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Cosmocápsula lanza nuevo proyecto de Podcast: Cosmocápsula goes Amazing

5 Dic

La revista de ciencia ficción Cosmocápsula lanza Cosmocápsula goes Amazing, un podcast que se publicará en la revista Amazing Stories y en el que se abordará la ciencia ficción del mundo hispanohablante y la ciencia ficción alrededor del mundo. Se publicarán episodios en inglés y en español….
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Nuevo Podcast de ciencia ficción: Cosmocápsula goes Amazing

5 Dic

podcast de ciencia ficciónLa revista de ciencia ficción Cosmocápsula lanza Cosmocápsula goes Amazing, un podcast que se publicará en la revista Amazing Stories y en el que se abordará la ciencia ficción del mundo hispanohablante y la ciencia ficción alrededor del mundo. Se publicarán episodios en inglés y en español.

Buscamos difundir, analizar y discutir obras y autores de todos los confines del planeta, de una forma accesible para un público internacional, a través del idioma inglés y del español. Tendremos entrevistas y debates con los personajes representativos del género en diferentes países. También comentaremos novedades editoriales, eventos y otros relacionados con la ciencia ficción.

Si tienes propuestas u opiniones para nuestros programas, puedes ponerlas en los comentarios.

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Conozca el audio promocional, en español y en inglés, a continuación:

 

«Rutinas de androide» por María José Gil Benedicto

28 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.

Rutinas de androide
María José Gil Benedicto

“Bio droid Concept 01” por FPesantez en Deviantart.com. Licencia Creative Commons Attribution-No Derivative Works 3.0

En la ciudad se prod…
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"Rutinas de androide" por María José Gil Benedicto

28 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


Rutinas de androide

María José Gil Benedicto


En la ciudad se producían cientos de muertes al mes; incluso a la semana, cuando cambiaba la luna. Los accidentes de tráfico, todos aparatosos, las enfermedades terminales y la abundancia de peleas en los barrios se situaban entre los primeros puestos de la macabra estadística del ayuntamiento. Luego estaban los locos suicidas, de los que apenas se hablaba y, por último, los infractores de algunas leyes, que solían terminar con los sesos reventados sobre el asfalto. En la distancia impredecible que separaba el nacimiento de la muerte, los ciudadanos se afanaban en sus quehaceres; a veces sin sentido y en la mayoría de las ocasiones con la lógica aplastante de proporcionar continuidad a su subsistencia. Siempre ocupados, sin una tregua, por lo que el pase a la otra vida era más una molestia que un duelo. Para mitigar la forzosa interrupción de la materia, el ayuntamiento había ideado un plan perfecto; una flotilla de androides se ocupaba del tema banal del fin de la existencia para proteger la marcha frenética del ciudadano, que así podía estar al servicio del consistorio a jornada completa, que a su vez, en agradecimiento a sus electores, velaba día y noche por el último adiós. Las flotillas, llamadas así por el escaso número de elementos necesarios, constaban normalmente de una forense delegada, una oficial de policía, una fotógrafa y dos o tres funcionarias de especialidades varias. Todas ellas puro dióxido de vanadio enfundado en spandex plastificado, con la apariencia de inocentes criaturas de ojos claros y expresión angelical, fruto de largos estudios de márquetin que relacionaban el aspecto feminoide con una mayor confianza por parte de los urbanitas en el desempeño eficaz de la tarea en cuestión, unido a una óptima sensación de calma generalizada cuando descendían del vehículo oficial con sus maletines de un rojo electrizante. Al verlas, la gente olvidaba los sentimentalismos subidos de tono que estas despedidas definitivas producen en la gente. Pero, pese a los esfuerzos de la alcaldía o tal vez como consecuencia de ellos, en la ciudad nadie vivía tranquilo; era de esperar que ninguno pudiera morir en paz.

Por eso resultaba anómalo el final del relojero, que parecía dormir plácidamente recostado en su sillón del taller. La luz de una lamparilla de neón dejaba al descubierto unos rasgos avejentados. A su alrededor, la penumbra y el polvo ocultaban restos de maquinarias, manecillas inútiles, tiempos que ya no volverían. Una oficial de policía y la forense, en cuyas placas relucían los caracteres flotilla 32, hablaban de éstos y otros detalles en un siseo metálico imperceptible, como si temieran conjurar un terrible maleficio con sus indagaciones.

Ya habían dedicado parte de la mañana a sonsacar al vecindario. Al parecer, el estado natural del relojero era la soledad. Tampoco se le conocían otras aficiones que la reparación de todo tipo de relojes de cuerda, a decir de algunos para venderlos a coleccionistas porque, de qué si no iba a vivir, y a comer, y a pagar el alquiler del local. Otros sabían a ciencia cierta que el hombre cobraba una pensión de algún gobierno extranjero. Los más sólo le recordaban como una persona ensimismada, que caminaba contando las baldosas. Tal vez era tímido; o huraño; o un asesino venido a menos; o un simple poeta. Cada cual lo adjetivaba a su gusto y, cuantas más preguntas hacían, menos información obtenían. Las androides concluyeron que cualquier humano miente y añadieron en sus anotaciones: pasado difuso.

Después, las funcionarias procedieron a delimitar en cuadrantes la tienda y el taller del relojero. Cada objeto de cada cuadrante se fotografió, analizó y colocó de nuevo en su posición original o, de ser importante, se embolsó para su traslado al laboratorio. Así, en el segundo cuadrante encontraron un puñado de cartas estranguladas con la correa elástica de un reloj de muñeca de los años ochenta. Estas cartas, escritas de puño y letra por el relojero –puesto que la caligrafía era idéntica a la de la lista de precios pegada en la caja registradora– , iban dirigidas a la misma mujer pero a distintos domicilios. Fueron devueltas por la oficina de correos, con la estampación del sello “desconocido en destino” en una tinta con un matiz azul ultramar. La oficial de policía no estaba segura de su importancia y miró de soslayo a la forense, que hizo una pausa en la observación del cadáver para atenderla. Tras una primera lectura a viva voz, la forense dictaminó que eran epístolas amorosas en todos sus matices. Desde el amor ilusionado del primer encuentro hasta el amor agriado del desengaño, pasando por la retahíla de amores dichosos, quejumbrosos, lúbricos, platónicos. La humanidad del relojero conoció todas las intensidades del querer con una mujer a la que, a juzgar por esas misivas, perdió y no volvió a recuperar.

Ambas intercambiaron una mirada de extrañeza. Ellas no estaban programadas para reconocer determinados sentimientos como propios. No podían, por ejemplo, sentir dicha o dolor; ni siquiera eran capaces de tener una mínima empatía que, a la larga, pudiera perjudicar su software, porque no resultaba rentable. Mucho menos una pasión tan intensa y tan mal utilizada como el amor humano. No obstante, se les había dotado de ciertas mejoras a nivel visual o auditivo, siempre en aras del buen desempeño de sus rutinas. Así que, la oficial de policía volvió sus ojos de celeste indiferencia hacia el resto de objetos polvorientos, continuando con sus comprobaciones sin hacer ningún comentario. De haber tenido una pizca de humanidad, la lectura de esas cartas le habría provocado un arrebol rosa sandía.

El ir y venir de las restantes funcionarias, entregadas a la tarea de acumular el mayor número de indicios posibles para dar por concluida la “Diligencia de Levantamiento de Cadáver”, enfrió el cubículo con el continuo vaivén de las puertas de la tienda y del taller, en una procesión de corrientes de aire que traían los aromas de la encajonada calle, llevándose en su envite el hedor que empezaba a apoderarse de las cosas, contagiándoles su finitud.

Ya casi habían terminado cuando la oficial de policía se topó con un curioso artefacto. Empezó a manipularlo con sumo cuidado. Es un contestador, se apresuró a explicar la fotógrafa, que había oído hablar de esos trastos. Dale al botón de inicio, añadió con la misma precipitación. La oficial de policía lo presionó con su dedo plastificado. Una voz entrecortada confesó con pesar: “No supe quererte. Perdóname, amor”. Todas se aproximaron hacia el contestador, agudizando más si cabe sus ya hipersensibles pabellones auriculares. Volvieron a escuchar la grabación, una vez, y otra, y otra más. Desmenuzaron el timbre, la intensidad, la vibración, el tono de aquella voz femenina que, presumiblemente, pertenecía a la mujer de las cartas. No podía ser otra. Quién si no. Diseccionaron también cada fonema y, cuando verificaron que esa misma cinta se había deslizado infinidad de veces sobre los rodillos del aparato, hacía cuestión de escasos días según sus cálculos, asintieron al unísono sin atreverse a hacer la pregunta. Por fin, la oficial de policía carraspeó, reclamando la atención de la forense. Fue lo más directa que supo en su planteamiento. ¿Es posible –dijo- que un sentimiento intenso produzca una muerte súbita y no obstante dulce? ¿Es posible que nosotras también –añadió- pudiéramos en algún momento, que nosotras…? Pero no se atrevió a terminar su última pregunta, solicitando con la mirada la ayuda de las demás. Entonces-concluyó la fotógrafa- ¿de qué murió el relojero, doctora? Falleció por culpa de esto ¿verdad?, dijo señalando el contestador y desviando las divagaciones de la oficial de policía hacia un terreno más práctico.

Tras escucharlas, la forense dio media vuelta, se deshizo de los guantes de rigor y salió a la calle. Necesitaba aire fresco para ordenar sus ideas. El gélido viento de principios del invierno le golpeó la cara, zarandeándola también por dentro, como si este caso del relojero le hubiera mostrado una carencia en el intervalo de sus circuitos que no había considerado necesaria hasta ese momento. Este era un tema digno de la próxima reunión del sindicato. Sugeriría una ampliación de memoria para hacer frente a los recovecos imprevistos del género humano. Luego se fijó en el cartel de la entrada a la tienda, en el que figuraban un simple nombre y una profesión. Pensó en cómo alguien que no era nadie, un ser irrelevante y casi invisible para sus convecinos, un hombre atrapado en la sucesión acompasada y monótona de sus relojes, se había convertido a lo largo de esa mañana en un ser complejo y fascinante que gozó y sufrió entre las paredes de su taller de sueños rotos. La forense regresó al interior convencida del buen trabajo realizado por sus ayudantes, aunque un poco indecisa. Cómo iba ella a justificar, en el informe para el Servicio de Patología, que por primera vez se habían topado con un humano fallecido de una probable, aunque discreta, felicidad.


María José Gil Benedicto (España, 1961) Escribo relato corto, poesía y cuento. He colaborado en algunos números de la Revista Digital miNatura. Fui Primer Premio en el X Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2012, con el microcuento “Carola no está”, y finalista en el V Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2013, con el poema “Ser o no ser en Detroit” y en el VI Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2014, con el poema “De lo que aconteció al príncipe de la Bella Durmiente”. En el nº 8 de la revista TerBi publicaron el relato “La decisión del Doctor Wu”, y en el nº 35 de la revista NM se publicó el relato “Un día en la vida de Shimizu-san”. También aparezco en el blog Lectures d’ailleurs, con su traducción al francés del relato “El mutante”.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

«El mejor de la galaxia» por Matías Julio Compañy

26 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.

El mejor de la galaxia
Matías Julio Compañy

“Futur ferry boat” por LMorse en Deviantart.com. Licencia Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 3.0.
Bill pasó tres…
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"El mejor de la galaxia" por Matías Julio Compañy

26 Oct

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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Cápsulas literarias.


El mejor de la galaxia

Matías Julio Compañy


Bill pasó tres meses verificando los recorridos de las veintisiete aeronaves que componían la flota blindada de la SECURITASPACE CORPORATION. Veintiséis de estas naves cumplían el protocolo a rajatabla, por lo cual fueron descartadas como posibles objetivos. Sólo una de ellas calificaba, y se debía a un pequeño desliz que cometía la tripulación de manera recurrente. Cada vez que el vehículo espacial llegaba a la Estación Orbital Marciana la tripulación entera bajaba a almorzar en un pub de mala muerte llamado “El Tropezón”. Las instrucciones eran muy claras: cuando hay que realizar una parada para repostar combustible o comer, al menos un integrante de la tripulación debe quedar a bordo, turnándose los puestos si es necesario. Pero para los tres guardias de la aeronave blindada bajarse juntos en ese punto del recorrido ya constituía un ritual; ahorraban tiempo y les permitía distenderse un rato de sus obligaciones.

Más de una vez, Bill los había mirado comer desde otra mesa; observando cuidadosamente cada uno de sus movimientos, cómo reían con la boca llena, cómo cruzaban los dedos antes de pedir una cerveza esperando que ese gesto mágico evitara un test sorpresa de alcoholemia al llegar a destino, cómo charlaban de mujeres y sus rutinarias vidas en el mundo de la seguridad privada. Él observaba todo esto y anotaba cada detalle. “Ni se imaginan lo que les espera”, pensaba. “No saben que tan sólo a unos metros estoy yo: el mejor de la galaxia”.

El plan fue revisado hasta el mínimo detalle. Todo debía salir a la perfección, o pasaría el resto de sus días en la cárcel. Adornaban las paredes de su pequeño cuarto alquilado montones de papeles y gráficas, con los horarios específicos de cada parada del transporte de caudales, los datos personales de toda la tripulación, información técnica de la nave, y hasta una copia del menú de “El Tropezón” con todos los precios incluidos. Pasaba horas escribiendo en un bloc de notas y memorizando cada uno de los pasos a seguir. Acostado, cerraba los ojos intentando recordar cada movimiento de la complicada coreografía. “Va a ser difícil” se decía a sí mismo cada noche antes de quedarse dormido. ”Va a ser difícil, pero yo lo voy a lograr, porque soy el mejor en lo que hago.”

El día finalmente llegó. El blindado gris y amarillo comenzó con lentitud la maniobra de acople mientras el puente de entrada a la estación se desplegaba sobre uno de los laterales. Bill miró el reloj digital proyectado sobre el visor de su casco. Justo a tiempo, ni un minuto más ni un minuto menos. La nave terminó su acople para convertirse en un apéndice más de la estación. Los tres guardias bajaron del vehículo estirando los adormecidos músculos y cruzaron el puente umbilical que los comunicaba con la estación rumbo al pub. “Es el momento, ahora o nunca” pensó Bill al momento de lanzarse al vacío. Había pasado tres horas en el espacio, acoplado magnéticamente a un tanque externo, esperando a que llegase el blindado para arrojarse sobre él. Y digo arrojarse porque él no disponía de ningún propulsor. Esos aparatos contaban con una baliza especial que siempre emitía una señal al entrar al vacío cósmico y eso lo hubiera delatado frente a la seguridad propia de la estación. Entonces sólo contaba con sus músculos y la precisión que tuviera al momento de aferrarse a ese vehículo que tan bien conocía. Lanzarse con demasiada fuerza o en el ángulo incorrecto significaba perderse para siempre en el espacio.

El cuerpo de Bill fue rotando sobre su eje a medida que se acercaba a su objetivo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió su brazo y con la punta de los dedos fue rozando la blindada superficie de la nave, hasta que se topó con la manija de la escotilla de emergencia. Aferrándose con fuerza pudo detener su trayectoria y enganchar el mosquetón de la correa para mantenerse en el lugar. No pudo evitar mirar sobre su hombro y contemplar el aterrador vacío en el cual podría haber terminado si hubiera fallado; pero no lo había hecho, porque él era el mejor, no había nadie en la galaxia que pudiera siquiera imitarlo en su arte.

Consultó nuevamente el reloj en su casco. Media hora era lo mínimo que habían tardado en regresar los guardias desde que él había comenzado a seguirlos. Veinte minutos se había puesto como límite para la operación. Sacó un pequeño taladro con punta de diamante de su bolso para realizar un pequeño agujero en la primera capa, por el cual luego introdujo el delgado tentáculo robótico que debía buscar la cerradura analógica en el interior de la compuerta.

Una vez destrabado el mecanismo sólo faltaban la cerradura electrónica y los sensores de movimiento de la cabina. Para eso tenía un aparato especial que él mismo había diseñado: un pequeño generador de Pulsos Electromagnéticos. Eso anularía todo el sistema electrónico de la nave, pero también el de su traje, incluido el regulador del tanque de oxigeno. Una vez activado, no sólo tendría que trabajar a oscuras, sino que también contaría únicamente con la reserva de aire que hubiera en su traje y sus pulmones. Eso era un poco menos de lo suficiente como para regresar catapultándose de nuevo hasta el tanque detrás del que se había escondido; allí tenía un tubo de oxígeno extra junto con las solapas magnéticas con las cuales se mantenía aferrado a la estación. De esta manera, dejando ambas cosas ahí, evitaba que se estropearan con el pulso.

Soy el mejor, soy el mejor” retumbó en su cabeza. “SOY EL MEJOR, SOY EL MEJOR”; apretó el disparador del generador para que estallara el pulso electromagnético. La compuerta se abrió sola con la descompresión de la cabina, permitiendo que Bill entrara en su oscuro interior. Con los ojos cerrados comenzó a palpar el tablero de control; debía estar por allí. Sus dedos encontraron lo que buscaba; sacando un destornillador de su bolso comenzó a trabajar.

Señor, traigo malas noticias.

¿Qué ocurre? Llego tarde a una reunión.

Robaron uno de nuestros blindados, pero…

¿Cómo que robaron uno de los blindados? Es imposible. ¿Quiénes fueron? ¿Cuánto dinero se llevaron?

Eso es lo curioso señor. No se llevaron el dinero. Podrían haberlo hecho pero no lo hicieron… Se llevaron otra cosa…

Rogg estaba apoyado en el mostrador, intentando comprobar la autenticidad de un viejo Rolex recién comprado, cuando Bill entró en su negocio. Una sonrisa abarcaba buena parte de su rostro.

Rogg, viejo amigo. ¿Cómo estás? Traje algo para ti.

Bill apoyó una caja sobre el mostrador.

Más de lo mismo, seguramente. Veamos que traes allí.

Rogg tomó la caja entre sus manos y la abrió. Luego de inspeccionar un momento su contenido, lo sacó de su caja y lo puso en una mesa detrás de él para conectarlo.

¿Cuánto quieres por él?

Me costó mucho trabajo conseguirlo. Si fuera por eso, debería cobrar al menos 300.000 créditos por él. Pero cómo somos amigos aceptaré los 200 de costumbre. Tú sabes que soy el mejor…

Si, si. El mejor. Siempre dices la misma estupidez. Te daré 20 créditos.

¿20 créditos? Eso no me alcanza ni para una hamburguesa en “El Tropezón”.

Esta cosa esta quemada, sólo sirve de repuesto. Sólo puedo darte 20 billetes, nada más.

El pulso electromagnético, pensó Bill. No había tomado en cuenta que afectaría también al aparato.

¿Qué es esa cosa del tropezón? – preguntó Rogg mientras Bill contaba el dinero.

Un lugar muy bonito para comer– contestó al tiempo que se dirigía hacia la puerta. –La próxima te invito así comemos una pizza.

Bill salió de la tienda de empeño pensando en su próximo golpe. El poco dinero ganado no le había afectado en lo más mínimo. Al fin y al cabo, tenía la certeza de ser el mejor ladrón de estéreos de la galaxia, y tal vez del universo.


Matías Julio Compañy es un escritor argentino de ciencia ficción. Nacido en Bahía Blanca en 1989, ha ganado varias menciones en diferentes certámenes literarios, y publicado cuentos en dos antologías: Contextos Urbanos (2010, Ed. Dunken) y 9na Convergencia Internacional Junín-País (2010, Ed de las Tres Lagunas). La literatura y la electrónica son las dos pasiones en las que ocupa la mayor parte de su día.


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

Editorial. “Los XV de Cosmo” por Le Yad

26 Oct

Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Editorial.

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Editorial. Los XV de Cosmo
Le Yad

Nos gusta coquetear con las posibilidades y aún más con las realidades; somos guerreros con súper poderes, internautas conectando con especies superiores, caballeros anda…
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Editorial. “Los XV de Cosmo” por Le Yad

26 Oct

Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015. Editorial.

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Editorial. Los XV de Cosmo

Le Yad


Nos gusta coquetear con las posibilidades y aún más con las realidades; somos guerreros con súper poderes, internautas conectando con especies superiores, caballeros andantes con las galimatías a punta del entendimiento e idealistas planeando el momento en compañía de los mejores amigos. A raíz de ello, en un universo paralelo y en un primer ejercicio de ensayo, Cosmocápsula se ha brincado la barda de lo intangible, permitiendo en su pasada edición que circulen algunos ejemplares físicos entre Colombia y México ¡Atentos, apasionados coleccionistas que ya se arrebatan los restantes!

Y ahora, nos alejamos del olor de las tintas y el tintineo del suaje por volver a afianzamos a la marquesina del red digital y apostar el arribo sináptico a través de la ventana de tu dispositivo, después de todo llegar a los XV es casi, casi como un festejo doble: la maduración de la persistencia y el banquete colectivo de la segunda presentación en sociedad; vamos libando el zumo de la fruta, cuidando de no atragantarnos con las semillas (esas se siembran), avanzando (o bailando) a paso seguro a modo de vals, con ritmo y seguridad para ver el día de mañana un corpulento tronco colmado de nuevos frutos para poder compartir con ustedes, hoy llegan los quince.

Le Yad


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Revista Cosmocápsula número 15. Octubre – Diciembre 2015

Convocatoria a escritores, reseñistas y críticos de ciencia ficción

7 Jun

Cosmocápsula, revista de ciencia ficción en español, invita a escritores, reseñistas, críticos e ilustradores a que envíen sus trabajos para publicación. Recibimos narrativa, ensayo, artículo, reseña, ilustración, cómic, animación, o similares, cuyo contenido esté enmarcado en la ciencia ficción…
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Convocatoria a escritores, reseñistas y críticos de ciencia ficción

7 Jun

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Cosmocápsula, revista de ciencia ficción en español, invita a escritores, reseñistas, críticos e ilustradores a que envíen sus trabajos para publicación. Recibimos narrativa, ensayo, artículo, reseña, ilustración, cómic, animación, o similares, cuyo contenido esté enmarcado en la ciencia ficción.

Conozca en detalle los lineamientos de participación en: Envío de colaboraciones Revista Cosmocápsula. Se recomienda leer estos lineamientos detalladamente pues han sido modificados y actualizados.