex humanos viviendo como miembros nuestros, todos coinciden en que lo mejor que les ha pasado es abandonar la condición humana, todos expresan que no entienden cómo pudieron vivir siendo primates de ese tipo.

Pero entonces eso demuestra que sí podríamos bioformar a todos los humanos y que ellos estarían agradecidos de que los sacáramos de su menguada condición. Podemos salvarlos de tantos rasgos que los lastran.

Es verdad, pero es que aquellos a quienes hemos transformado, son personas que en términos humanos sufrirían lo que ellos experimentan como ausencia de un “esposo”, “esposa”, “padre” o “madre”. Tenemos un deber hacia aquellos humanos que se involucran con un bioformado de los nuestros, con los demás no.

Ellos están más solos de lo que creen. En este universo poblado por tantos seres inteligentes, a veces ellos me dan pena. Destruirlos sería un acto de misericordia, quizá debamos permitir que la naturaleza terrestre baraje de nuevo para que empiece otro proceso evolutivo con otra especie, quizá allí se desarrollarían cucarachas inteligentes o delfines que escriban libros.

Eso que tú planteas ya se ha discutido varias veces. Hace siglos – hablando en términos humanos – alguien ya propuso liquidarlos. Por el momento hay un convenio tácito en dejarlos continuar otro tiempo para ver hasta dónde pueden llegar, hay quien afirma que si les damos tiempo, los humanos podrían sorprendernos.

¿Y tú lo crees?

Algunos de nuestros personólogos creen que la raza humana está ad portas de un cambio radical, de algo que podría disparar su velocidad de desarrollo de un modo insospechado.

¿Aún con ese lastre del sexo que les permite progresar a ritmo de pox?

No. Ellos creen que si los humanos ingresan a otro ritmo de desarrollo, deberán abandonar ciertos pesos muertos como ese del sexo, está comprobado que los seres asexuados evolucionan a una velocidad muy superior. Además, según los reportes que hemos obtenido, lo que ellos denominan “placer sexual” es infinitamente menos excitante que algunos de los placeres más elementales que nosotros podemos proporcionarnos. En eso, ellos son como niños.

Otra cosa ¿por qué ellos creen en esos seres fantásticos llamados “Dios” o “dioses”?

De nuevo tiene que ver con su estado infantil de desarrollo. Como su ciencia y su tecnología son incipientes, necesitan de diversos placebos para tranquilizarse ante un universo que siempre acabará matándolos. Es una reacción ante el hecho de que aún no controlan la muerte. Nosotros sabemos que toda cultura planetaria que acaba dominando la muerte, deja de creer en “dioses” o “Dios”. Por supuesto que un “Dios” podría existir, pero hoy sabemos que si es así, se abstiene de intervenir en el multiverso.

No sólo la creencia en Dios es un placebo, buena parte de las prácticas religiosas de los humanos también lo son.

Es verdad, no obstante, con el tiempo acabarán entendiéndolo. Ese es otro peso muerto que también deberán abandonar si consiguen saltar al siguiente nivel evolutivo.

Por cierto, me llama también la atención esa singular conducta que denominan “rezar” ¿Creen que si expresan en silencio sus deseos personales, aumentan la probabilidad de que sus deseos se hagan realidad?

Sí. De nuevo es el placebo al que nos hemos referido. Muchos de ellos creen que la probabilidad de que un deseo se cumpla se incrementa si pronuncian unas fórmulas en voz alta o si repiten esas mismas fórmulas mentalmente. Es lo que los mismos antropólogos humanos llaman “pensamiento mágico”, esa es otra rémora de la que se librarán si alcanzan la siguiente etapa de evolución.

He escuchado algunas oraciones humanas y algunas son bellas poesías.

Sin duda. Las religiones tienen mucho de obra de arte.

En cambio, he escuchado otras oraciones y son de una vulgaridad impactante. El otro día vi en esta tele un humano que en su oración pedía la muerte de otro o que al menos a ese otro le sucediera una desgracia.

Otra prueba de la puerilidad de la especie.

Escuché una vez una oración de un humano y en ella le solicitaba a su Dios que por favor existieran extraterrestres y que por favor se contactaran con los humanos. Me pareció muy tierno y hasta sentí ganas de complacerlo.

En efecto, era una oración muy tierna, a veces los humanos son de una dulzura desarmante. A veces uno quisiera contactarlos y arreglarles de una vez por todas el noventa y nueve por ciento de sus problemas, pero también sabemos que si nosotros procediéramos así, hacia el futuro les generaríamos una dependencia respecto de nosotros mismos que a la larga tendría fatales consecuencias. Al menos hasta cierto punto, ellos deben llegar solitos.

En otra ocasión escuché otra inclasificable oración, alguien pedía a su Dios que hubiera un poco menos de poesía en el mundo, que estaba harto de que todo (de lo minúsculo a lo mayúsculo) en el universo, rebosara poesía.

¿Eso era una oración humana? ¿Estás seguro?

La mujer (o lo que parecía una mujer) a quien vi haciéndolo estaba de rodillas, con las manos juntas y adoptando la típica actitud de un humano orante.

No entiendo bien ¿qué ganancia podría obtener un humano orante de que hubiera menos poesía en el mundo? Además ¿cómo diablos se puede definir la poesía para efectos de disminuir su cantidad en el universo? ¿acaso la poesía se puede cuantificar? Tengo la impresión de que esa mujer realmente estaba pidiendo otra cosa, no sabía lo que pedía o estaba loca.

A mí se me ocurrió pensar que tal vez ella intuía que nosotros o alguien más la estaba observando, que quizá ella lo hacía para impresionarnos de algún modo.

Esa idea es sugestiva ¿Habrá al menos algunos humanos que sospechen que todo el tiempo están siendo observados por nosotros? ¿Que llevamos mucho tiempo estudiándolos? ¿Que ellos son uno de nuestros programas con más alta sintonía? Si esa perspectiva fuera cierta, nosotros mismos quizá deberíamos replantear nuestra conducta al menos con ese segmento de la población.

¿Y qué sugerirías hacer?

La directiva oficial sería la de no hacer nada, la de nunca proporcionarles información a estas personas para que confirmen sus sospechas. No obstante, quizá valdría la pena discutir una excepción respecto de la orden fundamental. Tú ya sabes que yo sí creo que vale la pena invadir un planeta por razones artísticas o dejar de invadirlo por esas mismas razones estéticas.

¿Qué harían los humanos si abruptamente los invadimos? Su frágil arsenal no resistiría mucho tiempo. La verdad es que sería un crimen nuestro.

Y esa es una de las razones por las cuales no lo hacemos, somos conscientes de nuestra abrumadora superioridad científico-técnica y de que si cediéramos a la tentación, acabaríamos cometiendo un genocidio.

Es verdad, los humanos son muy quebradizos… ¿Qué te parece si cambiamos de canal?

Buena idea, pásale a ese otro donde se observa ese planeta de seres que se suicidan por exceso de inteligencia, tengo una teoría sobre ellos.

Bogotá, julio de 2015

1 “Pox” es un ser muy lento de la galaxia de estos extraterrestres.

 


Campo Ricardo Burgos López. Es bogotano, se graduó de psicólogo, pero por fortuna no ejerce la psicología. Obras suyas son Libro que contiene tres miradas (poesía), José Antonio Ramírez y un zapato y El clon de Borges (novelas) y textos críticos como Pintarle bigote a la Mona Lisa: las ucronías, Otros seres y otros mundos. Estudios en literatura fantástica e Introducción al estudio del diablo. Compiló también la Antología del cuento fantástico colombiano. En la actualidad es profesor en la Escuela de Filosofía y Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Vínculo" por Lord Jim

16 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Vínculo

Lord Jim


El experimento miró el mar durante una hora, apoyando el brazo derecho en el pretil del puente Rashomon. Se quedó estupefacto ante los confines del mundo que le habíamos impuesto. De pie y recibiendo la brisa, esperó a que la lluvia cubriera toda la ciudad con su manto para empezar a correr. Después de tantos años no recordaba la sensación del agua deslizándose por la piel.

Miró sus manos negras durante unos segundos. Movió sus falanges y se tocó las palmas con la punta de los dedos. Respiró con ansias.

¿Este…soy yo? Después de tanto… este es mi cuerpo. — Transcribimos su pensamiento.

La imagen de la ciudad lo llenó de angustia. Cada uno de los edificios alcanzaba cómo mínimo los 1.500 pisos de altura. Las construcciones estaban tejidas por una serie de puentes, formando lo que a lo lejos se veía como una telaraña arquitectónica. Lo único que los unía en el suelo eran los retazos del mar que fluía hasta el horizonte, estorbado por las vigas.

Después de que la lluvia comenzó a caer, corrió a refugiarse, mientras los millones de sensores instalados debajo de la capa de silicona que cubría el exoesqueleto hacían vibrar los hemisferios de su cerebro para recordarle las sensaciones y los efectos del agua helada.

No estaba acostumbrado a llevar el cuerpo de un boxeador desnutrido. Ponía sus manos a los lados de su cadera para mantener el equilibro y sostener el peso de los brazos que aún manejaba torpemente.

Este era su tercer día después de haber vuelto a poner los pies en la tierra. Aunque los programas de historia y memoria se instalaron con éxito, el Experimento aún se sentía desubicado ante la suprema realidad.

La imagen del mundo perdiéndose lentamente con cada paso suyo lo arrinconaba ingrávido en un espacio que su memoria decía recordar, pero que aún sentía extraño ante su conciencia.

En la Central Médica le informamos su situación. Fue declarado muerto físicamente el 9 de agosto del año 2029 a las 2 de la madrugada, las razones se desconocen. Le advertimos sobre la aprobación del referendo que permite la experimentación médica con quién no pueda negarse, explícitamente. Por esta razón, su cuerpo había sido utilizado para probar nuevas técnicas de retribución motora y cerebral, las cuales concluyeron con inesperado éxito. Todos estos logros se debían al trabajo de la reconocida especialista en neurociencia: Stella Méchnikov.

Estos procesos terminaron despertándolo, según le informamos, hace tres días. Para ser exactos, el miércoles 10 de abril del año 2034 a las 8 de la mañana. Esas fueron las creencias que instalamos en la realidad del Experimento.

Caminó en una ciudad solitaria, sin despertar el interés de quienes se dejaban llevar por los puentes, los edificios y los golpes de las olas. Divagó, meditando sobre la imagen de este mundo, hasta que terminó en una de las cantinas del centésimo piso del edifico donde se alojaba. Fue recibido por los sensores que activaban a los autómatas del lugar, quienes lograron identificarlo como un ser humano, a pesar de las interferencias generadas por su cuerpo mecánico. Aquel primer encuentro causó una paradoja en la memoria del programa que atendía la cantina.

Se sentó en una de las mesas que daban a la ventana. Miró el horizonte sin mostrar ningún tipo de emoción, dejándose llevar por la música del lugar. Desde el centro de la mesa se desplegó un holograma ofreciéndole el menú. Escogió una cerveza, que le fue llevada por un autómata disfrazado de camarero. Cerró los ojos y dejó pasar los primeros sorbos del trago. Su lengua reaccionó inesperadamente, llevando un impulso demasiado fuerte a los hemisferios del cerebro. El cuerpo en la Sala V. se agitó bruscamente, llegando a producir leves convulsiones y movimientos extraños en el hipocampo.

Stella Méchnikov — susurró— ese nombre…

Al terminar la octava cerveza, sus reflejos y su capacidad para el habla se vieron seriamente afectados. Aún estudiamos las causas. Sin embargo, en el análisis del hipocampo vimos que los daños engendrados por las anfetaminas consumidas en la llamada Vida 1 y este efecto del alcohol en la conciencia del neo-cuerpo, trajeron a su memoria bocetos de recuerdos que habían sido borrados. Recuerdos no permitidos ni suministrados por la Central.

El consejo decidió explorar los alcances de dichas fallas cerebrales, confrontando los límites de la conciencia y la memoria.

Cuando entró tambaleando a su habitación notó, por primera vez en ese mundo, la oscuridad completa. Intentó activar los controladores de luz, pero los desconectamos. La puerta se cerró a sus espaldas. No quedaba rastro ni memoria de un mundo fuera de ese espacio finito. Volvía al encierro obligatorio.

Las pruebas iniciaron desnudando su conciencia. Proyectamos en cada rincón del cuarto un video de 4 segundos, mostrando a un hombre cayendo al suelo mientras que las piernas de una mujer se acercaban, después de esto la imagen se desdibujaba hasta quedar blanca. Nos extasiamos con su intimidad.

El cerebro comenzaba a reaccionar, el ritmo cardiaco y las convulsiones alcanzaron límites impensados. En la Sala V. su pecho y su papada se llenaron de una baba espesa. El hombre estaba atrapado entre sus recuerdos.

Pidió ayuda y, al no encontrarla, gritó varias veces la palabra “Stella”, mientras golpeaba las imágenes con una excelente técnica de boxeador. Pero todo esto fue callado por el sonido del oleaje de medianoche. Sus ojos mecánicos se desconectaron, se cogió la cabeza y cayó de rodillas en medio del cuarto, ocultando su vista ante aquello que le obligamos a recordar.

En la Central Médica decidimos reproducir el siguiente fragmento de un discurso dado por la doctora Méchnikov, en el marco de la premiación del proyecto de reproducción y manipulación de conciencias:

El cerebro humano es una frágil máquina que nos engaña todo el tiempo. Vida, familia, amor, estructuras sociales, e incluso la misma conciencia sobre el cuerpo. Son solo mentiras simbólicas para que el ser humano pueda sostenerse ante la insignificancia de su vida. La conciencia y la memoria no son más que drogas creadas por la razón ante la cobardía de la muerte…

Todo esto se repitió durante más de media hora. Aunque sus gritos intentaron opacar el discurso de la Doctora Méchnikov, le fue imposible al Experimento huir mental o físicamente de la prueba, ocasionando la crisis llamada Vínculo (conciencia y memoria). Esta fue decodificada del hipocampo y narrada a continuación:

Otra vez ¡Maldita sea! Tú sigues metido en lo mismo— dice ella, inyectándome una mirada cargada de desprecio.

Estoy probando con mi conciencia, nada más. No es algo que te interese. — Le digo eso para que se calle y me deje comer en paz.

Siempre y cuando no me toque correr al hospital, púdrete con esa agujas si se te da la gana— sigue comiendo, mirando el plato y moviendo los cubiertos con una precisión espeluznante.

Terminamos de comer en completo silencio. Creo que piensa en todo aquello que no ha alcanzado. Su vida se resume en un anillo barato y una casa silenciada. Quisiera ver si Gardel conservaría las ganas de volver, después de vivir estos veinte años.

Me paro de la mesa, sin siquiera mirarla. Tiro mis platos en el mesón de la cocina y camino al sótano. Cierro la puerta de un portazo. Me la imagino sentada afuera, fumando detrás de la puerta, esperando mi muerte. En cierta forma lo disfruta. Tenemos placeres distintos, pero basados en la destrucción del mismo ser.

Enciendo la computadora y reviso los avances de mi investigación. Todo está conforme a lo que planteé, solo es cuadrar un par de deficiencias teóricas y encontrar un sujeto de prueba. La humanidad caminará por los senderos que dejen de lado su existencia mortal. Podré alterar el mundo entero con un par de cálculos más. La ansiedad y el dolor llegan a la misma hora, por ahora solo necesito más morfina. El cuerpo no es más que un empaque mediocre.

Esta es la maldita realidad, un puto engaño que te demuestra en los otros la verdadera basura de lo que eres como persona. Por tu culpa, siempre termino acá, en este sótano, perdido en la oscuridad del subsuelo, ocultándolo todo. Ni siquiera me puedo drogar en la comodidad de mi cama, siempre aparentando.

La morfina nada por mi brazo, y para acompañar el viaje mando un par de anfetaminas. Eso es todo lo que un hombre necesita; romper los límites de la existencia. Lo único que nos falta es romper el vínculo con el cuerpo, eso es lo que alcanzaré. La existencia está… está… en mis manos, en mis blancas manos.

El cuerpo me falla. Escuchó la silla caer y siento otra vez la frialdad del suelo. A cada segundo veo como se desdibuja todo lo que me rodea. Ya no puedo mover las manos. El ruido de sus tacones se acerca, tengo miedo. Ahí están sus piernas, listas para pisotear lo que queda de mí.

Haz lo que quieras, mátame de una vez; pero no te atrevas a levantarme…

Crisis por apoplejía inminente en la Sala V.

En este punto el Experimento presentó un fallo mecánico producido por el cerebro. Las capacidades motoras se vieron fuertemente estropeadas. Su espalda se atoró en un bucle de acción, obligándolo a golpearse contra el suelo una y otra vez, sujetándose la cabeza y repitiendo a gritos la palabra “Stella”.

Los sensores y partes del cráneo salieron volando por toda la habitación. La caja de sonido se estropeó, pero la mandíbula seguía moviéndose muda. Desde la Central Médica decidimos terminar el experimento para evitar su muerte y estudiar las causas que originaron los acontecimientos, previamente relatados.

La propuesta por parte del comité es mantener con vida al sujeto durante un par de años más, para encontrar las fallas físicas y psicológicas que generaron Vínculo. Conectarlo a un cuerpo distinto de los que se utilizaron antes. La propuesta más llamativa es alterar el sexo desde la base. Pero eso entraría a discutirse en la siguiente investigación del departamento.

Por ahora, esperamos el permiso de la organización bioética y su presidenta, la doctora Stella Méchnikov.

*****

Apagó las pantallas. Abrió el cajón dónde escondía el licor. Movió unos papeles arrugados y vio el brillo de un anillo oxidado al lado del sacacorchos. Destapó una botella de vino y se sirvió un vaso. Miró al horizonte, hasta blanquear su mirada con la eternidad del mar. Salió a la calle para pensar en su veredicto.

Caminó por varios de los puentes que interconectaban a la ciudad. Paró su caminata en el puente Rashomon para fumarse un cigarrillo. Dejó escapar el humo por su nariz y sopló una bocanada que se unió a las nubes que escondían las puntas de todos los rascacielos. Rió con suavidad.

Los cobardes nunca mueren— pensó.

Dejó caer las últimas cenizas que se destrozaron con la presión del aire, hasta perderse en la brisa que traen los oleajes fuertes. Siguió su camino, recordando su mirada, sus gritos y su quietud. Desapareció, perdiéndose bajo el manto de la lluvia incesante que caía en Rashomon.

 


Lord Jim. Soy un cucuteño, criado en Bogotá y con problemas de identificación cultural. La literatura de ciencia ficción llegó a mi vida a los 15 años, cuando un vendedor de libros usados de la Jiménez con 12, me recomendó un viejo libro azul, sucio y barato. Ese libro que compré con curiosidad e ignorancia fue «Visiones peligrosas, Volumen 2». Hoy tengo 22 años, pasé por una escuela de periodismo, pero desde entonces, me he obsesionado con la literatura de ciencia ficción, hasta estos días donde mi terquedad me dice que escriba relatos de ficción para pasar el tiempo y las ideas.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Dalmaria 13" por Luis Adán Díaz Hereira

9 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Dalmaria 13

Luis Adán Díaz Hereira


La espuma del chocolate caliente le recordaba las olas burbujeantes de Dalmaria 13; el pasto verde de su patio, en donde yacía leyendo un libro de aventuras, le recordaba la zona suburbana de Dalmaria 13; la música que salía del tocadiscos de casi cinco siglos le recordaba el sonido ambiente de la nada en Dalmaria 13. Esos recuerdos representaban un mundo del que era dueño, el mundo de Hank Phillip. Plácidamente sumergido en el espectro de sus recuerdos sintió en sus huesos como navegaba por las imágenes de Dalmaria 13. Luego se desconectó la máquina y su estado mutó; sus ojos vivaces se posaron en el cable que debía estar conectado justo debajo de la última vértebra.

Deja eso –dijo una voz femenina–, yo lo desconecté, lo he hecho por ti. Los recuerdos te están matando.

¡Siempre me arruinas mis recuerdos!

Eres un adicto a los recuerdos, abuelo.

Era cierto, ambos lo tenían claro. Nada se veía con peores ojos en la galaxia que un adicto a los recuerdos. Las razones bastaban, sumándose al desagradable cuerpo que dejaban los adictos a los recuerdos, estaban las alucinaciones, la paranoia, los cambios de ánimo, la depresión y la pérdida de noción de la realidad. Su nieta quería evitarle problemas, le dolía ver a su demacrado abuelo perecer ante el pasado, las épocas doradas. Porque el presente transcurría sin él, sus hijos perdían las visitas esperadas y sus conocidos guardaban puestos en vano para charlas no transcurridas, sus nietos olvidaban el rostro arrugado de un solemne y sabio anciano. El presente lo estaba perdiendo, Hank Phillip ya era cosa del pasado. Y no faltaría mucho para ser tragado por la máquina de recuerdos. El fulgor de su ser se esfumaba y con palabras apenas audibles para la única nieta que lo visitaba se conectó el cable instintivamente.

Te desconozco, abuelo, –La mujer se dio media vuelta, pero antes de irse, añadió: –buscaré ayuda, te lo prometo.

Déjame solo –ordenó Hank que aún no había caído en el efecto de la máquina.

Los párpados del anciano bajaron hasta cubrir sus ojos por completo. Sintió recorrer un camino rocoso y volvió a estar en las vastas profundidades de los mares coloridos y las estepas desiertas de Dalmaria 13. La inmensidad de las lunas y el sol esparcidos por el esplendoroso cielo agregaban las pinceladas certeras del paisaje que lo asemejaban a una muy realista pintura de verano. Como esos veranos que pasó en las extremas condiciones calurosas en el mismo lugar; jornadas extenuantes le aceleraban la respiración confundida con un intenso jadeo propio de los caminantes crónicos que recorren cual niños alegres los terrenos del planeta.

Escapaban de su mente algunas ideas entre las caricias del denso viento y los soplos de las frondosas montañas, mezclándose con el sabor del fruto de una tierra fértil como ninguna otra. Hank Phillip había olvidado que por muchas aventuras incesantes que hubiera tenido y por incontables planetas de variable tamaño, composición y contenido, él nunca había visitado ni en sueños esa formación de vida llamada Dalmaria 13, lugar que lo amedrentaba incesantemente.

Es él –señaló la mujer con el brazo extendido.

Un hombre vestido con bata blanca observó detenidamente al viejo, y torció el rostro al verificar sus temores.

El hombre se ha traspasado al plano de los recuerdos –dijo con voz tosca–, lo que queda aquí no es sino un frasco vacío. Hemos llegado tarde.

La mujer se cubrió el rostro con las manos, repitiendo lamentos y maldiciones y dando lugar a un segundo hombre que se llevó al anciano sin interrumpir su viaje por los recuerdos.

Haremos lo que esté en nuestras manos señorita –dijo uno de los hombres mientras salía de aquel patio, en medio de una casa de madera vieja y descolorida.

Hank recorría los caminos rocosos de las montañas cubiertas de humo rojizo. A sus espaldas la brisa desordenaba sus cabellos grises y lo obligaba a encorvarse. En su recorrido, a medida que subía a la cima, brillante, inerte, inconfundible, pero aún así, siempre lejana. Cuando pisó lo que parecía la zona más elevada dio un grito contra el mundo, tomando aire y repitiendo el grito cada cierto tiempo en que parecía responder un inexistente hombre a forma de eco. Mirando los ríos oblicuos que se cruzaban entre sí, y las montañas pares que comparadas a la presente eran pequeños montículos de piedra, sintiendo el fino roce del viento congelado bañando su delgado cuerpo, sintió una punzada en el pecho, la melancolía le latía a la par con el corazón y la lengua le temblaba por la falta de agua y de palabras que necesitaba en un momento como este. Extrañaba con cada gota de sangre que pasaba por su cuerpo y con cada diminuta partícula que lo comprendía al mundo que lo vio reír y llorar en las horas muertas, Dalmaria 13. El sol se ocultó de un extremo del cielo y las lunas se alzaron al otro, ahora los paisajes se oscurecían, la extensión de la tierra tenía un brillo peculiar, mágico, irreal, onírico.


Luis Adán Díaz Hereira, nacido en Barranquilla, Atlántico el 15 de noviembre de 1996, se trasladó junto a su familia desde chico a la capital colombiana, Bogotá D.C. donde se crió toda su vida. Estudia cine y televisión en la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. Amante de la ciencia ficción tanto en el medio audiovisuales como en literatura. Sus influencias notables son los escritores Ray Bradbury, Isaac Asimov, Stanislaw Lem y Phillip K. Dick; y el director de cine Andrei Tarkovsky.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Necrosis" por Ana María de la Torre Bermúdez

4 Nov

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Necrosis

Ana María de la Torre Bermúdez


La sinfonía de la podredumbre retumba en la boca del estómago, embadurnándose de grasa a medida que el cuerpo se ahoga y pese a todo gorjea. Las miradas se nublan lujuriosas ante el censo de las calorías mientras la mujer contempla a través del cristal, oprimiendo la mandíbula en una mueca de resignación ponzoñosa. Un dedo aceitoso la señala desde el interior acompañado de una carcajada.

Blandiendo la muleta, inicia una retirada endemoniada; en sus ojos destella un odio perturbado que resuena en el chirrido del titanio. Sus decididas zancadas la guían a través de la ciudad macilenta. Sobre su cabeza, los vehículos circulan en estrechos carriles aéreos, exhalando un aliento sombrío que se adhiere a los edificios como una pestilente atmósfera. Mientras atraviesa el núcleo de la metrópolis, la brisa levantada por los billetes al desfilar de mano en mano acaricia sus mejillas. Ciertas miradas piadosas osan mirarla con compasión hipócrita, blandiendo solidarias limosnas que rechaza con férreos manotazos del brazo biónico.

Exhausta de arrastrar durante tanta distancia la defectuosa pierna artificial, toma asiento sobre un banco próximo a la ribera del ahogado río. Ha recorrido cerca de diez millas; el transporte público es un monstruo de colmillos venenosos con el que se niega a contribuir. Los dirigibles revestidos de publicidad sobrevuelan el desolado paisaje que comienza a esbozar los suburbios de la majestuosa ciudad, la cual se delata vencida hacia sus decrépitas fronteras. Con mirada sombría, contempla el crudo edificio rodeado de tierra sucia e infértil. Su corazón sucumbe lentamente ante esta creciente necrosis; no la que estrangula su cuerpo, sino la que poco a poco asfixia este mundo acabado.

Impulsándose con un suspiro, se une a la cola para acceder al edificio. Tras traspasar el control de acceso, se dirige a los vestuarios para cambiar sus austeras ropas por el traje NBQ. Una vez acomodada en su sección del laboratorio, sus manos trabajan ansiosas. Los demás químicos, que en mayoría trabajan aquí como única alternativa al desempleo y la pobreza, la miran de soslayo preguntándose por qué, aun en su crítico estado, insiste en alquilar la cabina y repetir continuamente esta arriesgada tarea, exponiendo de nuevo su vida a la ponzoñosa mordedura de los rayos gamma. Pero su consciencia se nubla por el anhelo de salvación, por el espíritu heroico que sufre ante la idea de ver secundada su suerte.

Una vez finalizado su trabajo, guarda cuidadosamente en paquetes herméticos los alimentos esterilizados mediante esta avanzada técnica de ionización. Cargándolos a la espalda con esfuerzo, escapa del venenoso edificio, enfundada de nuevo en su armadura de humilde supervivencia. Sus ojos, sobrevolando el lóbrego esqueleto del río, escrutan el horizonte que comienza a morir inmerso en el crepúsculo. Entonces su mirada lo encuentra; la aguarda en pie, irguiendo su postura en una decidida presencia. Él no se ofrece a ayudarla a llevar la carga; no se acerca para ahorrarle distancia. Su severo semblante la escruta sin desestima ninguna, adivinando el fantasma de la carne donde ahora preside el metal. Sabe que su corazón late aún de vida enfebrecido con la fuerza de diez mil huracanes.

El ademán es sencillo y casual; sus gestos apenas se alteran cuando él, de un macuto, extrae una muleta y la intercambia por la que ella lleva. Sus labios susurran un torrente de palabras que escucha mientras una atolondrada ave despierta en su pecho y aletea. El odio, que intuye la victoria, parece apoderarse por un momento de su ánimo, pero finalmente se controla y, envolviéndose en un aura calculada y fría, se apoya en la nueva muleta mientras apresuradamente regresa al corazón de la metrópolis.

Su torpe pierna biónica la desespera al tiempo que se abre paso a través de la multitud cuchicheante; el evento comienza en dos horas cuando son cuatro las que se demora en llegar a casa. Desde las tiendas de televisiones, el rostro odiado dirige pretenciosas miradas a las cámaras de los numerosos reportajes que anteceden a la retransmisión del acontecimiento. Su conciencia se retuerce de remordimiento, pero debe cometer una pequeña traición para llegar a tiempo: con el estómago contraído de náusea, se acomoda en el tranvía que serpentea entre los imponentes rascacielos.

Cuando al fin irrumpe en su apartamento, arroja su cargamento a un lado, echa un rápido vistazo al televisor que atiende su hijo y regresa al vestíbulo antes siquiera de escuchar su entusiasmada bienvenida. Temblorosa, respira la ignorante noche desde la vertiginosa azotea, localizando en la lejanía el edificio de arquitectura neoclásica que, como había pretendido al alquilar el piso en esta urbanización, puede apreciarse perfectamente. Una masa de repugnantes hormigas se agolpa frente a él, sin duda blandiendo cámaras y micrófonos.

Con un suspiro, se apoya la muleta sobre el hombro. Al accionar un botón, una mirilla emerge de la barra. A través, la visión del palacio se amplía desmesuradamente y los rostros se tornan reconocibles. Siente el corazón palpitar enfebrecido mientras la tortuosa espera se consume. Entre sus recuerdos circulan cicatrices de promesas rotas y decepciones traidoras.

Por fin, la multitud se abre y el protagonista accede al escenario. Firmemente, sujeta la muleta; su índice acaricia la diminuta palanca que sobresale del mango. El proyectil es minúsculo, tan delgado que atravesará la carne y se perderá para siempre; en su calculada trayectoria se imprimen los años de esfuerzo y conspiración impaciente. El rencor estalla en recuerdos de naturaleza masacrada, capitalismo carroñero y salud castigada.

Lentamente, vuelve a apoyar la muleta en el suelo y regresa al interior de la casa. Los histéricos gritos de su hijo la instan a mirar el televisor. Impasible, contempla el cadáver trajeado que se desangra por dos minúsculos orificios en ambas sienes. Con el transcurrir de los convulsivos minutos, nuevas imágenes comienzan a remplazar la visión del asesinato. Un hombre de ánimo impactado balbucea ante el micrófono del entrevistador: el hombre que le ha entregado la muleta. Sus ojos atolondrados se pierden en la nada, pero ella lee en ellos la esperanza; el eco del cambio que parece viajar desde el futuro hacia el presente.

Su cuerpo cruje extenuado, pero el de su hijo se mueve vigorosamente, preparando la cena con los alimentos esterilizados, y ella esconde las lágrimas de alivio y fe, rogando que la masacre se detenga y el mundo, poco a poco, vuelva a nacer.



Ana María de la Torre Bermúdez nació el 1 de diciembre de 1995 en Valdepeñas (Ciudad Real). Desde muy temprana edad ha mostrado un gran interés por la literatura y la escritura creativa, comenzando a practicar esta última a los seis años y siendo galardonada en diversos premios literarios a partir de entonces. Actualmente, estudia Traducción e Interpretación en la Universidad de Málaga, aunque durante este curso se ha trasladado a la Universidad de Portsmouth como estudiante Erasmus. Sus lenguas de estudio son el inglés, el francés y el japonés. Recientemente se dedica a la escritura de La pluma de Rosetta, un blog sobre literatura, idiomas, cine, etc. En el futuro, sueña con ser una buena traductora e intérprete a la vez que escritora.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"Rutinas de androide" por María José Gil Benedicto

28 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Rutinas de androide

María José Gil Benedicto


En la ciudad se producían cientos de muertes al mes; incluso a la semana, cuando cambiaba la luna. Los accidentes de tráfico, todos aparatosos, las enfermedades terminales y la abundancia de peleas en los barrios se situaban entre los primeros puestos de la macabra estadística del ayuntamiento. Luego estaban los locos suicidas, de los que apenas se hablaba y, por último, los infractores de algunas leyes, que solían terminar con los sesos reventados sobre el asfalto. En la distancia impredecible que separaba el nacimiento de la muerte, los ciudadanos se afanaban en sus quehaceres; a veces sin sentido y en la mayoría de las ocasiones con la lógica aplastante de proporcionar continuidad a su subsistencia. Siempre ocupados, sin una tregua, por lo que el pase a la otra vida era más una molestia que un duelo. Para mitigar la forzosa interrupción de la materia, el ayuntamiento había ideado un plan perfecto; una flotilla de androides se ocupaba del tema banal del fin de la existencia para proteger la marcha frenética del ciudadano, que así podía estar al servicio del consistorio a jornada completa, que a su vez, en agradecimiento a sus electores, velaba día y noche por el último adiós. Las flotillas, llamadas así por el escaso número de elementos necesarios, constaban normalmente de una forense delegada, una oficial de policía, una fotógrafa y dos o tres funcionarias de especialidades varias. Todas ellas puro dióxido de vanadio enfundado en spandex plastificado, con la apariencia de inocentes criaturas de ojos claros y expresión angelical, fruto de largos estudios de márquetin que relacionaban el aspecto feminoide con una mayor confianza por parte de los urbanitas en el desempeño eficaz de la tarea en cuestión, unido a una óptima sensación de calma generalizada cuando descendían del vehículo oficial con sus maletines de un rojo electrizante. Al verlas, la gente olvidaba los sentimentalismos subidos de tono que estas despedidas definitivas producen en la gente. Pero, pese a los esfuerzos de la alcaldía o tal vez como consecuencia de ellos, en la ciudad nadie vivía tranquilo; era de esperar que ninguno pudiera morir en paz.

Por eso resultaba anómalo el final del relojero, que parecía dormir plácidamente recostado en su sillón del taller. La luz de una lamparilla de neón dejaba al descubierto unos rasgos avejentados. A su alrededor, la penumbra y el polvo ocultaban restos de maquinarias, manecillas inútiles, tiempos que ya no volverían. Una oficial de policía y la forense, en cuyas placas relucían los caracteres flotilla 32, hablaban de éstos y otros detalles en un siseo metálico imperceptible, como si temieran conjurar un terrible maleficio con sus indagaciones.

Ya habían dedicado parte de la mañana a sonsacar al vecindario. Al parecer, el estado natural del relojero era la soledad. Tampoco se le conocían otras aficiones que la reparación de todo tipo de relojes de cuerda, a decir de algunos para venderlos a coleccionistas porque, de qué si no iba a vivir, y a comer, y a pagar el alquiler del local. Otros sabían a ciencia cierta que el hombre cobraba una pensión de algún gobierno extranjero. Los más sólo le recordaban como una persona ensimismada, que caminaba contando las baldosas. Tal vez era tímido; o huraño; o un asesino venido a menos; o un simple poeta. Cada cual lo adjetivaba a su gusto y, cuantas más preguntas hacían, menos información obtenían. Las androides concluyeron que cualquier humano miente y añadieron en sus anotaciones: pasado difuso.

Después, las funcionarias procedieron a delimitar en cuadrantes la tienda y el taller del relojero. Cada objeto de cada cuadrante se fotografió, analizó y colocó de nuevo en su posición original o, de ser importante, se embolsó para su traslado al laboratorio. Así, en el segundo cuadrante encontraron un puñado de cartas estranguladas con la correa elástica de un reloj de muñeca de los años ochenta. Estas cartas, escritas de puño y letra por el relojero –puesto que la caligrafía era idéntica a la de la lista de precios pegada en la caja registradora– , iban dirigidas a la misma mujer pero a distintos domicilios. Fueron devueltas por la oficina de correos, con la estampación del sello “desconocido en destino” en una tinta con un matiz azul ultramar. La oficial de policía no estaba segura de su importancia y miró de soslayo a la forense, que hizo una pausa en la observación del cadáver para atenderla. Tras una primera lectura a viva voz, la forense dictaminó que eran epístolas amorosas en todos sus matices. Desde el amor ilusionado del primer encuentro hasta el amor agriado del desengaño, pasando por la retahíla de amores dichosos, quejumbrosos, lúbricos, platónicos. La humanidad del relojero conoció todas las intensidades del querer con una mujer a la que, a juzgar por esas misivas, perdió y no volvió a recuperar.

Ambas intercambiaron una mirada de extrañeza. Ellas no estaban programadas para reconocer determinados sentimientos como propios. No podían, por ejemplo, sentir dicha o dolor; ni siquiera eran capaces de tener una mínima empatía que, a la larga, pudiera perjudicar su software, porque no resultaba rentable. Mucho menos una pasión tan intensa y tan mal utilizada como el amor humano. No obstante, se les había dotado de ciertas mejoras a nivel visual o auditivo, siempre en aras del buen desempeño de sus rutinas. Así que, la oficial de policía volvió sus ojos de celeste indiferencia hacia el resto de objetos polvorientos, continuando con sus comprobaciones sin hacer ningún comentario. De haber tenido una pizca de humanidad, la lectura de esas cartas le habría provocado un arrebol rosa sandía.

El ir y venir de las restantes funcionarias, entregadas a la tarea de acumular el mayor número de indicios posibles para dar por concluida la “Diligencia de Levantamiento de Cadáver”, enfrió el cubículo con el continuo vaivén de las puertas de la tienda y del taller, en una procesión de corrientes de aire que traían los aromas de la encajonada calle, llevándose en su envite el hedor que empezaba a apoderarse de las cosas, contagiándoles su finitud.

Ya casi habían terminado cuando la oficial de policía se topó con un curioso artefacto. Empezó a manipularlo con sumo cuidado. Es un contestador, se apresuró a explicar la fotógrafa, que había oído hablar de esos trastos. Dale al botón de inicio, añadió con la misma precipitación. La oficial de policía lo presionó con su dedo plastificado. Una voz entrecortada confesó con pesar: “No supe quererte. Perdóname, amor”. Todas se aproximaron hacia el contestador, agudizando más si cabe sus ya hipersensibles pabellones auriculares. Volvieron a escuchar la grabación, una vez, y otra, y otra más. Desmenuzaron el timbre, la intensidad, la vibración, el tono de aquella voz femenina que, presumiblemente, pertenecía a la mujer de las cartas. No podía ser otra. Quién si no. Diseccionaron también cada fonema y, cuando verificaron que esa misma cinta se había deslizado infinidad de veces sobre los rodillos del aparato, hacía cuestión de escasos días según sus cálculos, asintieron al unísono sin atreverse a hacer la pregunta. Por fin, la oficial de policía carraspeó, reclamando la atención de la forense. Fue lo más directa que supo en su planteamiento. ¿Es posible –dijo- que un sentimiento intenso produzca una muerte súbita y no obstante dulce? ¿Es posible que nosotras también –añadió- pudiéramos en algún momento, que nosotras…? Pero no se atrevió a terminar su última pregunta, solicitando con la mirada la ayuda de las demás. Entonces-concluyó la fotógrafa- ¿de qué murió el relojero, doctora? Falleció por culpa de esto ¿verdad?, dijo señalando el contestador y desviando las divagaciones de la oficial de policía hacia un terreno más práctico.

Tras escucharlas, la forense dio media vuelta, se deshizo de los guantes de rigor y salió a la calle. Necesitaba aire fresco para ordenar sus ideas. El gélido viento de principios del invierno le golpeó la cara, zarandeándola también por dentro, como si este caso del relojero le hubiera mostrado una carencia en el intervalo de sus circuitos que no había considerado necesaria hasta ese momento. Este era un tema digno de la próxima reunión del sindicato. Sugeriría una ampliación de memoria para hacer frente a los recovecos imprevistos del género humano. Luego se fijó en el cartel de la entrada a la tienda, en el que figuraban un simple nombre y una profesión. Pensó en cómo alguien que no era nadie, un ser irrelevante y casi invisible para sus convecinos, un hombre atrapado en la sucesión acompasada y monótona de sus relojes, se había convertido a lo largo de esa mañana en un ser complejo y fascinante que gozó y sufrió entre las paredes de su taller de sueños rotos. La forense regresó al interior convencida del buen trabajo realizado por sus ayudantes, aunque un poco indecisa. Cómo iba ella a justificar, en el informe para el Servicio de Patología, que por primera vez se habían topado con un humano fallecido de una probable, aunque discreta, felicidad.


María José Gil Benedicto (España, 1961) Escribo relato corto, poesía y cuento. He colaborado en algunos números de la Revista Digital miNatura. Fui Primer Premio en el X Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2012, con el microcuento “Carola no está”, y finalista en el V Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2013, con el poema “Ser o no ser en Detroit” y en el VI Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2014, con el poema “De lo que aconteció al príncipe de la Bella Durmiente”. En el nº 8 de la revista TerBi publicaron el relato “La decisión del Doctor Wu”, y en el nº 35 de la revista NM se publicó el relato “Un día en la vida de Shimizu-san”. También aparezco en el blog Lectures d’ailleurs, con su traducción al francés del relato “El mutante”.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

"El mejor de la galaxia" por Matías Julio Compañy

26 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


El mejor de la galaxia

Matías Julio Compañy


Bill pasó tres meses verificando los recorridos de las veintisiete aeronaves que componían la flota blindada de la SECURITASPACE CORPORATION. Veintiséis de estas naves cumplían el protocolo a rajatabla, por lo cual fueron descartadas como posibles objetivos. Sólo una de ellas calificaba, y se debía a un pequeño desliz que cometía la tripulación de manera recurrente. Cada vez que el vehículo espacial llegaba a la Estación Orbital Marciana la tripulación entera bajaba a almorzar en un pub de mala muerte llamado “El Tropezón”. Las instrucciones eran muy claras: cuando hay que realizar una parada para repostar combustible o comer, al menos un integrante de la tripulación debe quedar a bordo, turnándose los puestos si es necesario. Pero para los tres guardias de la aeronave blindada bajarse juntos en ese punto del recorrido ya constituía un ritual; ahorraban tiempo y les permitía distenderse un rato de sus obligaciones.

Más de una vez, Bill los había mirado comer desde otra mesa; observando cuidadosamente cada uno de sus movimientos, cómo reían con la boca llena, cómo cruzaban los dedos antes de pedir una cerveza esperando que ese gesto mágico evitara un test sorpresa de alcoholemia al llegar a destino, cómo charlaban de mujeres y sus rutinarias vidas en el mundo de la seguridad privada. Él observaba todo esto y anotaba cada detalle. “Ni se imaginan lo que les espera”, pensaba. “No saben que tan sólo a unos metros estoy yo: el mejor de la galaxia”.

El plan fue revisado hasta el mínimo detalle. Todo debía salir a la perfección, o pasaría el resto de sus días en la cárcel. Adornaban las paredes de su pequeño cuarto alquilado montones de papeles y gráficas, con los horarios específicos de cada parada del transporte de caudales, los datos personales de toda la tripulación, información técnica de la nave, y hasta una copia del menú de “El Tropezón” con todos los precios incluidos. Pasaba horas escribiendo en un bloc de notas y memorizando cada uno de los pasos a seguir. Acostado, cerraba los ojos intentando recordar cada movimiento de la complicada coreografía. “Va a ser difícil” se decía a sí mismo cada noche antes de quedarse dormido. ”Va a ser difícil, pero yo lo voy a lograr, porque soy el mejor en lo que hago.”

El día finalmente llegó. El blindado gris y amarillo comenzó con lentitud la maniobra de acople mientras el puente de entrada a la estación se desplegaba sobre uno de los laterales. Bill miró el reloj digital proyectado sobre el visor de su casco. Justo a tiempo, ni un minuto más ni un minuto menos. La nave terminó su acople para convertirse en un apéndice más de la estación. Los tres guardias bajaron del vehículo estirando los adormecidos músculos y cruzaron el puente umbilical que los comunicaba con la estación rumbo al pub. “Es el momento, ahora o nunca” pensó Bill al momento de lanzarse al vacío. Había pasado tres horas en el espacio, acoplado magnéticamente a un tanque externo, esperando a que llegase el blindado para arrojarse sobre él. Y digo arrojarse porque él no disponía de ningún propulsor. Esos aparatos contaban con una baliza especial que siempre emitía una señal al entrar al vacío cósmico y eso lo hubiera delatado frente a la seguridad propia de la estación. Entonces sólo contaba con sus músculos y la precisión que tuviera al momento de aferrarse a ese vehículo que tan bien conocía. Lanzarse con demasiada fuerza o en el ángulo incorrecto significaba perderse para siempre en el espacio.

El cuerpo de Bill fue rotando sobre su eje a medida que se acercaba a su objetivo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió su brazo y con la punta de los dedos fue rozando la blindada superficie de la nave, hasta que se topó con la manija de la escotilla de emergencia. Aferrándose con fuerza pudo detener su trayectoria y enganchar el mosquetón de la correa para mantenerse en el lugar. No pudo evitar mirar sobre su hombro y contemplar el aterrador vacío en el cual podría haber terminado si hubiera fallado; pero no lo había hecho, porque él era el mejor, no había nadie en la galaxia que pudiera siquiera imitarlo en su arte.

Consultó nuevamente el reloj en su casco. Media hora era lo mínimo que habían tardado en regresar los guardias desde que él había comenzado a seguirlos. Veinte minutos se había puesto como límite para la operación. Sacó un pequeño taladro con punta de diamante de su bolso para realizar un pequeño agujero en la primera capa, por el cual luego introdujo el delgado tentáculo robótico que debía buscar la cerradura analógica en el interior de la compuerta.

Una vez destrabado el mecanismo sólo faltaban la cerradura electrónica y los sensores de movimiento de la cabina. Para eso tenía un aparato especial que él mismo había diseñado: un pequeño generador de Pulsos Electromagnéticos. Eso anularía todo el sistema electrónico de la nave, pero también el de su traje, incluido el regulador del tanque de oxigeno. Una vez activado, no sólo tendría que trabajar a oscuras, sino que también contaría únicamente con la reserva de aire que hubiera en su traje y sus pulmones. Eso era un poco menos de lo suficiente como para regresar catapultándose de nuevo hasta el tanque detrás del que se había escondido; allí tenía un tubo de oxígeno extra junto con las solapas magnéticas con las cuales se mantenía aferrado a la estación. De esta manera, dejando ambas cosas ahí, evitaba que se estropearan con el pulso.

Soy el mejor, soy el mejor” retumbó en su cabeza. “SOY EL MEJOR, SOY EL MEJOR”; apretó el disparador del generador para que estallara el pulso electromagnético. La compuerta se abrió sola con la descompresión de la cabina, permitiendo que Bill entrara en su oscuro interior. Con los ojos cerrados comenzó a palpar el tablero de control; debía estar por allí. Sus dedos encontraron lo que buscaba; sacando un destornillador de su bolso comenzó a trabajar.

Señor, traigo malas noticias.

¿Qué ocurre? Llego tarde a una reunión.

Robaron uno de nuestros blindados, pero…

¿Cómo que robaron uno de los blindados? Es imposible. ¿Quiénes fueron? ¿Cuánto dinero se llevaron?

Eso es lo curioso señor. No se llevaron el dinero. Podrían haberlo hecho pero no lo hicieron… Se llevaron otra cosa…

Rogg estaba apoyado en el mostrador, intentando comprobar la autenticidad de un viejo Rolex recién comprado, cuando Bill entró en su negocio. Una sonrisa abarcaba buena parte de su rostro.

Rogg, viejo amigo. ¿Cómo estás? Traje algo para ti.

Bill apoyó una caja sobre el mostrador.

Más de lo mismo, seguramente. Veamos que traes allí.

Rogg tomó la caja entre sus manos y la abrió. Luego de inspeccionar un momento su contenido, lo sacó de su caja y lo puso en una mesa detrás de él para conectarlo.

¿Cuánto quieres por él?

Me costó mucho trabajo conseguirlo. Si fuera por eso, debería cobrar al menos 300.000 créditos por él. Pero cómo somos amigos aceptaré los 200 de costumbre. Tú sabes que soy el mejor…

Si, si. El mejor. Siempre dices la misma estupidez. Te daré 20 créditos.

¿20 créditos? Eso no me alcanza ni para una hamburguesa en “El Tropezón”.

Esta cosa esta quemada, sólo sirve de repuesto. Sólo puedo darte 20 billetes, nada más.

El pulso electromagnético, pensó Bill. No había tomado en cuenta que afectaría también al aparato.

¿Qué es esa cosa del tropezón? – preguntó Rogg mientras Bill contaba el dinero.

Un lugar muy bonito para comer– contestó al tiempo que se dirigía hacia la puerta. –La próxima te invito así comemos una pizza.

Bill salió de la tienda de empeño pensando en su próximo golpe. El poco dinero ganado no le había afectado en lo más mínimo. Al fin y al cabo, tenía la certeza de ser el mejor ladrón de estéreos de la galaxia, y tal vez del universo.


Matías Julio Compañy es un escritor argentino de ciencia ficción. Nacido en Bahía Blanca en 1989, ha ganado varias menciones en diferentes certámenes literarios, y publicado cuentos en dos antologías: Contextos Urbanos (2010, Ed. Dunken) y 9na Convergencia Internacional Junín-País (2010, Ed de las Tres Lagunas). La literatura y la electrónica son las dos pasiones en las que ocupa la mayor parte de su día.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015