"Plataforma 391935" por Malena Salazar Maciá

26 Ene

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Revista Cosmocápsula número 12. Enero – Marzo 2015. Cápsulas literarias.

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Plataforma 391935

Malena Salazar Maciá


Ilustración por José Julián Londoño. Derechos reservados. Reproducido con permiso del autor. Portafolio CgsocietyPerfil de Facebook 

Pikos aceleró a fondo y maniobró el æscooter hacia la estación de biodiesel, la cual flotaba en medio del vacío.

Todavía le quedaba mucho camino por recorrer para alcanzar una Plataforma; gigantescas explanadas metálicas, suspendidas en el aire gracias a sus cientos de propulsores especiales, con kilómetros de grosor y otros tantos de superficie. Sin ellas, la vida en el planeta no fuese posible, debido al grado superlativo de contaminación a nivel de suelo. A él en particular, no le gustaba viajar entre Plataformas con algo tan desprotegido como el æscooter de la compañía de entregas. Y menos a una tan distante como la 391935, en cuyo camino apenas existía lugar para comprar píldoras alimenticias. Se lo había hecho notar a su jefe y le pidió una æfurgoneta. El otro, inflexible, le gritó que en el contrato no figuraba la asignación de otro vehículo que no fuese una æscooter para la transportación de paquetes que podrían llevarse bajo el brazo. Pikos no volvió a reclamarle, a sabiendas de que podría marcarle la última advertencia en su Registro, y conseguir trabajo en la Plataforma Ciudad 391505 sería un sueño inalcanzable.

Pikos llegó a la estación con un rugido de turbinas y estudió su entorno. El lugar estaba desierto salvo por el androide encargado, el cual estaba construido en acero remachado, dejando al descubierto partes de su esqueleto mecánico. Pikos condujo el æscooter hasta la bomba de abastecimiento y entregó la tarjeta de carga al androide. Los ojos de éste se tornaron de un verde lumínico y escaneó el documento.

¿Del cinco? ¡Deberían descontinuar estos artefactos! —exclamó con voz casi humana—. El material orgánico del biodiesel cinco no es…

Ya sé de donde salen los culos que cagan para hacer ese biodiesel —le gruñó Pikos, el androide frunció sus cejas metálicas, en señal de desagrado—. Limítate a cumplir con tu programación.

El androide no volvió a emitir parecer. Introdujo la tarjeta en una ranura de la bomba de abastecimiento, conectó la manguera al æscooter y se marchó a la cabina. Al término, Pikos se apresuró en acercarse al borde de la estación para seguir su camino. Sólo entonces reparó en la muchacha.

También estaba en el borde, inclinada al frente como si valorase saltar. Tenía el cabello rojo, revuelto a causa del viento de las alturas. Se mordía un labio con preocupación y se miraba la manilla del Registro en la muñeca derecha. Pikos se le acercó. Tenía debilidad por las pelirrojas.

¿Tu novio no llega a buscarte?

Ella alzó la mirada con espanto. Tenía la cara llena de pecas.

¡No! ¡No me moleste…! —exclamó, luego examinó a Pikos. Él era consciente de ser tan flaco y oscuro como un nanotubo de carbono, pero tampoco era un transgénico mal hecho. Ella pareció calmarse y bajó la cabeza—. Disculpe, estoy nerviosa y yo… ¡Si fuese posible…! Me han asaltado en la Plataforma 391922… y una señora sólo pudo adelantarme hasta aquí… no tengo forma de comunicarme con mi madre, el androide exige un pago por usar el comunicador, pero no tengo bitcoins y… y estoy a medio camino, tengo que llegar pronto a la Plataforma 391935…

¡Qué casualidad! —exclamó Pikos, interrumpiéndola—. Debo hacer una entrega allí. Hay otro espacio en la æscooter, puedo llevarte.

Ella lució recelosa. Sometió a Pikos a una evaluación visual una y otra vez hasta reconocer, que él era su única oportunidad. Pronto el æscooter abandonó la estación y se internó en las millas vacías que separaban una Plataforma de otra. Pikos intentó conversar con la muchacha, pero sólo obtenía silencio por respuesta, salvo para pedirle que fuese más rápido. Pikos intentó complacerla, pero pronto el æscooter dio sacudidas en protesta por el sobreesfuerzo y temió que los dejase caer. A la muchacha no parecía importarle. De alguna forma estaba obsesionada con llegar rápido a la Plataforma 391935, así que cuando arribaron, supuso un alivio para los tres: ella, Pikos, y la æscooter.

La Plataforma 391935 tenía las dimensiones de una Plataforma Ciudad. A Pikos le sorprendió encontrar algo así tan apartado. Las Plataformas Ciudad normalmente, formaban congregaciones que abarcaban millas. Aun así no ocupó mucho su mente con el detalle; las Plataformas podían desplazarse libremente por el espacio aéreo siempre y cuando no amenazasen el desarrollo de otras.

Nada más descender a un estacionamiento general, la muchacha saltó rápido del vehículo y Pikos la retuvo por un brazo.

¡Al menos dime tu nombre! —pidió todo lo amistoso que pudo.

¡Pomona! —le dijo ella y se alejó a toda prisa. Sin embargo, antes de abandonar el área, se detuvo y gritó algo más—: ¡y no pases la noche aquí!

Pikos sintió un pinchazo de curiosidad. Precisamente tenía la idea de pernoctar en el lugar. Le había tomado mucho tiempo llegar allí, la tarde comenzaba a morir y no era seguro aventurarse fuera de una Plataforma con un vehículo traicionero. Intrigado, no bajó de la æscooter, sino que le activó el modo terrestre y abandonó el estacionamiento tras la joven. En la calle, alcanzó a ver a Pomona abordar un terrabus. Cuando Pikos estaba a punto de alcanzarlo, el transporte se puso en marcha y superó la velocidad de la æscooter. Aun así, Pikos no cejó en su empeño de interrogarla. Más que el misticismo de la joven y su injustificada prisa por arribar a la Plataforma 391935, le intrigaba la advertencia; no pases la noche aquí. ¿A qué se refería? Si quería deshacerse de la duda, era necesario confrontar a Pomona.

En el recorrido detrás del terrabus, Pikos no vio nada extraordinario: casas con materiales de primera, las calles impecables, tiendas, servicios, publicidad holográfica e incluso interactiva; nada que no se encontrase en una Plataforma Ciudad. Aunque sí le extrañó no ver hombres, sólo mujeres. No importaba a dónde o qué mirase, el lugar estaba poblado por ellas. Niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, ancianas… Atendían los negocios, paseaban… incluido el terrabus donde iba Pomona, ocupado por féminas.

Incluso las patrullas de droides tenían fisionomía femenina y de forma sorprendente, eran tan variadas en curvas y tamaños como las de carne y hueso. Pikos distinguió un par con aspecto atlético, cinco que no debían superar el metro sesenta, tres rechonchas e incluso, una que de tener órganos y piel, podría ser una reina puta. Una puta de acero; pensó Pikos y se rió para sus adentros. En la Plataforma donde nació, importaba poco si las putas eran de metal o de carne. Por un par de bitcoins, permitían hasta que las desmembrasen y vendiesen al mercado negro.

El terrabus se alejó del bullicio y se encaminó lejos, hacia la periferia. Pikos se alegraba de haber abastecido la æscooter en aquella estación. Alcanzaron un distrito con casas idénticas, de aspecto espacioso e iluminado. Tenían jardines de terraformación avanzada. Un detalle lujoso en una Plataforma Ciudad. Otra patrulla de droides los cruzó al torcer una entrecalle. Las mujeres mecánicas se detuvieron y lo escudriñaron con sus ojos de luz. Pero duró unos pocos segundos, porque acto seguido, dieron media vuelta y continuaron su ronda.

El terrabus se detuvo frente a una de las casas, en cuyo jardín se encontraba una mujer madura que lucía ansiosa. Pikos vio a Pomona bajar del transporte y correr a los brazos de la mujer. Ambas tenían el mismo cabello pelirrojo, así que asumió que era su madre. Detuvo el æscooter casi a medio camino de alcanzar la casa y se les acercó con paso decidido, mas ellas no tardaron en localizarlo y espantadas, echaron a correr hacia la vivienda.

Pikos alargó las zancadas y logró aferrar a Pomona antes de que llegase a la puerta.

Es de mala educación dejar a alguien plantado —le espetó. Al echar una ojeada alrededor, se percató de que todas las casas vecinas tenían activo el sistema de seguridad; las puertas selladas con placas de acero, las ventanas herméticas. El silencio era absoluto—. ¿Qué diablos sucede aquí?

¡No es nada, nada! —gimió Pomona. Intentaba zafarse de Pikos con desesperación—. ¡No pases la noche aquí… vete…!

¿Por qué me dices eso… qué…?

Sujeto no identificado en el distrito treinta y siete, calle cinco, línea diez, vivienda diez cuatro cero —anunció una voz robótica—. Detectada agresión contra habitante diecisiete dieciséis trece dieciséis catorce uno…

Pikos soltó a la muchacha con precipitación. Mientras observaba azorado a los droides que lo vigilaban con estrechez, Pomona aprovechó para refugiarse en su casa. A los segundos siguientes, rejas metálicas cubrieron las puertas y ventanas. Pikos alzó las manos en señal de rendición y con lentitud, abandonó el portal, con el cuidado de no realizar movimientos bruscos. Los droides siguieron cada uno de sus movimientos, sin realizar ninguna acción. Pikos llegó a la æscooter y una vez encendida, aceleró hasta alcanzar el final de la calle.

Le llevó varios minutos deshacerse de la paranoia de ser perseguido por droides femeninos. Vigiló las cámaras traseras por casi una hora; tiempo que empleó en localizar la vivienda donde debía hacer la entrega, de forma coincidente, en el mismo distrito de Pomona. Allí también sólo habitaban mujeres, quienes no abandonaron la casa. Le indicaron dejar el paquete en el suelo y marcharse lo antes posible. Pikos obedeció, más confundido e intrigado que antes, ¿qué rayos sucedía en aquella Plataforma?

La noche lo alcanzó cuando atravesaba el distrito. Pensó en abandonar el lugar cuanto antes, pero también en que podría chocar en la oscuridad y precipitarse al vacío. Los faroles de la æscooter no servían. En un destello de arrojo, tomó la ruta a casa de Pomona. Se percató de que ya todas las casas estaban libres de protección, así que se dirigió al garaje. No supo por qué prefirió entrar por allí. Quizás porque no quería ser visto por nadie, y menos por droides. Sólo deseaba un lugar para dormir.

Agradeció que la puerta de alguna forma, estuviese abierta. Una vez adentro, escondió el vehículo como pudo a la sombra de un terramóvil. Cuando Pikos masticaba una píldora alimenticia, acurrucado junto a su æscooter, escuchó el sonido de algo pesado caer.

Al inicio no se movió, cauteloso, luego percibió que la puerta del garaje que conducía al interior de la casa, estaba sellada por una plancha de acero. Asustado, corrió a la salida e intentó levantar la puerta. En el notificador surgió un campo para introducir una contraseña de candado electrónico, y supo que estaba atrapado.

No deberían encontrarte aquí —dijo una voz de mujer por algún altavoz ubicado en el garaje—. Considéralo… considéralo devolverte el favor… sólo… vete al amanecer… y no regreses aquí… no regreses…

¿Pomona? —Pikos buscó la fuente del sonido, sin éxito—. ¿Por qué me encierras, quiénes me buscan…? ¡No tengo ninguna advertencia, los droides no emitieron ninguna orden…! ¡Pomona!

Pikos desistió tras largos minutos de silencio por parte de su interlocutora. Estaba tan nervioso que no podía dormir. No comprendía nada de aquella Plataforma donde sólo habitaban mujeres. Le fue imposible pensar en algo más. La somnolencia repentina lo fulminó. Apenas podía mantener los ojos abiertos por cinco segundos. El aire era denso y dulzón, lo embriagaba como un pops acabado de fumar… Pikos se tambaleó sin control y se desplomó encima del terramóvil. En medio de su delirio, casi jura que algo destrozaba la puerta del garaje. Después, perdió la conciencia.

Pikos entreabrió los ojos, pero sólo vio una luz cegadora que lo hizo arrugar la cara. ¿Estoy muerto?; se preguntó, no… no es posible… siento… mi cuerpo… mis… ¿manos?

A duras penas enfocó su brazo, salvo que no era su brazo. El metal sustituía la carne, y sus venas palpitaban a medio envolver por el material aislante de los cables. En su campo de visión pudo notar una bolsa colgada de un perchero metálico. Contenía apenas un hilo de un líquido blanco, como leche… era proveído por una manguera delgada. Al borde del colapso la siguió con la vista, para notar la abertura desde su pecho hasta el bajo vientre, que dejaba expuestos sus órganos, recubiertos también de metal, ¿o se los habían intercambiado por implantes biónicos? Con un escalofrío mezcla de repulsión y horror, localizó de nuevo la manguera. La otra punta estaba enterrada en su pene y succionaba… ¿semen? Al instante descubrió que tampoco era capaz de moverse, ni siquiera podía abrir la boca para expresarse…

¿Te has despertado? No te preocupes, pronto acabará tu tormento…

Pikos vio la sombra que se inclinó sobre él y sintió una oleada inexplicable de terror. Era una mujer por su voz y silueta, no obstante le era imposible definir algún rasgo. De alguna forma, imaginó una sonrisa curvándole los labios, mientras deslizaba unos dedos largos y tibios por su cuello.

¿Quién soy…? —preguntó ella, adivinándole el pensamiento—. Soy tres nueve diecinueve tres cinco… pero tú puedes llamarme Circe.

Pikos quiso gritar cuando ella le apretaba la garganta, ¿o acaso regulaba algo…? Antes de desvanecerse de forma definitiva, comprobó que sí, ella le sonreía.

Pomona no tenía deseos de desayunar. A pesar de las frutas y el pan recién horneado, no le apetecía nada. Su madre regaba los claveles cultivados en la maceta de la ventana. El silencio era tan profundo, que Pomona podía escuchar el sonido del agua resbalar sobre las plantas y embeber la tierra.

No te atormentes —le dijo su madre—. Es cierto, ese hombre evitó que el Registro te matase por permanecer fuera de la Plataforma fuera del tiempo permitido… pero tú le advertiste y fue ignorante y malagradecido… No puedes volverte a descuidar, hija, ella no tendrá piedad, ni siquiera porque mañana es tu inseminación… ¡ah! Si la vista no me engaña… ven aquí un segundo.

Pomona se levantó de mala gana y se asomó a la ventana. Su madre señaló al exterior de la casa y sonrió.

Parece que a tu amigo Pikos, ella lo declaró genéticamente aprovechable. Mira, fue ubicado en la patrulla de tu padre… creo que podrían llevarse bien.

Pomona observó a los droides femeninos desplazarse por la calle. Había uno nuevo; de cuerpo exuberante de puta, construido en metal oscuro, se deslizaba por el asfalto junto al resto de las máquinas. Sus números, plasmados en plata sobre el muslo, eran el diecisiete, nueve, once, dieciséis y veinte.

 


Malena Salazar Maciá (Cuba) Actualmente estudia en la Universidad de la Habana Licenciatura en Derecho en la modalidad a Distancia. Egresada del Taller de formación literaria Onelio Jorge Cardoso, La Habana, Cuba, 2008. Gran premio en la categoría cuento para adultos en los 4tos Juegos Florales, La Habana, Cuba, 2012. Mención en la categoría cuento para adultos en los 5tos Juegos Florales, La Habana, Cuba, 2013. Mención y premio de la popularidad en la categoría cuento fantástico en el concurso Mabuya, La Habana, Cuba, 2013. Mención en el concurso de Ciencia-Ficción, convocado por la revista Juventud Técnica, La Habana, Cuba, 2013. Mención en la categoría de cuento de ciencia ficción, en el concurso
Mabuya, La Habana, Cuba, 2014


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