«Tres Ejemplos de Divorcio entre Identidad y Cuerpo» por Arturo Serrano

18 Ene

headerRevista Cosmocápsula número 4. Enero – Marzo 2013. Artículos y Ensayos.

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Tres Ejemplos de Divorcio entre Identidad y Cuerpo

Arturo Serrano


Solamente la ciencia-ficción está equipada para abordar ciertas preguntas inquietantes. Ese es su papel. Toda la literatura se ocupa de escrutar las telarañas de la experiencia humana, pero los puntos de apoyo de los hilos al borde del tejido son territorio de la ciencia-ficción. Entre las preguntas que le son propias, la de la relación entre nuestro sentido de identidad personal y la forma como somos percibidos en el mundo físico ha dado origen a una multitud de interesantes perspectivas. El cuerpo es el primer referente de identificación en nuestra vida ordinaria, pero varios narradores se han atrevido a sugerir que no tiene por qué ser así.

Pasemos rápidamente por algunos precedentes. El brebaje del Doctor Jekyll estaba concebido para no hacer más que retirar las inhibiciones morales de la conducta, preservando en esencia la misma personalidad, pero el resultante trastorno terminó expresándose en una forma corporal monstruosa. Nuestros superhéroes clásicos adoptaban identidades diferentes según llevaran o no puesta la máscara. Una ruptura más radical entre la corporalidad y el yo se evidencia en los Transformers, para quienes disponer de varios cuerpos posibles es muchas veces una necesidad de supervivencia. Y las múltiples encarnaciones del Doctor Who son todas el mismo hombre.

Algunas de estas historias se acercan a una clase de dualismo cartesiano en la forma como presuponen una definición de la mente como una realidad aparte del cuerpo. Esto va en contra de nuestra intuición cotidiana, que nos dice que el cuerpo es el individuo. Tres historias que aparecieron en los cines a finales de 2009 presentaron la idea del cuerpo como mera herramienta, arma o tarjeta de presentación usada por el individuo. Hablaremos de District 9, Surrogates y Avatar.

Yo no soy “yo”

District 9 es una fábula en varios niveles sobre racismo, xenofobia, segregación, bioética, medios masivos, inequidad social, la hipocresía de las sociedades opulentas y las implicaciones de tercerizar la seguridad a corporaciones militares. Esta historia, astutamente ambientada en Sudáfrica, muestra la reacción colectiva de repulsión y deshumanización con que son recibidos los ocupantes de una nave extraterrestre varada en la Tierra. De muy mala gana se les permite vivir en un barrio marginado, de donde eventualmente se planea evacuarlos por la fuerza. El núcleo de esta película es la crisis personal que padece el funcionario encargado de entregar la notificación de desalojo cuando el contacto accidental con material genético extraterrestre empieza a producir mutaciones en su cuerpo.

Aquí las connotaciones del término “contaminación” van más allá de lo clínico: se alude a una presencia molesta, indeseable, radicalmente opuesta al yo. Se nos hace pensar en algo extraño, intruso, ajeno (ajeno y alien proceden de la misma raíz). En el caso de District 9, ese elemento tan claramente no-yo tiene las puertas abiertas para proceder a una gradual suplantación del yo. El protagonista va perdiendo los rasgos corporales humanos y adoptando los ajenos; en un primer momento, su rechazo a esta metamorfosis (el influjo kafkiano es inconfundible) lo lleva a intentar la automutilación como manera de expulsar aquello que no desea ser, pero el avance de la mutación es imparable. El sujeto pierde el control sobre lo que es, y lo que llanamente es se impone.

Aparte de sus nuevas preferencias alimentarias (que podrían explicarse por razones metabólicas relacionadas con su transformación en artrópodo carnívoro), el protagonista conserva su personalidad intacta. La continuidad temporal de su memoria le ratifica la persistencia de su sentido del yo, lo cual le obliga a preguntarse qué es, entonces, lo que ha cambiado.

La doctrina católica romana utiliza la separación que la ontología aristotélica hace entre forma y sustancia para establecer los dos conceptos, similares aunque opuestos, de transformación y transustanciación: la hostia consagrada pasa a ser carne de Cristo, aunque sus accidentes sensibles externos se conserven. Lo opuesto parece ocurrirle al protagonista de District 9: lo que ha experimentado es una mera transformación en su sentido más literal.

Yo soy “ese”

Surrogates cumple eficazmente la primera tarea de toda buena ciencia-ficción: enlazar causalmente nuestro tiempo y el suyo de manera que quedemos convencidos de que la trama que nos presenta es nuestro destino natural. En esta historia, la telepresencia se ha vuelto el modo de vida normal de casi toda la humanidad. La tecnología, hoy en pañales, que conecta las neuronas motoras del cerebro con extremidades mecánicas deja de cumplir fines puramente protésicos para convertir al cuerpo entero en un artículo cosmético. Los usuarios se quedan en sus casas, despreocupados de bañarse o afeitarse, y envían a la calle cuerpos artificiales con peinados, dientes y músculos perfectos.

Muchísimos videojuegos ya nos permiten escoger una imagen a nuestro gusto para mostrar a otras personas. Surrogates lleva esta posibilidad a la vida cotidiana del contacto físico: nadie se muestra como es, sino como se mandó hacer. Ya no podemos tomar al cuerpo por la persona, sino por un símbolo andante de ella.

Dentro del mundo de Surrogates, sin embargo, se ha impuesto un límite importante: es un serio delito pilotear el cuerpo de alguien más. Cada androide y ginoide carga un chip que sirve de evidencia para identificar a su usuario de carne y hueso. Que un mismo usuario disponga de varios cuerpos ya se presta para suficientes situaciones interesantes; la película se complica cuando más de un usuario obtiene acceso al mismo cuerpo.

Esta historia aprovecha la oportunidad para explorar muchas de las implicaciones de la tecnología del cuerpo postizo: el cuerpo como vehículo, como señuelo, como artículo desechable, como carne de cañón que no genera sentimientos de culpa, como electrodoméstico, como uniforme de trabajo. El coreógrafo Ted Shawn describió la danza como el único arte donde nosotros somos el material de que está hecho. Los cuerpos de Surrogates son materia manipulable para cualquier propósito.

Al igual que The Matrix, Surrogates nos obliga a considerar el incómodo contraste entre un yo ficticio, idealizado, a veces adictivo, y un yo real, vulnerable y que se niega tercamente a dejar de existir. Tenemos que admitir que a veces la vida es difícil de llevar. Muchos en el mundo de Surrogates anhelan dejarla encerrada en la casa y llevar en cambio una sonrisa de lujo a todas partes. Al final, como señaló McLuhan en su libro La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, toda tecnología que permite una extensión de alguna función corporal implica por otro lado una amputación. Conectarse a una extensión remota de todo el cuerpo puede sentirse para algunos como la anulación absoluta de sí mismos, y es inquietante que quizás así lo deseen.

Ahora” sí soy yo

La religión brahmánica llama avatar a la encarnación en figura humana de un dios. Así, Krishna es un avatar de Vishnú. Según esta misma visión, Jesús sería un avatar de Yavé, por lo menos para los cristianos trinitarios. En los videojuegos, la figura personalizable que representa al jugador dentro del mundo virtual también se llama avatar. Este nombre se ha asociado ahora a la popularísima película que gastó uno de los mayores presupuestos de producción de la historia para filmar un ejército de muñequitos.

Los aborígenes animados de Avatar se ven tan reales que se sienten reales, como en un tiempo se decía del efímero Automan. Esto no es solamente un elogio a la pericia técnica del equipo de efectos visuales que trabajó en la película. Es el núcleo de su argumento: un hombre que decide renunciar a su cuerpo original para encontrar su verdadera identidad. Tomando un cuerpo que incluso dentro de la misma trama es artificial (una ficción de otra ficción), el protagonista llega a describir su experiencia invirtiendo los referentes de cuándo está soñando y cuándo vive de verdad. Finalmente, en una complicada ceremonia de reencarnación (otro tributo a la tradición hindú), adopta definitivamente la forma ajena como propia.

El idioma de los nativos de piel azul tiene un saludo formal que vale la pena examinar con detenimiento. Dicen “te veo” como reconocimiento de la presencia del otro, que es, por supuesto, la presencia física del cuerpo con que es reconocido. “Te veo” significa: acepto que esta imagen que me muestras eres de verdad tú, y como tal te voy a tratar. La misma frase es dicha por la amante del protagonista cuando entra en su cabina de control remoto y descubre su cuerpo humano real.

Ese cuerpo no podría haber sido el de cualquiera: el protagonista solamente es capaz de usar el avatar que fue construido para ser controlado por el cerebro de su hermano fallecido porque eran gemelos. La relación entre el usuario y su avatar se torna al mismo tiempo exclusiva e intercambiable.

Este cuerpo no es el mío

El tema del cambio de cuerpos ha sido tratado bastantes veces en el género de la comedia mágica, y aun la ciencia-ficción le había dedicado una atención esporádica (pensemos en Robocop o Quantum Leap). Pero el hecho de que en el mismo año tres producciones distintas se hayan dedicado tan profundamente a hacernos repensar nuestras definiciones de lo que es “ser” un cuerpo y “tener” un cuerpo sugieren que el clima de nuestra época ya lleva esa tendencia. Lo que los alemanes llaman Zeitgeist se encarna en múltiples formas para hacerse manifiesto.

En ese mismo 2009, la serie de televisión Dollhouse mostraba a un grupo de actores sin voluntad que representaban personalidades diferentes en cada episodio. La última fábula en dibujos de Disney es la de la princesa y el sapo. Su rival Dreamworks estrenó el año siguiente la cuarta parte de Shrek, que también es una historia de transformaciones, y tiene valiosos argumentos que ofrecer sobre nuestra actitud frente al aspecto físico de otros.

Un tema que se repite significa una cultura preocupada. Nos acercamos a la etapa de nuestro desarrollo tecnológico en que los bordes de la corporalidad dejarán de ser relevantes. La genética, las neurociencias y la robótica preparan nuevas respuestas. La ciencia-ficción, como siempre, nos propondrá otras preguntas.


Arturo Serrano. carturo222@hotmail.com

Nacido en Barranquilla, domiciliado en Bogotá. Ha trabajado como redactor para El Tiempo Caribe y OhmyNews International, además de haber sido alternadamente traductor, asesor editorial y corrector de estilo. Campeón de Ortografía del Atlántico, 1998. Primera Mención en la Séptima Bienal de Escritores Noveles Costeños de la Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2005. Mención en el Décimo Concurso Nacional Metropolitano de Poesía en Barranquilla, 2006. Premiado como uno de los 35 ganadores del Tercer Concurso Nacional de Cuento de RCN y el Ministerio de Educación Nacional, 2009, por su cuento Tania es Pelirroja. Ahora es coordinador editorial de una agencia que se especializa en literatura médica. Ignoramus, su primer libro de ciencia-ficción, está disponible en la tienda Kindle. Actualmente se encuentra preparando una novela de historia alterna titulada La Flor Morisca.


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